Entender + las elecciones en Irlanda del Norte Opinión Basado en interpretaciones y juicios del autor sobre hechos, datos y eventos

El voluntario del IRA frente al ladrón de gallinas en Irlanda del Norte

Las experiencias comparadas demuestran que la moderación suma más complicidades que los fogonazos patrióticos y las huidas hacia adelante solo llevan a la frustración y al fracaso colectivo

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Bandera del Sinn Fein durante las elecciones de Irlanda del Norte.

Bandera del Sinn Fein durante las elecciones de Irlanda del Norte. / Mark Marlow / Efe

En 1998 visité Belfast, en plena tregua del IRA. Tenía el encargo de reportear el proceso de paz y para ello me recorrí buena parte de la capital del norte de Irlanda en cuyos muelles se construyó el 'Titanic'.

Me acuerdo de cuando entré andando por Falls Road, la arteria principal de West Belfast, el gran barrio católico, feudo republicano. Aviso a navegantes. De unas farolas, a modo de macetas, colgaban dos cascos de soldados británicos y debajo, en plena calle, habían esparcido vísceras.

Poca gente paseaba por esas calles que patrullaban tanquetas del Ejército con un tirador apuntando a los transeúntes. En esa avenida de casas adosadas, todas eran iguales. Y sin número alguno que las identificase. Pregunté como les llegaba la correspondencia, por ejemplo. Y me respondieron que era para dificultar los registros del Ejército y las temidas unidades policiales de la Royal Ulster Constabulary (RUC). Pero sobre todo para evitar atentados de los paramilitares unionistas. Los mismos que en 1993 irrumpieron en casa de Alex Maskey, concejal del Sinn Fein. El fornido Maskey, venerado boxeador y trabajador de esos astilleros que encumbraron el mayor buque de pasajeros conocido, salvó la vida de casualidad. Menos suerte tuvo un amigo íntimo, cayó cosido a tiros tras una modesta cena familiar en casa de los Maskey, regada con esa cerveza que en los peores momentos fue parte fundamental de la dieta calórica en el barrio. Fue su último trago.

Todos los servicios -entre estos el postal- iban a cargo de personas de la comunidad, jamás de personas ajenas al barrio.

Maskey me recibió en su despacho en el ayuntamiento que más bien parecía un búnquer por las cámaras y la puerta blindada. Me contó su historia, anécdotas adrenalíticas de los años de plomo y su esperanza en el proceso de paz.

Alex Maskey (izquierda), con Arnaldo Otegi y Gerry Adams. 

/ Paul MacCerlane / Efe

Fue muy amable. Me llevaron en coche por todo Belfast (incluido Shankill Road, el feudo lealista) e incluso me presentaron a un voluntario del IRA recien salido de la cárcel tras 16 años entre rejas. Como no, el encuentro fue en un pub, de los católicos Celtics de Glasgow, degustando una saborosa Guinness que sorbí mientras escuchaba el relato del voluntario.

Tenía muchas referencias del País Vasco y escasas de Catalunya. Para empatizar le conté que yo también estuve en la cárcel. Fue por insumiso pero no se lo dije. Eso sí, me preguntó que cuánto tiempo. Y le contesté que un verano ante lo que me respondió con una mueca "¿¡pero eras un ladrón de gallinas!?" Reímos juntos. Claro que en esas calles por robar una gallina, si eras reincidente, igual te pegaban un tiro en la rodilla. Y si el delito era grave, tráfico de drogas o una violación, voluntarios del Ejército Republicano Irlandés te daban la extremaunción. La policía no resolvía los problemas del vecindario, la comunidad se autoregulaba. A nadie se le ocurría llamar a las RUC.

Al expreso del IRA le perdí la pista. Pero Maskey se convirtió cuatro años más tarde en alcalde de Belfast, no por ninguna victoria militar del IRA sino por el apoyo popular que fue al alza en paralelo al proceso de paz.

El Sinn Fein ha seguido cosechando éxitos tras dejar atrás la lucha armada, una verdadera guerra civil. Paulatinamente ha logrado incrementar los sufragios, elección tras elección. Hasta estar en condiciones de lograr un hito histórico, con la posibilidad de ganar por primera vez las elecciones en Irlanda del Norte de este jueves. Lo que es, sin lugar a dudas, un premio a su apuesta nítida por las vías pacíficas y democráticas, por el fin de una violencia incrustada en la pequeña sociedad norirlandesa que se llevó por delante la vida de más de 3.500 personas. Entre ellos, a muchos compañeros del alcalde Maskey. Además de decenas de miles de heridos, como el mismo Maskey que en otro atentado salvó la vida milagrosamente pero perdió medio estómago. Para entender lo que significan 3.500 cadáveres en esos condados al norte de la isla, hay que tener presente que la población era de poco más de millón y medio de personas, menos que la ciudad de Barcelona.

Lo sucedido en Irlanda no es insólito. Ni mucho menos. En Euskadi, Bildu ha cosechado los últimos años sus mejores resultados. El fín de ETA ha dado alas a Bildu, en el último ciclo electoral. Por contra, ha dejado al PP en mínimos históricos. Bildu es claramente segunda fuerza en el Parlamento vasco, no deja de crecer en las urbes y aspira a desbancar al PNV.

Pero no sólo en Europa el fín de la violencia ha significado mayor apoyo para las formaciones que sin renunciar a sus objetivos han apostado por superar una etapa terrible. También en Suramérica, sin duda.

Colombia puede ser una nueva demostración de que lo que no logró una insurrección armada si es posible a través de las urnas. El exguerrillero de las FARC y candidato de la izquierda, Gustavo Pietro, lidera todas las encuestas para las presidenciales de finales de mayo. Aunque menos, la violencia sigue, con una escisión de las FARC activa, con el ENL vivo y con los paramilitares narcos sembrando su ley. Además del Ejército colombiano, reforzado por el estadounidense, combatiendo a unos y otros.

Si Pietro logra vencer a la historia también estará mandando un mensaje diáfano. Las armas no dan el poder, las urnas sí.

Lecciones

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Afortunadamente, Catalunya no es Irlanda, ni Euskadi ni Colombia. Ni por asomo. Pero también hay debates estratégicos en el seno del independentismo que plantean falacias románticas y una radicalización estéril y quienes flirtean con el 'cuanto peor, mejor'. Es decir, por un Gobierno de PP y Vox. Y ese camino no solo no lleva a referéndum alguno de autodeterminación si no que alimenta a una pulsión reaccionaria que gana enteros en la medida que se agrava el conflicto. Las experiencias comparadas demuestran que la moderación suma más complicidades que los fogonazos patrióticos, como también demuestra el SNP en Escocia.

Las huidas hacia adelante solo llevan a la frustración y al fracaso colectivo. Lo que debería ser una lección de vida de la que todo hijo de vecino debería tomar buena nota.