Entender + la crisis energética Opinión Basado en interpretaciones y juicios del autor sobre hechos, datos y eventos

Cincuenta años no es nada

No podemos permitirnos retomar el camino hacia la dependencia de los fósiles cuando el autócrata de turno vuelva a abrir el grifo

La quema de gas, petróleo y carbón mata a millones de personas

La quema de gas, petróleo y carbón mata a millones de personas

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Pedro Gómez Romero

Ya hace 50 años. Bueno, en realidad solo cuarenta y nueve. Fue en 1973, cuando los americanos se fueron por fin de Vietnam, cuando Pink Floyd lanzó 'The Dark Side of the Moon', cuando se realizó la primera llamada desde un teléfono móvil y se inauguraron las torres gemelas del World Trade Center en Nueva York, que, muy lamentablemente, durarían solo 28 años, 6 meses y 7 días. Ese mismo año de 1973 tuvo lugar la guerra de Yom Kipur entre árabes e israelíes durante 20 días de octubre. Y asociada indisolublemente a esa guerra, estalló la primera crisis del petróleo. 

Los países árabes agrupados en la OPEP activaron un embargo de petróleo contra países “no amigos” y en especial contra los Estados Unidos y los Países Bajos, además de un boicot total a Israel. Las consecuencias de aquel embargo, que duró unos seis meses, son bien conocidas; forman parte de nuestra historia. Los ciudadanos occidentales, incluidos sus líderes, fueron testigos del encarecimiento repentino y desmesurado de la gasolina y otros derivados del petróleo, pero también del gas natural… y de todo lo que se ve afectado por el precio de la energía, es decir, de todo. El precio del petróleo llegó a cuadruplicarse, la inflación se desbocó, subió el paro y el mundo se sumió en una recesión global. ¿Suena familiar? El embargo duró solo seis meses, pero sus consecuencias se arrastraron hasta finales de los años 70.

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Cincuenta años después, la guerra desencadenante es diferente, el fósil es gas en vez de líquido y los autócratas cierra-grifos han cambiado, pero las consecuencias para los países y ciudadanos europeos van a ser las mismas. ¿Tanto nos cuesta aprender del pasado? ¿Por qué no evolucionó nuestra sociedad hasta vivir sin quemar fósiles después de aquel episodio?

Para ser justos habría que reconocer que algunos cambios sí se dieron. Por ejemplo, en 1976, compañías multinacionales del petróleo como Exxon investigaron y contribuyeron al desarrollo de la tecnología fotovoltaica iniciada por Bell Labs en 1954. Pero fue solo un espejismo. En cuanto la economía se repuso y el petróleo volvió a su cauce volvimos rápidamente a malgastar su energía quemándolo para mantener un ritmo de crecimiento y sobreproducción insostenibles.

Esta vez tendrá que ser diferente. No hay vuelta atrás. Se dan muchas y muy graves circunstancias para elegir el abandono definitivo de los combustibles fósiles como motores de nuestra forma de vida. La emergencia climática es el más conocido, pero también estamos alcanzando un punto límite en la extracción y expolio de recursos naturales. No solo de petróleo y gas, sino también de minerales, desde el litio al teluro, pasando por el cobalto el platino o las tierras raras. Hasta el gas Helio empieza a escasear. Y no escasean porque haya poco, sino por nuestra tradicional e irreflexiva forma de sobreconsumir y malgastar.

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El mundo está lejos de alcanzar un modelo energético sostenible (el 80% de la energía primaria global todavía procede de combustibles fósiles). Pero Europa está más cerca (con “solo” el 68%). Y la crisis actual nos debe servir para aguantar el empujón inicial hacia una Europa decidida a desvincularse del gas y el petróleo, como ya hizo con el carbón. Obviamente ese desenganche no tendrá lugar de la noche a la mañana, y medidas a corto plazo como la diversificación de los proveedores de gas son indudablemente necesarias. Pero la urgencia del corto plazo no debe distraernos de la importancia del cambio a medio plazo que ya hemos comenzado. El mensaje es que empecemos a olvidarnos de volver al estado anterior a antes de la crisis. No podemos permitirnos retomar el camino hacia la dependencia de los fósiles cuando el autócrata de turno vuelva a abrir el grifo, como ocurrió hace cincuenta años. Si no es la emergencia climática, ni el agotamiento de recursos fósiles, que sea al menos la tan manida seguridad de suministro la que acabe por hacernos abrazar definitivamente el nuevo modelo. Trabajemos duro para garantizar la seguridad de suministro, pero de suministro sostenible, propio. El liderazgo de Europa en ese empeño acabará suponiendo grandes beneficios para los europeos en un mundo en inclemente evolución, ajeno a los designios humanos. Ya no se trata de hacerlo por el planeta, sino por puro egoísmo y afán de supervivencia de nuestro modo de vida.

Debemos usar la energía que nos brinda nuestro actual modelo para asegurarnos la construcción del siguiente, el sostenible, basado en todo tipo de fuentes y vectores renovables, pero también en el almacenamiento, la gestión inteligente y un nuevo consumo responsable. Ese modelo de vida sostenible será la plataforma desde la que abordar los enormes retos globales a los que nos enfrentamos. A Europa no le sobran materias primas para construirlo, pero sí cuenta con la materia gris necesaria para ello.