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Gasoductos, del bambú al acero

Con el control de la distribución del gas, Moscú recuerda a Europa que tiene la sartén cogida por el mango y que no le conviene tensar demasiado la cuerda en el conflicto de Ucrania, si quiere tener calefacción este invierno.

Construcción de un gasoducto en Argentina, en 1960 (Félix Luna, Wikimedia)

Construcción de un gasoducto en Argentina, en 1960 (Félix Luna, Wikimedia)

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Xavier Carmaniu Mainadé
Xavier Carmaniu Mainadé

Historiador

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A Rusia la invasión de Ucrania quizás no le ha salido como tenía previsto, pero está haciendo pagar cara la oposición de Europa a sus planes expansionistas, recordando a la UE que controla la distribución del gas que utilizan buena parte de los países del Viejo Continente. Estos días lo hace evidente al reducir la cantidad de esa energía distribuida a través de las tuberías de los gasoductos. Como se dice vulgarmente, Putin puede abrir y cerrar el grifo según le convenga.

Durante décadas nos hemos llenado la boca hablando de globalización y cómo la economía cada vez estaba más interconectada, pero todo esto era con un primer mundo en paz y sin conflictos cerca de sus fronteras. Cierto es que en el mundo siempre ha habido guerras, pero no nos engañemos: cuando no tienen incidencia directa en la vida cotidiana de los ciudadanos de las grandes potencias, los gobiernos hacen poco más que declaraciones grandilocuentes, nada más. Ahora, en cambio, la situación es algo distinta. El tiempo dirá adónde nos llevará todo esto porque es incierto saber qué pasará a largo plazo. Por el momento, podemos imaginar un período en el que los países intentarán reducir la dependencia energética del exterior, pero esto es imposible que suceda de un día para otro. Y Moscú lo sabe.

El crecimiento de la distribución del gas entre Asia y Europa ha sido posible a lo largo del siglo XXI gracias a una demanda cada vez mayor, sobre todo durante la primera década del milenio antes de la crisis económica de 2008. Ahora bien, la idea de transportar esta energía desde su lugar de origen hasta donde se necesita es antiquísima. Por ejemplo, alrededor del año 400 antes de Cristo, se tiene constancia de que en Pekín había un entramado de tuberías hechas con bambú que servían para iluminar las principales calles mediante el gas.

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En Europa la cosa fue bastante más lenta. Alrededor de 1785, en Reino Unido producían gas quemando carbón y aquella energía era destinada a encender farolas, tanto en las casas como en la vía pública. En ese momento, las tuberías eran de hierro fundido. Sin embargo, a partir del siglo XIX se empezaron a fabricar de acero. El problema es que, al principio, el sistema de conexión entre tramos no era suficientemente estanco y se producían fugas, lo que limitaba la longitud de los recorridos.

En 1816, en Estados Unidos, la ciudad de Baltimore fue pionera en alumbrar las calles con este sistema. Poco después, durante la década de 1830, Filadelfia puso en marcha la primera compañía de gas natural municipal del país. Aquella localidad de Pensilvania incorporó un innovador sistema de fabricación de tuberías soldadas que, en 1825, había diseñado Comenius Whitehouse. Gracias a aquella mejora tecnológica, en EEUU proliferaron tanto gasoductos como oleoductos y, poco a poco, aquellos productos se dejaron de distribuir a través de otros métodos menos eficientes como el barco, el ferrocarril o incluso los carros.

Durante el siglo XX, el perfeccionamiento de los materiales posibilitó desplegar una red de gasoductos cada vez más robusta. Las tuberías de acero eran suficientemente fiables para hacerlas pasar por zonas orográficamente complicadas o incluso enterrarlas o sumergirlas. Además, pudieron fabricarse de diferentes diámetros, lo que facilitaba su instalación a nivel doméstico. De esta forma, el gas llegó a los hogares para utilizarse en el funcionamiento de calderas, calentadores de agua, hornos, cocinas y calefacción. Esto supuso una mejora extraordinaria del confort de los domicilios particulares.

El problema es que no todos los estados disponen de esa energía. Así, mientras en Estados Unidos no tienen demasiados problemas para autoabastecerse, en Europa Occidental se depende de proveedores externos y aquí es donde entran juego países como Rusia y Argelia, que aprovechan su posición de fuerza para sus intereses particulares e influir en la política y economía mundiales. Por eso tendremos que estar atentos a ver qué ocurre en invierno, cuando los políticos de la Unión Europea tendrán que hacer equilibrios entre ayudar a Ucrania y conseguir gas para calentar los hogares de sus votantes.


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