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El Elíseo, la aristocrática mansión del presidente de la República | + Historia

Hace tres siglos, un rico noble francés estrenaba su casa en París. Jamás se hubiera podido imaginar aquel lejano 1722 que su mansión acabaría convertida en la residencia oficial del presidente de la República.

Los presidentes Charles de Gaulle y John F. Kennedy en el Palacio del Elíseo, en 1961.

Los presidentes Charles de Gaulle y John F. Kennedy en el Palacio del Elíseo, en 1961. / J.F. Kennedy Library

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Xavier Carmaniu Mainadé
Xavier Carmaniu Mainadé

Historiador

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Este domingo, la ciudadanía francesa está llamada a las urnas para decidir si quieren que Emmanuel Macron continúe como presidente de la República o, en cambio, prefieren que le sustituya Marine Le Pen. Como otras veces en que la extrema derecha ha llegado a la segunda vuelta de las presidenciales, en tierras galas ha habido un enorme alboroto, pero por más aspavientos que se hagan, es evidente que un porcentaje importante del electorado tiene simpatías por la política reaccionaria de la líder de lo que ahora se llama Reagrupamiento Nacional, que no deja de ser una modernización del Frente Nacional, formación que impulsó su padre, Jean-Marie Le Pen.

Gane quien gane, en las crónicas periodísticas seguro que se hará referencia al Elíseo, la residencia oficial de la Presidencia de la República. Ahora que hace tres siglos que este emblemático edificio se acabó de construir, es un buen momento para pasear por los pasillos de su historia.

Inicialmente, era la casa del conde de Évreux, que en 1718 encargó al arquitecto Armand Claude Mollet lo que en francés se conoce como un “hôtel particulier”, es decir, una especie de mansión urbana, habitual entre la aristocracia de los siglos XVII y XVIII. La idea era tener una residencia familiar que sirviera para hacer ostentación de la riqueza y el estatus de su propietario. Y esto tenía que quedar claro desde la misma puerta de entrada.

Si nuestros lectores hacen memoria, recordarán que en las imágenes de las recepciones oficiales de Macron, los invitados llegan a una explanada en la que son saludados por ‘monsieur le president’ y entran por el vestíbulo principal; que está flanqueado por dos alas que originariamente tenían las funciones de establos y cocinas. Además, estos laterales sirven para cerrar el patio-jardín que llega hasta la calle. El objetivo de Mollet, y de los arquitectos de ‘hôtels particuliers’ similares a este, era que la entrada del edificio quedara alejada de la vía pública, es decir, separada del populacho, el ruido y el hedor de unas calles insalubres donde la limpieza brillaba por su ausencia. Ahora esas estancias se han reconvertido en despachos para los asistentes de la presidencia.

Como el conde de Évreux murió sin descendencia, la mansión fue cambiando de manos hasta que en 1753 fue comprada por la marquesa de Pompadour. Pero esta no andaba mucho por casa. Pasaba mucho más tiempo en Versalles, porque era la amante favorita de Luis XV. A quien, por cierto, legó el inmueble cuando murió. Entonces el rey lo convirtió en guardamuebles de la Corona hasta que en 1787 lo vendió a su prima, la duquesa de Borbón.

Fue entonces cuando se empezó a conocer como el Elíseo, por la proximidad con los Campos Elíseos, que están al lado. La aristócrata pudo disfrutar poco tiempo de su nueva casa porque dos años más tarde estalló la Revolución Francesa y el edificio pasó a manos de las nuevas autoridades. A partir de ese momento tuvo diferentes funciones. Durante un tiempo sirvió de depósito de muebles y pertenencias de los exiliados y presos, y después también fue el sitio donde se imprimía el diario oficial.

Con la llegada de Napoleón al poder, el palacio fue comprado por el marido de su hermana, Joachim Murat. Cuando este fue coronado rey de Nápoles por su cuñado, dio todas las propiedades que poseía en Francia al emperador, y así el Elíseo se convirtió en la residencia oficial de Bonaparte siempre que estaba en París y no estaba intentando conquistar Europa. Al ser depuesto, se destinó a los mandatarios extranjeros que viajaban a París durante las visitas oficiales. A mediados del siglo XIX lo ocupó otro Bonaparte, Luis-Napoleón; pero le debió de parecer poca cosa porque al autoproclamarse emperador se trasladó al Palacio de las Tullerías.

Finalmente, fue recuperado como residencia oficial en 1874 por el presidente Mac Mahon, pero quien le dotó del simbolismo actual fue el general Charles de Gaulle, a partir de 1958. Desde entonces, sus sucesores han preservado esta idea de ‘grandeur’ que sigue caracterizando la política francesa, aunque el país esté en horas bajas.

 


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