Club de música con Jordi Bianciotto

¿Un mundo de canciones de amor políticamente correctas?

Los celos, el mal de amores, la proyección platónica, la pulsión posesiva o el rencor tras una ruptura tienden a convertirse en materiales tachados de ‘tóxicos’ en la producción de canciones. ¿Vamos hacia un paisaje musical idealizado, aséptico, en que el amor no esté representado en toda su amplitud y sus pliegues, incluidos los más dolorosos o indeseables?

 

Lana del Rey.

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Jordi Bianciotto
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Periodista

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“Quiéreme, quiéreme hasta la locura / y así sabrás la amargura / que estoy sufriendo por ti”, escribió la mexicana María Grever en el bolero ‘Júrame’ (1926), un clásico que han cantado Luis Miguel, Martirio o Julio Iglesias, y que hurga en los tormentos del amor tal como heridas del alma: “Tengo celos hasta del pensamiento”, dice la letra, apuntando a una pulsión muy presente en el cancionero popular y que hoy es señalada sin ambages como tóxica.

Esos celos, entendidos como “pruebas de amor”, son un síntoma del “amor tóxico y el ejercicio de control que el hombre ejerce sobre la mujer”, observa Marta Salicrú, directora de Radio Primavera Sound, estación que, aliada con el sello Hidden Track, organiza el concierto ‘Amor odi radioshow’ este viernes en el Auditori, con voces como Núria Graham, Queralt Lahoz o Clara Viñals (de Renaldo & Clara). En el atril, canciones pop universales que les gustan a la vez que les resultan “problemáticas”, apunta: como en la extrema ‘He hit me (and it felt like a kiss)’, éxito de 1962, de Gerry Goffin y Carole King para The Crystals, donde el bofetón del novio, y el puñetazo, son encajados como demostraciones de amor.

Un amor sin dolor

Un caso este de “glamurización de la violencia machista”, añade Salicrú, en línea con otras proyecciones románticas censurables, “como hacer luz de gas, no aceptar un no por respuesta o sublimar el sacrificio de la esposa y madre abnegada”. Todo ello se ha reflejado tradicionalmente en las canciones, si bien ahora cobra fuerza la idea de excluirlo del pentagrama, acogiéndose al principio de que “si duele, no es amor”. ¿Pero es tan indiscutible ese enunciado? ¿La angustia, por ejemplo, ante la posibilidad de no ser correspondido, no forma parte de las pautas del enamoramiento? “Amar significa que te arriesgas a perder”, reflexiona Salicrú, que, matizando, señala aquellas canciones “en las que el dolor deriva de ejercer el control o la violencia física”.

Flota una discusión sobre los límites de la representación del amor. Y más allá: ¿la canción es un testimonio del conjunto de la realidad, guste más o menos, o debe ser una proyección de aquello que estimamos correcto o deseable? ¿Un autor no puede incluso desear proyectar en una composición, precisamente, un episodio extremo, de enajenación emocional o de pérdida de control, sin que eso signifique que le da su visto bueno, o sin pretender que se extraiga de ella una lección moral?

Cancioneros sanos

El dúo pop Ginestà, en su reciente álbum ‘Suposo que l’amor és això’ (que presenta el 31 de marzo en Apolo, dentro del Cruïlla de Primavera), admite haber “tomado una decisión” consistente en “generar una propuesta sana". Ahí, por ejemplo, una ruptura sentimental se asuma “sin rencor”, y el enamoramiento excluya el efecto “platónico irreal”, explica su cantante, Júlia Serrasolsas.

Pero, aunque es cierto que las canciones pueden contribuir a normalizar pautas de comportamiento que podemos considerar dudosas o reprobables, el proceso es también inverso: son el reflejo de que esas actitudes están ahí desde tiempo inmemorial. “Y ni los celos, ni el rencor, ni la infidelidad, van a dejar de existir porque cuatro feministas digamos que no queremos participar de eso”, razona la cantante de Ginestà. “Pero a mí no me apetece hablar de ello en un disco”.

Desprecio, engaños y reproches

Esa mirada comporta un correctivo radical a la tradición de la canción popular, apartando temáticas y enfoques seculares. El libro ‘313 boleros, por ejemplo’, de Rubén Caravaca (1995), agrupa las canciones en categorías que lucen títulos indicativos: ‘amor imposible-prohibido’, ‘celos’, ‘despecho-desprecio’, ‘dolor-temor-miedo-tristeza’, ‘dudas-engaño’, ‘reproches’… “Si al amor le quitas todo eso, te cargas un alto porcentaje de las canciones de todos los tiempos”, hace notar Xavier Pintanel, director de Cancioneros.com, Diario Digital de Música de Autor.

“Tener celos o sufrir por amor se ha convertido en políticamente incorrecto”, observa Pintanel, que invoca el “espíritu crítico y el contexto” para evaluar cada caso. Hace suya una sentencia “muy fuerte” de Simone de Beauvoir. “Es lícito violar la cultura, pero a condición de hacerle un hijo”.

Momentos épicos

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Advierte Xavier Pintanel que “las nuevas generaciones tratan el amor de un modo más desapasionado”, si bien se pregunta “si hoy los chicos de 20 años no viven jamás un momento épico de ‘no puedo vivir sin ella’ o ‘sin él’”. Una clave la da Júlia Serrasolsas, educadora infantil además de cantante: “hoy se trabajan más las emociones, y los chavales y chavalas crecen con mayor capacidad de identificar lo que les pasa y de generar relaciones más sanas”.

Bien, ¿pero, y la música? ¿Nos aguarda una producción de canciones que afrontarán el amor de un modo idealizado, sin conflicto, como si se tratara de manuales de conducta? Al final, resulta difícil resistirse al estribillo inapelable, aunque su letra nos remueva la conciencia, como bien sabe Marta Salicrú, a propósito del espectáculo ‘Amor odi radioshow’, donde sonarán temas con doble fondo de Lana del Rey, Britney Spears o Cecilia. “Estas canciones nos pueden seguir gustando, y podemos seguirnos embriagando con sus momentos de toxicidad, pero hagámoslo con un poco de conciencia”.