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El mito de los cosacos ucranianos | + Historia

Por más moderna y sofisticada que sea la guerra actual, se sigue recurriendo a la épica de las antiguas batallas. Incluso los ‘hackers’ ucranianos evocan las hazañas de los cosacos que lucharon hace siglos

Shevchenko, el poeta que cantó las gestas de los cosacos.

Shevchenko, el poeta que cantó las gestas de los cosacos. / Museo Nacional Taras Shevchenko

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Xavier Carmaniu Mainadé
Xavier Carmaniu Mainadé

Historiador

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Hace pocos días, el enviado especial a Lviv, Ricardo Mir de Francia, explicaba en un artículo la conversación con un joven ucraniano llamado Yevhen que participa en las acciones coordinadas para atacar a Rusia informáticamente. Como ya explicamos hace unas semanas, la ciberguerra es una pieza importante de este conflicto, y aunque se lleve a cabo con pantallas y teclados, sus protagonistas también recurren a la épica bélica tradicional. Yevhen le explicaba a Mir: “A nosotros nos gusta vernos como cibercosacos, que también lucharon hace siglos por nuestra libertad”.

Cabe decir que la cosa no fue tan simple, pero ya se sabe que en tiempo de conflicto no hay espacio para los matices. Ciertamente, los cosacos son parte de la historia de Ucrania, pero desde el siglo XIX también ha sido un colectivo idealizado. Como muy bien escribía Mir, ni todos los cosacos eran ucranianos ni todos los ucranianos fueron cosacos.

El término tiene origen en la lengua kirguís y podría traducirse como “hombre libre” o “aventurero”. Es la etiqueta que se colgó a grupos de hombres más bien nómadas que, en torno a los siglos XVI y XVII, se movían por los territorios de las actuales Rusia, Ucrania y Polonia. Se dedicaban sobre todo a la caza y la pesca y fueron aumentando sus filas con los siervos que huían de sus dueños, cansados de deslomarse en las tierras ajenas sin derecho alguno.

Tenían una organización social propia y elegían a sus líderes con un sistema que podríamos definir, con ciertas prevenciones, como democrático o asambleario. Eran muy celosos de su libertad y la defendían. De ahí la fama de aguerridos guerreros. El problema es que esta forma de entender la vida incomodaba a los grandes poderes de la época. Polonia, por ejemplo, aunque se había servido de ellos para asegurar su frontera con Rusia, quiso controlarlos y ellos como respuesta se acercaron a los ortodoxos de Kiev.

Esto hizo que en el siglo XVII se viviera un momento de esplendor, durante la época del líder Bohdan Khmelnytsky, que llegó a vencer a los polacos en 1649 al tiempo que se acercaba a los zares rusos, a quienes ya les iba bien tener a alguien batallando contra sus adversarios. Esta relación es leída por la historiografía rusa como una muestra de sumisión cosaca, mientras que desde Ucrania se sostiene que Rusia reconoció una amplia autonomía a los cosacos.

Sea como fuere, el romance duró poco porque se disputaron el dominio de la actual Bielorrusia y, además, los zares se inmiscuyeron en los asuntos internos cosacos, quienes tras la muerte de Khmelnytsky entraron en una etapa de luchas intestinas. Todo el desbarajuste fue aprovechado por Rusia y Polonia para repartirse los dominios de Kiev utilizando el río Dniéper de frontera.

Los polacos, recordando épocas pretéritas, intentaron borrarlos del mapa, mientras que en la zona rusa gozaron de más libertad. Pero no olvidaban su pasado, y en 1709 se sublevaron, liderados por Iván Mazepa y con la ayuda de Suecia. Ahora cuesta creer, pero durante muchos siglos, el país escandinavo fue una importante potencia de la Europa báltica.

Los rusos aplastaron el levantamiento e incrementaron el control sobre los cosacos. Especialmente a partir de la etapa de la zarina Catalina la Grande, que en 1764 eliminó cualquier vestigio de autonomía de ese pueblo. Una de las estrategias fue rusificar las élites. Ofreciéndoles cargos en la corte se diluyeron entre la nobleza de San Petersburgo y abandonaron sus raíces.

Mientras tanto, en el territorio no se olvidaba la historia, y a partir del siglo XIX, al tiempo que en muchos países europeos construían los Estados-nación que hoy conocemos, hubo un proceso de recuperación de la identidad, la cultura y la lengua ucranianas­. En esto tuvo un papel crucial el poeta Shevchenko, que escribió obras basadas en leyendas de la resistencia cosaca a las invasiones polacas, otomanas y rusas. Gracias a sus libros, muchos empezaron a identificar a los cosacos con Ucrania, una conexión que ha quedado en el imaginario colectivo incluso entre los ‘hackers’ que plantan cara a Putin, como Yevhen.

 


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Taras Shevchenko, nacido en 1814, era un siervo que pudo comprar su libertad gracias a su talento. Estudió en San Petersburgo pero no se dejó deslumbrar por la corte de los zares y siempre reivindicó su identidad en sus textos. Esto le costó duras represalias rusas y acabó convirtiéndose en el poeta nacional de Ucrania.