La contraportada

Cómo comportarse en... una cena de amigos

De cómo afrontar las vacaciones de los demás y de cómo mantener la dignidad en la mesa mientras se agolpan anécdotas sobre viajes exóticos y escenarios de una belleza incomparable

Amigos comida exterior

Amigos comida exterior / Epi_rc_es

3
Se lee en minutos
Josep Maria Fonalleras
Josep Maria Fonalleras

Escritor

ver +

Todo esto ha cambiado mucho, porque antes, al regresar de vacaciones, los amigos se reunían no solo para compartir las experiencias vividas, sino para perpetrar una sesión con las diapositivas del viaje. Ahora, no. Ahora se comparten en presente, mientras están pasando (e incluso antes), con una inmediatez que, al menos, nos ahorra el bombardeo de fotos posterior. Recibimos, en riguroso directo, las emociones vividas, las ingestas exóticas, los atardeceres románticos, las alboradas reconfortantes, la paz y la serenidad o las bajadas en kayak por aguas bravas y los saltos al vacío desde un puente que pende sobre el precipicio.

Entretodos

Publica una carta del lector

Escribe un 'post' para publicar en la edición impresa y en la web

Pero sigue habiendo una cena, porque es como la necesidad de poner el punto final al periodo estival, al igual que hubo una cena anterior, que marcaba el inicio y era como el pistoletazo de salida para que todo el mundo escampara. En el caso de la primera, había un abanico abierto de posibilidades y, en función de las aficiones, el dinero y las ganas de viajar de los comensales, la conversación giraba en torno a las rutas a seguir, los rincones a descubrir, la necesidad de evadirse. En un momento determinado, siempre había uno que decía "nos conviene cargar las pilas", que es el mismo que, en el encuentro final, vuelve a insistir: "Ahora, ya tenemos las pilas cargadas, ¿no?". Es una de las peores expresiones que generan las vacaciones. Primero, porque, en principio, este tipo de generadores electroquímicos no se vuelven a cargar una vez agotados y, en segundo término, porque se entiende así que las vacaciones no son el escenario de la ‘oceanografía del tedio’, sino una especie de estación de servicio para afrontar con más energía las cimas más escarpadas y duras del otoño que espera.

Noticias relacionadas

En la cena del final de vacaciones –a partir de los alimentos que cada uno de los comensales ha traído del viaje (“un aceite excepcional, solo lo hacen en esta isla griega”, “un queso que aquí no lo encuentras”, “un vino natural, único, de las costas de Croacia”)– se abre la competición que certificará el nivel de envidia del grupo. Hay quienes callan y asienten, pensando en las desgracias que tuvieron cuando perdieron el equipaje y cuando el hotel que pensaban que era con vistas al mar resultó ser una pensión de mala muerte. Hay quienes hablan de las excelencias de aquella excursión a Capadocia (“se parece a la obra de Gaudí”), quienes magnifican el viaje a la otra punta del mundo (“tenemos que aprender de cómo viven, no tienen nada, pero disfrutan de la vida”) y los que se conforman con las heroicidades de los demás y piensan que, para ellos, las vacaciones se han traducido en una picadura de medusa (que todavía escuece), uno curioso helado de patatas chips (‘patatine’) en el Gelato Pensato de L’Estartit y una muy animada cantada de habaneras en Calonge.

Siempre que se avecina la agonía de las vacaciones pienso en mi madre. Nos estábamos unos días en un apartamento de Platja d'Aro o de Blanes, y el final se convertía, para ella, en una tortura, porque quería decir dejarlo todo limpio y en condiciones, hacer las maletas, meterlas en un Seiscientos y “aprovechar el último baño”, como si no hubiera otro nunca más. No había cena de despedida, pero sí que íbamos a tomar una copa voluminosa de helado, con nata y bengalas incorporadas. Y, cuando llegábamos a casa, ella, exhausta, por fin descansaba de aquel tan plácido mes de agosto.