Entender + el racismo en EEUU Opinión Basado en interpretaciones y juicios del autor sobre hechos, datos y eventos

Europa y Estados Unidos, doble cuna del supremacismo

En el aparato teórico del supremacismo en EEUU se mezclan el nacionalismo racial y la defensa de la excepcionalidad blanca, más dosis intensivas de antisemitismo y animadversión hacia el mundo musulmán

Una persona sostiene el símbolo del movimiento QAnon.

Una persona sostiene el símbolo del movimiento QAnon. / AP

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Albert Garrido
Albert Garrido

Periodista

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El asesinato de diez afroamericanos en un supermercado de Buffalo, norte del estado de Nueva York, el 14 de mayo ha puesto de relieve por enésima vez la herida no cicatrizada de la división racial en Estados Unidos, avivada la hemorragia por la teoría supremacista del gran reemplazo. El joven Payton S. Gendron, de 18 años, abatió a sus víctimas poseído por la creencia de que existe un plan universal para suplantar el poder de la población blanca y someterla. Organizaciones de extrema derecha como QAnon, afectas a Donald Trump y que secundaron con entusiasmo el asalto al Congreso el 6 de enero de 2021, son difusoras de la amenaza del gran reemplazo.

En el aparato teórico del supremacismo se mezclan el nacionalismo racial y la defensa de la excepcionalidad blanca, más dosis intensivas de antisemitismo y animadversión hacia el mundo musulmán. Hay en todo ello conceptos heredados de la cultura europea, que se manifestaron especialmente durante las décadas de mayor auge de la expansión colonial, pero también elementos genuinamente estadounidenses que se remontan a la frustración de la sociedad esclavista del Sur, a raíz de la victoria del Norte en la guerra civil (1861-1865).

La escritora Cynthia Alease Smith observa en 'White Supremacy and the Post-Racial Color Blind Era' (KDP, 2020) que “la ideología de la supremacía blanca y su metamorfosis, el nacionalismo blanco y la excepcionalidad blanca” emanan de ideas importadas de Europa desde finales del siglo XIX. Basta recordar la defensa de los caballeros blancos del Ku Klux Klan que hace David W. Griffith en la película 'El nacimiento de una nación' (1915) y su grotesca descripción de la sociedad de color para comprender que en Estados Unidos había el ambiente propicio para que arraigaran tales mensajes. Lo mismo cabe decir, por ejemplo, del público interés de Henry Ford por los delirantes protocolos de Sión, de la alarma por la “composición racial de la nación” manifestada por el presidente Theodore Roosevelt y de los activistas contra un “nuevo orden mundial”, controlado por los judíos.

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La profesora Kathleen Belew, de la Northwestern University, sobrevuela este paisaje ideológico, recuerda la influencia que el supremacismo nacido en Europa ha tenido en Estados Unidos –cita 'Le camp de saints', de Jean Raspail (Robert Laffont, 1973) y 'Le grand remplacement', de Renaud Camus (2011)–, pero ajusta el foco de su análisis a la realidad de hoy en el ensayo 'The Violent Defense of Whiteness', publicado el 17 de este mes en 'The New York Times'. El gran reemplazo, escribe, “transforma los problemas sociales en amenazas directas: la inmigración es un problema porque los inmigrantes superarán a la población blanca”. Y sigue: “El aborto es un problema porque los bebés blancos serán abortados. Los derechos L.G.T.B.Q. y el feminismo sacarán a las mujeres del hogar y disminuirá la tasa de natalidad blanca. La integración, los matrimonios mixtos e incluso la presencia de personas negras alejadas de una comunidad blanca (…) se ven como una amenaza para la tasa de natalidad blanca a través de la amenaza del mestizaje”.

En otro trabajo de la misma autora, 'Bring the War Home' (Harvard University Press, 2018), ya adelantó el carácter progresivamente violento del movimiento supremacista “como lo demuestran décadas de terrorismo de sus seguidores”. El presidente Joe Biden se ha referido al “terrorismo nacional” y Alejandro Solalinde, a la “ruptura previa de la identidad nacional” en el prólogo de 'Trump y el supremacismo blanco', de Alejandro Jalife-Rahme (OrfilaValentini, 2017). El título del libro de Tania Lavin, glosado el 16 de mayo en estas mismas páginas, resume con precisión el aire que respiran los supremacistas: 'La cultura del odio' (Capitán Swing, 2022).

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En tal cultura desempeña un papel esencial la composición de los flujos migratorios, convertidos en “el epicentro del debate mundial”, según Jalife-Rahme, intensificado por “la torpe visión de Donald Trump”, utilizado por la extrema derecha europea como uno de los ingredientes esenciales para la impugnación de la cultura democrática, entendida la migración procedente del sur “como una amenaza mayor para el colapso cultural y la extinción de lo blanco”, en opinión de Kathleen Belew. Lo que, llevado el caso a Estados Unidos, supone añadir el combate contra el inmigrante a las viejas proclamas comunitaristas, de separación de las sociedades blanca y negra y de afianzamiento de la supremacía de la comunidad 'wasp' ('white', 'anglo-saxon', 'protestant').

Para el filósofo francés Philippe-Joseph Salazar, la aplicación de tales principios y de otros de parecida carnadura lleva indefectiblemente “al rechazo de una humanidad común” y a la configuración de “una nueva ideología de separatismo por la raza”, que en el fondo, así en Europa como en Estados Unidos, es una forma de nacionalismo. Las opiniones de Salazar en 'Supremaciste: l’enquête mondiale chez le gourou de la droite dentitaire' (Plon, 2020), cabe remitirlas al punto de partida de los ideólogos de la América mesiánica, aquella convencida de que debe cumplir la misión universal de implantar su modelo en todas direcciones. Bastante parecido todo al pensamiento colonial legado por Europa y que asoma en el poema de Rudyard Kipling 'La carga del hombre blanco', donde se presenta como una obligación moral “colonizar y civilizar a los pueblos mitad demonios, mitad niños”, concluye Salazar. Una forma de supremacismo impregnado de paternalismo condescendiente, pero supremacismo al fin.

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