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Hoy igual que ayer, catedráticos refugiados | + Historia

La invasión de Ucrania ha despertado la solidaridad de muchos colectivos. Entre ellos, el de la comunidad universitaria, que quiere acoger al profesorado que ha escapado de la guerra e intenta continuar su trabajo aquí.

Pere Bosch Gimpera, rector de la Universitat de Barcelona hasta 1939 (Biblioteca Nacional de Francia).

Pere Bosch Gimpera, rector de la Universitat de Barcelona hasta 1939 (Biblioteca Nacional de Francia).

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Xavier Carmaniu Mainadé
Xavier Carmaniu Mainadé

Historiador

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Las imágenes que estos días nos llegan de ciudades ucranianas como Bucha nos muestran una de las caras más crudas, dolorosas y terribles de cualquier guerra. Anestesiados por un mundo audiovisual donde se muestran los conflictos como una ficción cargada de explosiones y efectos especiales, el periodismo nos hace tener los pies en el suelo para recordarnos que, en la vida real, las víctimas son de carne y hueso y mueren por el capricho y la maldad de quien va armado.

Estos actos criminales nos dejan sin palabras y nos ayudan a entender por qué más de cuatro millones de personas han abandonado su país. Refugiados de toda clase y condición que se buscan la vida donde pueden y como pueden. Los más afortunados podrán continuar con su labor profesional, como algunos docentes universitarios acogidos por los centros de nuestro país. Es una situación que recuerda muchísimo a lo que se vivió aquí en 1939.

Cuando, en abril de hace 83 años, Franco ganó la Guerra Civil, se empezó a perseguir de manera sistemática al profesorado universitario. “Depuración”, lo llamaron. El nacionalcatolicismo quería eliminar a todo lo que consideraba “Anti España” y que, básicamente, estaba vinculado a ideologías políticas como el republicanismo, el comunismo, el socialismo y el anarquismo; a colectivos como la masonería y a identidades nacionales como la catalana y la vasca y que tildaban simplemente de “separatistas” a sus defensores.

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Hay que tener en cuenta que cuando el franquismo se impuso, el nazismo y el fascismo deslumbraban a media Europa, y lo que se pretendía en España -por más que después se haya intentado edulcorar- era instaurar un régimen similar en el que se tenía que borrar cualquier elemento de oposición. Por eso muchos de los profesores que se quedaron fueron sometidos a consejos de guerra y se les prohibió regresar a las aulas. A algunos incluso se les fusiló, pese a no haber participado en acciones militares. Fueron asesinados por razones ideológicas.

Esto hizo que, conscientes del peligro que corrían, una gran parte huyera al exilio. Algunas investigaciones afirman que el 42% del cuerpo docente universitario español escapó. Inicialmente se instalaron en Francia, en parte por la esperanza de que Franco durara poco en el poder y también por una cuestión de proximidad, pero la ilusión fue efímera. Con el estallido en la Segunda Guerra Mundial y la ocupación nazi de París, se vio que las tierras galas no eran seguras.

A partir de entonces, aunque algunos buscaron refugio en Londres, la mayoría se marchó a América. Sobre todo se concentraron en México, donde también se había instalado el Gobierno de la República en el exilio, y ahí el presidente Lázaro Cárdenas les puso todas las facilidades. Era consciente de que ese talento recién llegado podía ser de mucha ayuda para el desarrollo del país. Y así fue. Muchos se establecieron allí, como el fisiólogo August Pi Sunyer, el filósofo Joaquim Xirau y el arqueólogo y rector de la Universidad de Barcelona, Pere Bosch Gimpera.

Otro de los países receptores fue Argentina, donde se creó una potente comunidad de historiadores encabezada por Claudio Sánchez Albornoz. También se podría citar lo ocurrido en Chile, Venezuela o Colombia. En estos últimos países trabajó el geógrafo Pau Vila, que introdujo las corrientes más modernas de su disciplina.

En Estados Unidos también hubo casos destacables, como el del arquitecto Josep Lluís Sert, uno de los referentes del movimiento racionalista y que, entre 1953 y 1969, fue el director de la Escuela de Diseño de Harvard. En esa misma época el lingüista Joan Coromines era profesor en la Universidad de Chicago y daba un impulso enorme al estudio de las lenguas castellana, occitana y catalana en tierras norteamericanas. Lo mismo hicieron Pedro Salinas en la Johns Hopkins y Jorge Guillén en el Wellesley College.

Es inevitable un poco de historia ficción e imaginar cómo habría sido la universidad española sin el corte brutal del franquismo. Pero también se puede hacer otra lectura: la suerte que tuvieron los países americanos de poder gozar de aquellas mentes brillantes expulsadas de su hogar por el fascismo.


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Farsas judiciales

Los procesos judiciales a los que eran sometidos los profesores eran una farsa. Sirve de ejemplo el caso del médico y rector de la Universidad de València, Juan Peset, que sufrió dos consejos de guerra. Como en el primero 'solo' le habían condenado a cadena perpetua, el falangismo local presionó para reabrir la causa. Entonces sí, fue condenado a muerte y fusilado.

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