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La última cerveza de Proust | + Historia

El Teatre Lliure ha programado a partir de este lunes unos recitales para homenajear a Marcel Proust, uno de los grandes nombres de la literatura universal. Pese a ser famoso por una magdalena, en el último momento prefirió otra cosa.

El escritor francés Marcel Proust.

El escritor francés Marcel Proust.

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Xavier Carmaniu Mainadé
Xavier Carmaniu Mainadé

Historiador

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Con la Unión Europea sin el Reino Unido por culpa del Brexit, y con Alemania aún digiriendo el relevo de Angela Merkel, Francia ha aprovechado que ocupa la presidencia del Consejo de la UE durante el primer semestre de este año para reivindicar su papel central en el Viejo Continente a la hora de liderar la respuesta de los 27 ante la invasión rusa de Ucrania.

Francia siempre ha tenido una especial habilidad para comunicar la idea de ‘grandeur’ que insufla a su orgullo nacional. Lo pudimos ver la semana pasada, con la puesta en escena de la cumbre europea celebrada en el Palacio de Versalles. Ese recinto colosal, que fue la residencia de Luis XIV, es ahora uno de los lugares más visitados por los turistas. Pero también se utiliza para grandes eventos políticos, e incluso ha servido de residencia oficial durante las visitas de dignatarios extranjeros. Entre ellos, dos predecesores de Putin en el Kremlin: Mijaíl Gorbachov, que estuvo allí en 1985, y Boris Yeltsin, que durmió en 1992.

El uso del patrimonio arquitectónico para reforzar el discurso político es un ejemplo más de la importancia que tiene para la identidad francesa todo lo relacionado con la cultura. También ocurre con la literatura, y tanto en 2021 como este 2022 se puede comprobar con la figura de Marcel Proust. En julio se conmemoró el 150º aniversario de su nacimiento, y el próximo noviembre hará un siglo de su muerte. También fue en 1922 cuando terminó de escribir su famosa obra ‘En busca del tiempo perdido’.

Precisamente, durante estos días se celebran en París unas jornadas dedicadas a su obra, imprescindible para entender la narrativa europea de los últimos 100 años. Por eso hay ‘proustianos’ en todas partes. De hecho, a partir de hoy y cada lunes hasta el 23 de mayo, el Teatre Lliure de Barcelona ofrece una serie de recitales para revisitar los siete volúmenes que forman parte de ‘En busca del tiempo perdido’, un monumento de más de 4.000 páginas que despierta tantas pasiones como odios. Sea como fuere, para el común de los mortales –porque, no nos engañemos, la mayoría no lo hemos leído– Proust es “el señor de la magdalena”. Una forma muy simplista de resumir una idea que aparece en sus libros: cómo determinadas sensaciones y objetos nos transportan a épocas pretéritas de nuestra vida. Todos lo hemos experimentado alguna vez. Y todavía se utiliza en el mundo de la ficción. Aceptando correr el riesgo de ser acusado de frívolo, se puede recordar la escena clave de la película de Pixar ‘Ratatouille’, cuando el crítico gastronómico prueba el plato que le sirven.

Esa cinta de animación es un homenaje a la cocina francesa y a su fundador: Auguste Escoffier (por eso en la película hablan de Auguste Gusteau). Aquel chef, que vivió en la época de Proust, hizo sociedad con el hotelero César Ritz. Juntos abrieron muchos establecimientos, entre ellos el famoso Hotel Ritz de la Plaza Vendôme de París, en 1898. El escritor asistió a la fiesta de inauguración y enseguida se convirtió en un asiduo del establecimiento. Él, que era de salud delicada, decía que era el único lugar donde le cuidaban como si estuviera en casa. Se explica que era capaz de coger una habitación solo unas horas para que le sirvieran la cena y no tener que estar en el comedor con los demás comensales.

Proust sufría un asma severa desde que era un niño que se le fue agravando con el paso de los años. En 1922, su cuerpo ya no pudo resistir el esfuerzo de querer terminar su obra. En noviembre, la bronquitis que sufría empezó a agravar sus problemas respiratorios y era evidente que no iba a superar la enfermedad. Consciente de que su vida llegaba a su fin, tuvo un último deseo. Hizo llamar a su chófer para que fuera al Ritz a buscar una cerveza, porque en ninguna parte la tiraban como allí.

Dice la leyenda que fue lo último que bebió antes de morir, el 18 de noviembre de 1922, cuando tenía 51 años. A partir de ese momento su literatura no hizo sino ganar adeptos y hoy, un siglo más tarde, sigue siendo motivo de disfrute para muchos que se preguntan si realmente se puede reencontrar el tiempo que se ha perdido.


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