Noches de verano | Por Emma Riverola

La noche y la protesta

La protesta es un grito contra la injusticia, un golpe de puño, una búsqueda de catarsis, pero también una invocación a la esperanza. Cuando los pasos se agotan o el clamor se acalla, queda el arte.

Protestas por la muerte de George Floyd en Minneápolis.

Protestas por la muerte de George Floyd en Minneápolis. / JOHN MINCHILLO (AP)

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Emma Riverola
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Escritora

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El bar era un antro oscuro en la zona oeste de Manhattan. Uno de los pocos locales que admitían a gays, lesbianas, trans y a todo aquel que buscara un rincón discreto a los ojos de la ley. Aquella noche del verano de 1967 no parecía que fuera a ocurrir nada extraordinario. Ni siquiera cuando llegaron los policías. Una redada más. Pero un gesto individual de repulsa se convirtió en detonante y al puñado de clientes expulsados se sumó una multitud y las calles se contagiaron. El motín de Stonewall fue el catalizador del movimiento LGTBI, de la lucha por sus derechos y contra el estigma y los abusos. Cada año, la Marcha del Orgullo recuerda esa noche, también una actualidad aún marcada por la incomprensión y discriminación. Una memoria de dolor que ha elegido la exhibición de la fiesta y la alegría. Resistencia y 'performance'. Una protesta envuelta en celofán de mil colores.

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También era una noche de verano, en 2013. Alicia Garza se despertó llorando. No podía creerlo. Hacía escasas horas que se había anunciado el veredicto. El hombre que había matado a un joven negro de 17 años desarmado había sido absuelto. Empujada por la emoción, Garza escribió una publicación en Facebook donde se lamentaba de lo “poco que importan las vidas de los negros”. Esa frase inspiró a una amiga a crear un 'hashtag' que, casi al instante, se convirtió en viral: Black Lives Matter. Y la etiqueta siguió su camino hasta convertirse en un movimiento internacional e interseccional contra el racismo y la brutalidad policial.

Durante 8 minutos y 46 segundos, un policía estuvo presionando el cuello de George Floyd con la rodilla. Lo mató por asfixia. Aquel asesinato marcó una oleada de indignación que recorrió EEUU hasta el inicio del verano de 2020. Hubo protestas masivas. Hubo disturbios. Y, también, arte. Un improvisado arte callejero. Algunas de las tablas de madera contrachapadas que los tenderos utilizaron para proteger sus escaparates fueron recogidas y transformadas en láminas murales con obras inspiradas en el momento. Sobre el asfalto de numerosas ciudades, también bajo la torre Trump en Nueva York, las letras de Black Lives Matter se reprodujeron a gran tamaño y se llenaron de color y símbolos de libertad y esperanza.

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El artista estadounidense Nick Cave (no confundir con el cantante australiano) se sumó a la protesta del color. El germen de su obra se remonta a 1991, después de la brutal paliza de la policía de Los Ángeles a Rodney King. Cave sintió que su identidad estaba en duda. ¿Cómo existir en un lugar que te percibe como una amenaza? Aquel verano remoto, mientras cavilaba, Cave empezó a recoger pequeñas ramitas de un parque, restos que parecen despreciables. Y así creó su primer ‘Soundsuit’. Desde entonces, este reconocido artista que ha sido calificado como el “más alegre y crítico de los artistas estadounidenses”, ha elaborado centenares de esos peculiares y magnéticos ‘trajes del sonido’. Una suerte de caparazones exuberantes que reflexionan sobre los límites de la visibilidad. Mitad escudos, mitad máscaras.

La protesta es un grito contra la injusticia, un golpe de puño, una búsqueda de catarsis, pero también una invocación a la esperanza. Cuando los pasos se agotan o el clamor se acalla, queda el arte. El eco perpetuo de la protesta.