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El gusto por lo francés en España | Contextos de arte

Se acaba de inaugurar en Madrid una exposición dedicada al arte que desde Francia ha llegado a España, entre los siglos XVII al XIX

’La libertad guiando al pueblo’, de Eugène Delacroix.

’La libertad guiando al pueblo’, de Eugène Delacroix.

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Ana Diéguez-Rodríguez
Ana Diéguez-Rodríguez

Directora del Instituto Moll

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Se acaba de inaugurar una exposición, en la sede de la fundación Mapfre de Madrid (Paseo de Recoletos 23), dedicada al arte que desde Francia ha llegado a España, entre los siglos XVII al XIX. Como suele ser habitual en el programa de exposiciones de la fundación Mapfre, su política de completar con magnas exposiciones aquellas lagunas que los grandes museos de la capital no muestran, bien por espacio o bien por falta de fondos, también se cumple en esta ocasión. El arte importado que ha destacado en España durante el siglo XVII fue el que llegaba de aquellos territorios que pertenecían a la corona de los Austrias, bien desde los reinos de la península italiana bien desde Flandes. Por eso, no es hasta la llegada de los Borbones en 1700 cuando el arte y los artistas franceses ocupan puestos de relevancia en los organismos oficiales. El fastuoso palacio de La Granja y sus jardines cercanos a Segovia, la intervención en los espacios del palacio de Aranjuez y sus jardines y, finalmente, la magnífica iglesia de Santa Bárbara de las Salesas Reales, en pleno corazón de Madrid, son ejemplos de cómo el gusto por lo francés fue fraguando a lo largo del siglo XVIII, promovido, en parte, desde la Corona. No era fácil en una sociedad apegada a los modelos derivados de la arquitectura barroca del siglo XVIII, con los ejemplos de la fachada del Obradoiro en Santiago de Compostela (1738-1750), la plaza mayor de Salamanca (1729-1756), o la fachada del palacio del marqués de Dos Aguas en Valencia (1740-1744), que las nuevas propuestas del país vecino cuajaran. De hecho, es el recuerdo de una infancia de los borbones en el país vecino, por un lado, y el ímpetu ilustrado derivado de la Revolución francesa, por el otro, los que facilitan que los esquemas decorativos franceses derivados de un refinado Rococó tengan su lugar en España. No solo Felipe V (1683-1746), sino también una reina como Bárbara de Braganza (1711-1758), criada en la corte lisboeta dónde lo francés llevaba mucho más tiempo conviviendo con lo autóctono, favorecen que la estética, la música y la arquitectura de ascendencia francesa se asiente en la península.

La muestra comisariada por Amaya Alzaga, asistida en su coordinación por Gloria Martínez Leiva, selecciona más de ciento diez piezas dentro de las conservadas en museos y colecciones privadas de nuestro país. El coherente discurso sobre la evidente presencia del arte francés dentro de los ambientes cotidianos de la época parte de las artes decorativas como las grandes introductoras de estos nuevos modelos y estéticas, que a medida que se va avanzando en los siglos se hace más incontestable. De hecho, es a finales del siglo XVIII y el XIX cuando el gusto por lo francés se hace más evidente, sobre todo, dentro de las clases acomodadas afines a la Ilustración. Sin embargo, la guerra de Independencia tras la ocupación pactada de la península Ibérica, desde 1808 a 1814, genera una reacción estética muy castiza donde se reivindica lo propio, dando lugar a unos tipos populares que Goya inmortalizó. La capa española y el tricornio conviven ahora con las propuestas más novedosas llegadas de Francia. 

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Francia se ve como modelo, pero también se rechaza por lo que supone de negación de una estética propia. Es en ese siglo XIX cuando la simbiosis entre lo procedente del país más allá de los Pirineos se adapta a la idiosincrasia española, dando lugar a una nueva forma estética de reivindicación de lo autóctono. Goya fue uno de los artistas claves en esta revisión de géneros y composiciones. Su 'Carga de los mamelucos en la puerta del Sol (o 2 de mayo de 1808)' (1814), donde el pueblo se levanta contra el opresor, reivindica la voz de la calle de forma más evidente que la 'Libertad guiando al pueblo', de Delacroix (1839). Los tipos populares, fácilmente identificables, conmueven por la cercanía, y asumen las consecuencias de sus actos: 'Los fusilamientos de la Moncloa (o 3 de mayo de 1808)' (1814). Goya no necesita personificaciones ideales de lo que es inherente al ser humano, la libertad, pero también la justicia. 

Esta exposición, abierta desde el 11 de febrero al 8 de mayo, es una gran oportunidad para disfrutar como el gusto por lo francés cala en España, pero también para advertir como lo hispano se asume en las vanguardias artísticas de finales de siglo XIX del país vecino.

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