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Watergate, una lección vigente

'The Washington Post' y otras cabeceras ejercieron de verdadero contrapeso del poder frente a la reacción de Nixon y su entorno

Ben Bradlee (izquierda), editor del ’Washington Post’, con el periodista Bob Woodward.

Ben Bradlee (izquierda), editor del ’Washington Post’, con el periodista Bob Woodward. / REUTERS / ALEX GALLARDO

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Albert Garrido
Albert Garrido

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El 19 de junio de 1972, dos jóvenes periodistas del diario 'The Washington Post', Bob Woodward y Carl Bernstein, firmaron por primera vez una información relacionada con el asalto a las oficinas del Comité Nacional Demócrata, ocurrido en el edificio Watergate dos días antes. El primer párrafo decía así: “Uno de los cinco hombres arrestados la madrugada del sábado en el intento de instalar micrófonos en la sede del Comité Nacional Demócrata es el coordinador de seguridad asalariado del comité de reelección del presidente Nixon”. Y seguía en el párrafo siguiente. “El sospechoso, el exempleado de la CIA James W. McCord Jr., de 53 años, también tiene un contrato separado para brindar servicios de seguridad al Comité Nacional Republicano, dijo ayer el presidente nacional del Partido Republicano, Bob Dole”.

Ni preámbulos innecesarios ni cosa parecida: solo datos incontrovertibles, reveladores de que algo olía a podrido. En la mejor tradición de la técnica anglosajona del 'lead', con renuncia expresa del recurso a adornos y adjetivos innecesarios, dejaron siempre que los hechos hablaran por sí solos para dejar al descubierto los manejos en las alcantarillas del poder, desde los peones de la trama a Richard Nixon. “En 48 horas –recuerda en sus memorias Ben Bradlee, a la sazón director del diario–, habíamos conseguido relacionar lo que los republicanos llamaban ‘un robo de poca monta’ con la Casa Blanca”. Siguieron más de dos años de un pulso permanente entre la cima del poder político y el 'Post'.

¿Cómo fue posible que el medio pudiera resistir todas las presiones? En la lección permanente de periodismo de hace medio siglo concurrieron por lo menos cuatro factores, además de la tenacidad de Woodward y Bernstein: la determinación de la editora Katherine Graham, miembro destacado de la alta sociedad de Washington, de resistir todo tipo de amenazas y desafíos; la decisión de Mark Felt (Garganta Profunda), el despechado número dos del FBI, de suministrar a los periodistas información fundamental para que avanzaran las pesquisas; el apoyo final del Partido Republicano a la brega demócrata para sanear la presidencia; y la influencia social de los medios más prestigiosos, comprometidos con la salvaguarda de la cultura democrática, reforzados en sus expectativas desde el año anterior merced a la publicación de los Papeles del Pentágono después de una enconada disputa legal con la Casa Blanca.

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Esto último resultó ser decisivo. El 'Post' y otras cabeceras ejercieron de verdadero contrapeso del poder frente a la reacción de Nixon y su entorno en el seno de una sociedad traumatizada por la guerra de Vietnam y la convicción de que el presidente había mentido y obstruía la labor fiscalizadora del Congreso. ¿Cabe imaginar que algo parecido puede suceder 50 años después del primer capítulo del caso Watergate? Si nos atenemos a lo ocurrido durante la presidencia de Donald Trump, a los reiterados esfuerzos de la prensa liberal de calidad para ponerle en evidencia, asoman las dudas. Basta recordar que durante el primer año de Trump en la Casa Blanca, el periódico 'The New York Times' publicó una doble página con todas las barbaridades dirigidas por el presidente a sus adversarios políticos a través de las redes sociales. No pasó nada; de hecho, millones de ciudadanos nunca tuvieron noticia de la información suministrada por el periódico, o solo tuvieron acceso a resúmenes fragmentados puestos en circulación por 'Fox News' y otros medios ultraconservadores.

'Mientras que hace medio siglo fueron decisivas las indagaciones de Woodward y Bernstein para precipitar los acontecimientos que desembocaron en la dimisión de Nixon, hoy los 'spin doctors' se afanan en propagar hechos alternativos, una versión posmoderna de lo que no es más que falsear la realidad, favorecidos en su labor por la creciente fragmentación del espacio comunicativo y la proliferación de emisores de origen y solvencia desconocidos. “El Watergate elevó la prensa a las alturas de la estima nacional”, escribe Bradlee en sus memorias; en nuestros días, diferentes estudios revelan que alrededor del 40% de los estadounidenses tienen Facebook como única o principal fuente de información. No es exagerado deducir que la calidad de la democracia está en juego.

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