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La hora del adiós | +Historia

Antes de abrazar de forma inexorable la rutina diaria habitual, vale la pena despedirse de la anarquía estival como toca y saborear por un instante lo que estamos a punto de dejar atrás. Y, sobre todo, dar las gracias antes de irse. 

Llegada de las colonias municipales de verano, en septiembre de 1933.

Llegada de las colonias municipales de verano, en septiembre de 1933. / Pérez de Rozas / AFB

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Xavier Carmaniu Mainadé
Xavier Carmaniu Mainadé

Historiador

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Entramos en septiembre y todo, poco a poco, va volviendo a la normalidad, que no deja de ser un eufemismo para admitir que volveremos a ser abducidos por la rutina laboral y escolar. Ahora bien, poco se habla de las despedidas que implica la reanudación de lo cotidiano. No deja de ser curioso que dediquemos más tiempo a hablar del “retorno a la normalidad” que a decir adiós a muchas de las vivencias veraniegas, aunque suelen ser las que nos dejan un recuerdo más profundo y bonito a lo largo de la vida: los viajes, las idas a la playa, las excursiones a la montaña, las sobremesas donde nietos y abuelos juegan a cartas, los amores de verano... O sea que, antes de celebrar que todo vuelve a empezar, dediquémonos a saborear por un instante lo que estamos a punto de dejar atrás.

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Como siempre antes de escribir sobre un tema, en esta ocasión también he buscado artículos académicos o libros que me ayudaran a glosar brevemente la historia del despedirse, pero no ha habido suerte. Ni siquiera los historiadores franceses, muy dados a investigar todo lo cotidiano, parece que han prestado poca atención al tema. Algún lector picarón dirá que es lógico, porque por algo existe la frase “despedirse a la francesa”. ¿Cómo van a hacer la historia del adiós una gente que se larga sin decir ni mu?

La expresión parece remontarse a mediados del siglo XVIII cuando, entre la aristocracia gala, se consideraba de buen tono abandonar las fiestas sin anunciarlo para no llamar la atención. Hay que admitir que de haber perdurado la costumbre, que ahora encontramos grosera, nos ahorraríamos aquellos eternos y absurdos diálogos típicos de las noches de fiesta cuando alguien quiere volver a casa y los compañeros de juerga le quieren convencer de que no lo haga. Por cierto, como es de suponer en Francia esta expresión es algo diferente, allí existe “filer à l'anglaise”, mientras que en Inglaterra además de criticar a los galos con el “take the French leave” también hay cera para los irlandeses con el “Irish goodbye”.

Hay que admitir que nuestros vecinos lo de las despedidas no lo tienen demasiado bien resuelto. Despacharon la monarquía a golpe de guillotina (y cuando la restauraron en el siglo XIX, la derrocaron con revoluciones) y a su admirado Napoleón le dejaron morir en el exilio. Pero nuestros lectores todo esto ya lo saben porque se ha explicado en artículos escritos a lo largo de este año y nueve meses que he tenido la suerte de poder relacionar la actualidad con la historia. Y como en casa siempre hemos apreciado la educación y los buenos modales, es hora de decir adiós y dejar que otros disfruten del privilegio de estar en la contraportada del diario.

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A lo largo de este tiempo varios lectores me han preguntado si hacer estos artículos llevaba tanto trabajo como parecía desde fuera y debía admitirles que sí. No solo por tener que escribir ininterrumpidamente de lunes a viernes una página entera, sino por tener que enfrentarme a un doble reto: por un lado seleccionar temas interesantes y atractivos y por otro convertirlos en un artículo entretenido y ameno que, además, permitiera ayudar a entender los infinitos vínculos que existen entre el presente y el pasado. Y todo esto hacerlo procurando mantener el equilibrio entre el rigor y la capacidad de síntesis, un ejercicio de funambulismo tan complicado como fascinante. Estoy seguro de que muchas veces lo he podido hacer mejor, pero también espero que los lectores hayan aprendido cosas que no sabían. No son los únicos. Por mi parte, este año y nueve meses han sido un aprendizaje constante, descubriendo historias y personajes apasionantes escondidos detrás de los hechos más insospechados. Y siempre siguiendo el ritmo de lo que ocurría en el mundo. Por eso, el 2 de diciembre de 2020, empezamos hablando de las primeras vacunas del siglo XVIII (y de los antivacunas de esos tiempos, que tenían teorías tan absurdas como las de ahora) y desde entonces hemos hablado de todo. Y habríamos podido hablar de muchas más cosas porque temas no faltan. Lo seguiré haciendo, no desde la contraportada, sino en un nuevo formato. O sea que en vez de adiós, digámonos hasta luego.


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