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Antes de los vigilantes de la playa | + Historia

Por desgracia, cada verano los medios informan de muertes por ahogamiento. Y eso que ahora la mayoría de playas y piscinas tienen socorrista, una figura relativamente reciente. Antes los esfuerzos eran para salvar náufragos

Un miembro del 'Ocean Viking' entrega chalecos salvavidas a unos migrantes rescatados, el pasado mes de noviembre, en el Mediterráneo.

Un miembro del 'Ocean Viking' entrega chalecos salvavidas a unos migrantes rescatados, el pasado mes de noviembre, en el Mediterráneo. / CLAIRE JUCHAT / SOS MEDITERRANEE

Xavier Carmaniu Mainadé

Xavier Carmaniu Mainadé

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El verano es el momento de descanso y vacaciones para mucha gente, que a menudo busca refrescarse cerca del agua, bien sea en la playa, en la piscina o incluso en los ríos. Sin embargo, desgraciadamente cada año hay personas que por culpa de un problema de salud o por una imprudencia pierden la vida ahogadas. La mayoría de nosotros estamos en contacto con el medio acuático solo unas semanas de la canícula y no tenemos demasiada idea de qué hacer en situaciones de emergencia o dificultad. Por esta razón, en nuestra época es impensable que en playas y piscinas no exista vigilancia y servicio de socorristas. El origen de esta figura, pensada para rescatar a bañistas, se encuentra en las playas de California. En 1909, una serie de ahogamientos en Long Beach hizo que las autoridades pusieran en marcha un cuerpo de socorristas profesionales. O sea los bisabuelos de esos 'Vigilantes de la playa' que hicieron populares David Hasselhoff y Pamela Anderson en la serie de los 90.

En España esta figura apareció alrededor de 1914, aproximadamente, aunque no empezó a ser habitual hasta finales del siglo XX, cuando el turismo masivo de sol y playa sumado a una legislación en seguridad más estricta hicieron implementar redes de salvamento. Históricamente lo que más había preocupado era el rescate de tripulaciones y viajeros de embarcaciones naufragadas.

Todo empezó en 1824, cuando el aristócrata y filántropo británico William Hillary puso en marcha la Royal National Institution of the Preservation of Life from Shipwreck. Lo hizo con dinero de su propio bolsillo, cansado de que el Gobierno no le hiciera caso. Había sido testigo de incontables naufragios en las costas de la isla de Man y sabía que era necesario hacer algo para evitar que cada hundimiento acabara en tragedia. Cuando su grupo de rescate empezó a operar en el mar de Irlanda captó la atención de todos y eso hizo posible que las administraciones finalmente asumieran la labor.

Además, la idea fue copiada en todas partes. En 1838 se constituyó una organización similar en Bélgica y después siguieron las de Dinamarca y Estados Unidos en 1848 y Suecia en 1856. En España, en 1861 se empezaron a realizar algunas gestiones para crear una flota de salvamento y se encargaron al Reino Unido barcas del modelo antisumergible que utilizaban las brigadas salvavidas británicas. Era un diseño patentado, que llevaba incorporado dos cámaras de aire, una en proa y otra en popa, que mantenían la nave siempre en superficie, y que además impedían que volcase.

Paralelamente, el ingeniero Martín Ferreiro Peralta, que trabajaba en la dirección general de hidrografía, elaboró un mapa con los principales puntos negros de la costa donde se producían naufragios. Esto permitió dar un impulso definitivo a la creación de la Sociedad Española de Salvamento de Náufragos, que se constituyó en 1880.

Puertos pioneros

De todas formas, los años anteriores en algunos puertos ya habían decidido poner en marcha sus propios equipos de socorro. En 1873 había entrado en funcionamiento el de Santander, en 1875 el de Murcia y en 1879 el de San Sebastián. En las costas catalanas merece la pena destacar el caso de Sant Feliu de Guíxols, inaugurado en 1886. Es interesante porque a pesar del paso del tiempo se ha conservado todo el equipo de aquella época y permite hacerse una idea de cómo operaban gracias a la exposición permanente que ahora existe en la antigua estación de salvamento. La pieza estrella es el bote modelo británico de unos 10 metros de eslora para cinco remeros y patrón. También llama la atención el carro varadero que, tirado por cinco caballos, remolcaba la barca hasta la playa; así como otras herramientas que tenían entonces como el cañón lanzacabos de la casa inglesa Dawson y un lanzacohetes de la marca alemana Spandau. Aparte de cordaje, botas, y un bien provisto botiquín.

Visitar esta parte del Museo de Historia de Sant Feliu de Guíxols es una buena manera de terminar un día de playa en la Costa Brava y recordar que, además de la prudencia, también es importante tener buenos equipos de salvamento para evitar desgracias.

Sensibilidades cambiantes

De la misma forma que ahora se reclama un buen servicio de emergencias porque los ahogamientos de bañistas nos causan un fuerte impacto, las sociedades de socorro surgieron en el siglo XIX a raíz de los naufragios de barcos de pasajeros, que proliferaban entonces. Mientras sólo se hundían buques de pesca y de transporte nadie prestaba demasiada atención al tema.

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