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‘Encanto’, la mirada cándida sobre la realidad colombiana

La película que ha ganado el Oscar 2022 es un compendio muy bien logrado, con algún desliz en el cliché, de aspectos variados del país suramericano, del realismo mágico a la violencia pasando por detalles como la debilidad colombiana por las hamacas o la costumbre de señalar con la boca

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La familia Madrigal de ’Encanto’.

La familia Madrigal de ’Encanto’. / DISNEY

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Mauricio Bernal
Mauricio Bernal

Periodista

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Quienes han dicho que ‘Encanto’ es una película basada en ‘Cien años de soledad’ no deben haber leído de ‘Cien años de soledad’ más que el resumen de Wikipedia. Al fin y al cabo, los guiños a la novela de García Márquez no son más que eso, guiños, como los hay a otros artistas y a otras artes en la película. Quienes han dicho, simplemente, que es una película basada en Colombia no quedarán expuestos si se les ocurre sacar el tema en la siguiente velada. Pero, ¿qué significa que una película esté basada en un país? No es algo que se oiga con frecuencia.

En realidad, últimamente se oye cuando hay una película Disney de por medio: ‘Encanto’ está basada en Colombia al igual ‘Coco’ estaba basada en México al igual que ‘Luca’ estaba basada en Italia. Las crónicas que se han escrito al respecto hablan de recrear un “ambiente”, o bien un “espíritu”, o incluso “una forma de ser”. De modo que alguien legítimamente podría preguntar: ¿Qué es Colombia a través de ‘Encanto’? Y legítimamente se le podría responder.

Violencia

Se empieza por aquí no porque sea el principal rasgo de los colombianos –aunque muchos lo crean–, sino porque aparece en el minuto cero del metraje. Es entonces cuando se nos cuenta que la familia Madrigal es hija del desplazamiento forzoso, lo cual los hace inequívocamente colombianos: oficialmente, cerca de 8 millones de colombianos han tenido que abandonar sus hogares en las últimas décadas. Más adelante la película vuelve sobre la cuestión y entonces aparecen las imágenes de un pueblo en llamas y una cuadrilla de matones a caballo persiguiendo a los desplazados. Los matones van armados con machetes, detalle que hay que aplaudir porque sitúa la acción en un momento concreto: al fin y al cabo, el machete fue el arma favorita del periodo conocido como La Violencia, que asoló el campo colombiano entre los años 50 y 70. Los conservadores mataban liberales y los liberales mataban conservadores. Fue la época en que se popularizó esa infamia conocida como ‘corbata’ colombiana.

Pericos y almojábanas

La película es minuciosa y no deja nada al azar. O eso parece: habría que verla varias veces para afirmarlo con rotundidad. A priori, su amor por el detalle pasa sobradamente la prueba de la comida. Los Madrigal comen y comen a la colombiana. ¿Eso de ahí es una almojábana? Tiene que serlo: ese pastel redondeado servido junto a los huevos al desayuno. Y los huevos, ¿son huevos pericos? Por fuerza: los puntos rojos solo pueden ser tomate –y, como todo el mundo sabe, los pericos se preparan con cebolla y tomate–. Más adelante –más adelante en la película– está el almuerzo, el escenario de la petición de mano de Isabela. Veamos, ¿es eso realmente un ajiaco? Lo es: esa crema hecha a base de varios tipos de papa (allí son papas) donde flotan papas (es redundante), trozos de pollo y, según el gusto, alcaparras y nata. Pasemos por alto que el ajiaco es bogotano y que la casita de los Madrigal no está ni remotamente en Bogotá o los alrededores. No, en todo caso, en la zona de influencia del ajiaco.

Claro que, bien mirado, también podría ser un sancocho.

El vestido de Mirabel

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Vestir a Mirabel con el traje típico de las campesinas de Antioquia (sin tilde, con acento en la segunda sílaba) podría sugerir que todas las campesinas colombianas van vestidas con trajes típicos: como si todas las andaluzas salieran a la calle con su vestido de faralaes o como si todos los catalanes salieran a cenar con barretina. Dicho esto, en el apartado textil la película también es un compendio: desde la guayabera que lleva durante toda la película Félix Madrigal (el negro que nos recuerda que los dos litorales colombianos están poblados por negros) hasta el impoluto traje con chaleco que suele llevar el padre de la protagonista (trasunto de la elegancia atribuida a los habitantes de la capital, aún conocidos como cachacos o rolos). A Dolores, la hermana de oído prodigioso, le dan un aspecto y sobre todo la visten como a las mujeres del Caribe, capaces de pasear durante horas con una desproporcionada bandeja de frutas sobre la cabeza. Nada se le ha perdido en las montañas, pero allí está.

Lo mágico y lo demás

No basta con que la familia sea mágica para emparentar la película con el realismo mágico de García Márquez, como cualquiera entenderá, pero evidentemente se le rinde tributo: la profusión de mariposas amarillas no es casualidad. Y –como ya se dijo– no es el único artista homenajeado. En algún momento de la película resuenan los acordes de ‘En Barranquilla me quedo’, del salsero fallecido Joe Arroyo, una suerte de leyenda local, y no hay que olvidar que la canción de la película es de Carlos Vives, cuya faceta comercial no debe hacer olvidar que es uno de los grandes renovadores de la música colombiana. En fin: en ‘Encanto’ hay hamacas porque el colombiano es un pueblo al que le gustan las hamacas, y hay mazorcas a la parrilla porque uno de los trabajos informales por excelencia es poner una parrilla en cualquier esquina y vender mazorcas asadas. Hay ruanas porque en los pueblos de los Andes la gente viste de ruana, y Mirabel señala con la boca porque los colombianos son así, amantes del ahorro verbal, y hay una matriarca al mando de la familia porque Colombia es un país de matriarcados, donde siempre hubo una madre que se echó todo al hombro.