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Cuando Isabel II humilló a Felipe VI (otra vez) | Por Patrycia Centeno

Mientras en la Zarzuela siguen anclados en la década de los 80, en el palacio de Buckingham han logrado que hasta una anciana de 96 años se antoje más actual y guay que un tipo 40 años más joven.

La reina Isabel II de Inglaterra toma el té con el osito Paddington

La reina Isabel II de Inglaterra toma el té con el osito Paddington / AFP

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Patrycia Centeno
Patrycia Centeno

Experta en comunicación no verbal.

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Le bastaron solo dos minutos para volver a dar una lección magistral de comunicación real y dejar en evidencia ('again') a Zarzuela. En 120 segundos contemplamos a Isabel II tomar el té con el osito Paddington (personaje de la literatura infantil inglesa), descubrimos qué lleva en su sempiterno bolso de mano y alucinamos al verla golpear la taza con una cucharilla al ritmo de 'We will rock you' para dar paso al multitudinario concierto en su honor durante las celebraciones de sus 70 años en el trono. Además de hacer gala del humor inglés y ofrecer una interpretación notable –aguantó con maestría el gesto en cada primer plano, y eso que interactuar con un dibujo animado digital no debe ser tarea fácil– la soberana también consiguió conectar con numerosas generaciones de ciudadanos. La reacción facial de los espectadores dio buena cuenta de ello. Incluso su propia familia, sentada como público en las gradas, se sorprendió y divirtió con el 'sketch' que se proyectó en una gran pantalla (los ojos como platos de la princesa Charlotte -7 años-, hija de los duques de Cambridge, alucinando no solo con la actuación de su bisabuela sino con el hecho de que su dibujo favorito paseara por palacio). Pero es uno de sus bisnietos en particular, el hoy ya famoso príncipe Louis, de 4 años, el que parece haber heredado las dotes cómicas de todos sus antepasados (eso o el espíritu punk de los Sex Pistols se apoderó del crío). Sus traviesas muecas de hastío, provocación y desesperación durante las celebraciones de jubileo de platino de la reina sirvieron para que incluso los republicanos se sintieran de algún modo representados en la fiesta de la monarquía. 

Obviamente, lo del niño no estaba ensayado, pero el hecho de que le permitieran ser, no lo censuraran y se rieran con aquel comportamiento nada protocolar (hasta sus padres bromearon sobre la situación en un comunicado) dio a entender que hasta los rebeldes tenían cabida en la realeza del siglo XXI (aunque luego acaben en un Megxit).

«Es complicado transmitir las emociones en un escenario. Imagina los actores que lo tienen que hacer siempre», le apuntaba el rey Felipe a su hija la infanta Sofía en aquel vídeo en el que pretendió hacer partícipe a los españoles de su vida en la intimidad para celebrar su 50 aniversario (quizá lo recuerden sencillamente como el vídeo en el que la familia real come una sopa asquerosa). Aquella aparentemente inocente confesión por parte del monarca español confirma la teoría, el error permanente que comete el equipo de comunicación de Casa Real. En Zarzuela aún no se han enterado de cuál es su principal y única tarea y 'el Preparado' no se formó para la disciplina más imprescindible de su carrera: interpretar.

En cambio, sus parientes, los 'royals british', tienen mucho mejor aprendida la receta para (pese a arrastrar su misma problemática de anacronismo y escándalos familiares) sostenerse en el tiempo: adaptarse a las nuevas formas y formatos de comunicación. Mientras en Zarzuela siguen anclados en los años 80 (a veces, incluso, las apariciones del rey emérito en su día resultan más modernas que las de su hijo, el actual rey); en Buckingham Palace han logrado que hasta una anciana de 96 años se antoje más actual y guay que un tipo 40 años más joven. Comparar la calidad de la imagen, la indumentaria, la gestualidad, las escenografías, el protocolo, las coreografías de las puestas en escena de la reina Isabel II y Felipe VI sea en retratos oficiales, interacción en redes sociales, discursos navideños televisados, en videollamadas durante la pandemia o visitas presenciales por el territorio resulta una humillación constante para la corona española. 

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