Política y moda
William, calienta que sales
En tan solo una semana, ha quedado claro que Carlos no es Isabel. Mientras su madre fue tan admirada como criticada por su rigidez (incluso en su papel de madre, como bien explicó el propio príncipe Carlos), el comportamiento público del hijo se deja llevar más por lo sentimental.

Carlos III en su primera intervención ante el Parlamento como rey. /
En su última parada por las cuatro naciones británicas que componen el Reino Unido, Carlos III decidió llevarse su propia estilográfica a Gales para ahorrarnos otra escenita pública de sus manías con los elementos de escritorio y darnos a entender que la cosa pintaba ya mejor… El mismo día que fue proclamado rey, ante una mesita que se veía ridículamente estrecha para el tamaño de las hojas que debía firmar, el monarca ya alertó al servicio de que retiraran los tinteros y la caja de bolígrafos que no iba a utilizar (prefirió una Montblanc, regalo de sus dos hijos) para obtener espacio. Pero, incomprensiblemente, sus asistentes le hicieron caso a medias y solo retiraron uno de los accesorios. Cuando el monarca se sentó y probó a firmar, aquellos objetos inútiles se lo impedían. Y se enfadó (indicó molesto con la mano que quitaran aquello inmediatamente), pero al mismo tiempo luchó por contenerse (apretó los dientes para reprimirse). Días después, tuvo otro mal momento cuando la pluma con la que sellaba un documento en Irlanda del Norte le dejó una mancha de tinta en la mano. “Oh, Dios, odio esto", gritó.
En tan solo una semana, ha quedado claro que Carlos no es Isabel. Mientras su madre fue tan admirada como criticada por su rigidez (incluso en su papel de madre, como bien explicó el propio príncipe Carlos), el comportamiento público del hijo se deja llevar más por lo sentimental. No hay sentimientos buenos ni malos porque todos son necesarios, pero preferimos un gesto amable de ternura que otro desagradable de enojo. Muestras de este perfil más emotivo las dio el mismo día que llegó a Buckingham por primera vez como rey. Descendió del coche y se dedicó durante un buen rato a estrechar la mano de cientos de personas que se agolpaban en palacio para transmitir sus condolencias por el fallecimiento de la reina. Carlos III saludó, sonrió, miró a los ojos a alguno de sus 'súbditos' y hasta permitió que lo besuquearan. Impensable tal escena con Isabel II y eso gustó ("un rey más cercano", observaron algunos). Minutos después, en su primer discurso como monarca se emocionó en varias ocasiones. Retenidas en sus ojos aguardaron las lágrimas al mencionar a Camila y a sus hijos, pero especialmente cuando se despidió de su madre: "mi querida mamá". En el 'making of' del discurso se puede comprobar cómo de afectado acabó su Majestad el 'speech'. También el martes, una mueca de su boca descubrió cómo intentaba controlar el llanto cuando contempló que todo Westminster en pie le cantaba por primera vez el 'God Save the King'. Como para no emocionarse... ¡73 años esperando ese momento, señores!
Entretodos
El jueves, justo cuando se cumplía una semana del fallecimiento de su madre, se tomó un día de descanso. La pausa no fue muy bien recibida por la opinión pública. ¿Solo lleva una semana en el trono y ya está cansado?, se preguntaban muchos. Sin embargo, el paréntesis para la reflexión estaba perfectamente planificado en la operación Puente de Londres. Isabel II heredó la corona muy joven (25 años), Carlos III la toma de anciano. Pese a que tanto Camila como el rey prefieran la ayuda de una baranda para descender por una escalera y se especule mucho con los dedos salchicha de sus manos, el nuevo jefe de Estado no parece tener problemas graves de salud y, si sigue el camino de sus progenitores, su vida será larga. Pero dicen que, a partir de los 70, es esa edad en la que estás de vuelta de todo y lo que antes eran graciosas peculiaridades de tu personalidad se transforman poco a poco en insoportables manías (especialmente insufribles para los que están cerca). Es el tiempo de relajarse y malcriar a los nietos. Sin embargo, ese es el premio para los plebeyos. En esta época, a un rey le toca esencialmente poner siempre buena cara; incluso aunque tu hijo amenace con publicar sus memorias en unos meses, tu hermano sea repudiado socialmente por sus escándalos sexuales con menores y sepas que la mayoría de los países que conforman la Commonwealth harán cola en cuanto acabe el funeral de tu madre para despedirse.
O Carlos III sofistica cada gesto para sobrevivir al mando de una institución anacrónica en una era donde nadie, ni el rey, es insustituible y todo es analizable o William, calienta que sales.
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