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El estrés, principal obstáculo para la pérdida de peso

  • La producción de cortisol de forma continuada tiene efectos adversos en los procesos de pérdida de grasa

Una mujer trabajando.

Una mujer trabajando. / El Periódico

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Begoña González

El fin de las vacaciones, la vuelta al trabajo, a la universidad, al colegio o a la rutina. Salir de la burbuja de bienestar y paz de las vacaciones puede ocasionar fuertes picos de estrés o ansiedad en muchas personas llegando a repercutir en infinidad de aspectos cotidianos. Uno de esos aspectos puede ser el peso. Es probable que en periodos estresantes te hayas notado hinchado e incluso hayas aumentado de peso sin saber bien por qué. Es probable, que hayas engordado incluso comiendo menos por falta de tiempo y en definitiva que hayas visto subir los números de la báscula sin ser consciente del motivo. Pues, simplificando mucho, podríamos decir que es debido el estrés. De algún modo, dadas las reacciones fisiológicas y psicológicas que provoca este estado, se podría llegar a afirmar que el estrés "engorda".

Cuando estamos agobiados, ya sea por exceso de trabajo o alguna situación que nos preocupa, nuestro cuerpo reacciona con una serie de variaciones hormonales. Las glándulas suprarrenales, que se encuentran encima de nuestros riñones y pertenecen al sistema hormonal y endocrino, segregan entonces el cortisol, y esta hormona pasa al torrente sanguíneo. Hasta aquí se considera una reacción normal del organismo ante las situaciones intensas. El problema viene cuando el estrés pasa a ser crónico y la cantidad de cortisol en sangre se descontrola.

"Ese desorden ocurre porque nuestro cerebro envía órdenes para que se fabrique más cortisol, para así tratar de tener bajo control el estrés. Si esta hiperfunción del cerebro para fabricar más cortisol se convierte en crónica, se produce una redistribución de la grasa corporal que tiende a acumularse más en el tronco superior, especialmente en el abdomen. Además se suele perder masa muscular, lo que se conoce como catabolismo proteico", asegura la nutricionista Laura Jorge en su libro 'El método come sano, vive sano' (Ed. Zenith).

Esta acumulación de grasa es debida a que el cuerpo inicia un proceso de acumulación a modo de técnica de supervivencia que se da de forma paralela a un aumento de la insulina y la grelina, las hormonas del hambre y la saciedad, que suele ir acompañado de un incremento del apetito. Por otro lado, el descanso, también es un factor decisivo a la hora de la pérdida o ganancia de peso. La falta de sueño puede sumarse a otros factores de estrés tanto físicos como psicológicos que afectaran a la conducta alimentaria, provocando desajustes en las hormonas y la reactividad de nuestro cuerpo hacia productos alimentarios, aumentando la apetencia por productos ultraprocesados.

Consumo de ultraprocesados

En el fondo, y simplificando, el estrés y la falta de sueño "dan hambre" sobre todo de s productos de baja calidad nutricional y de comida rápida ya que en su mayoría, el cerebro los relaciona con sensaciones de saciedad y bienestar inmediato y son 'ultrapalatables', es decir, más apetecibles, que una ensalada o un brócoli. "Durante el día se sostiene un nivel de estrés alto que suele ir en aumento por la tarde, esto produce un incremento de la liberación de grelina, que es la hormona que regula el apetito, motivo por el cual se tiene más hambre", explica Laura Jorge.

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Además, por la tarde los niveles de serotonina disminuyen, que es la hormona relacionada con la sensación de bienestar, por eso, es más fácil que se caiga en el consumo de este tipo de productos. Y es que, más allá de lo fisiológico, las emociones forman parte de las personas y están inexorablemente relacionadas con la alimentación. Esta afirmación que parece obvia, no lo era tanto años atrás, pero cada vez más estudios confirman y estudian lo que se denomina hambre emocional.

Este fenómeno, que no tiene por qué ser negativo, puede convertirse en algo negativo si la comida pasa a convertirse en un recurso para afrontar determinadas situaciones. Es lo que podría darse cuando tienes un mal día en el trabajo y te atiborras a galletas, por ejemplo. "El hambre emocional no necesariamente implica comer, sino que a veces a ciertas personas, les produce el efecto contrario y pierden el apetito. Más que frenarla, o castigarla, lo que tenemos que hacer es entenderla y aprender a tratar sus causas. Hay que diferenciarla del hambre fisiológica, que es la que se da cuando nuestro cuerpo tiene hambre, porque realmente necesita los nutrientes para llevar a cabo las funciones vitales", asegura Laura Jorge.