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Conflicto vecinal: sinhogarismo en la puerta de casa

Vecinos de un bloque de travessera de Gràcia, en Barcelona, dicen basta. La convivencia con unas personas sin hogar que viven pegados a su fachada desde hace medio año es complicada. Lo explican en una carta enviada a ENTRE TODOS.

Objetos amontonados en el número 175 de Travessera de Gràcia.

Objetos amontonados en el número 175 de Travessera de Gràcia.

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Luis Benavides
Luis Benavides

Periodista

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En el estrecho porche del número 175 de travessera de Gràcia, en Barcelona, se amontonan todo tipo de objetos. Son las pertenencias de tres personas sin hogar, la mayoría recogidas en contenedores cercanos. “Pasan los días y se ha ido transformando en unos pequeños Encants”, escribe una lectora, Núria Vidal, en un mensaje dirigido a la sección Entre Todos para quejarse por una situación que describe como “insostenible”.

Si bien la presencia de personas durmiendo con cartones se había convertido en algo tristemente habitual para los vecinos de este bloque, nunca se habían sentido tan inseguros y, sobre todo, tan incómodos como ahora. “Se permiten hacer comentarios cuando entras en casa, algunos fuera de lugar y siempre dirigidos a las chicas”, escribe esta vecina, de 57 años, preocupada principalmente por sus dos hijas y enfadada con las autoridades por su supuesta inacción. “Si un día le tocan un pelo a mi hija os aseguro que recordaré al distrito y a quien haga falta las denuncias que hemos puesto y las respuestas que hemos recibido”, añade.

Vidal hace referencia a las denuncias que han puesto ella y otros vecinos en los últimos meses. Están hartos de llamar a la Guardia Urbana, que acuda una patrulla y que todo siga igual. “Hemos llamado porque hacen ruido a altas horas de la noche, gritan y a veces ponen música”, explica esta profesora de primaria, que admite haber escrito la carta en "caliente" y quiere dejar claro que no es una persona intolerante. “Hemos convivido años y años con okupas a un lado y otro, también con otras personas sin techo, pero nunca nos han ocasionado tantos problemas como estas personas”, puntualiza.

En una tienda de ropa infantil y juvenil situada en la misma acera corroboran la versión de la vecina. “Uno de ellos, el que lleva más tiempo, a veces se encara con la gente. A mí me ha mandado a callar y me ha insultado por salir a la calle con el móvil y despertarlo”, explica la propietaria, M. A., que dice haber llamado unas cuatro veces en los últimos meses. La última, cuando esta persona destrozó el retrovisor de un coche.

Vallado en estudio

El espacio ocupado por estas personas está a pie de calle -frente a una sucursal bancaria cerrada, con entrada también por Ramón y Cajal- pero técnicamente es propiedad privada, por lo que los vecinos estudian vallar esta zona porchada de apenas cinco metros de largo y uno de ancho. A sus ojos, esta ingente acumulación de objetos –ropa, libros, cartones, mobiliario…- supone además un riesgo en caso de incendio, tanto para las personas sin hogar como para ellos. En el departamento de obras del distrito de Gràcia, asegura la lectora, les recomendaron una valla de 1,20 metros. No una pared de obra o una valla más alta, precisa. Pero, una vez pidan presupuesto y se aprueben los permisos de obra, ¿podrán colocarlas si estas personas sin hogar rechazan desplazarse? 

Algunos de los objetos que se acumulan en el porche de Travessera de Gràcia, 175.

/ Núria Vidal

Fuentes del ayuntamiento consultadas por este diario aseguran que “las personas sin hogar que viven en este punto están atendidas por servicios municipales”, y que se está “buscando la fórmula” para poder realizar “la limpieza del espacio porque se trata de una propiedad privada”. Sin querer entrar en más detalles, confirman que se trata de un caso muy complejo y que esta actuación requiere la coordinación de varios servicios. 

"No hay soluciones mágicas, inmediatas"

Según el último recuento de la Fundación Arrels, unas 1.064 duermen en la calle en Barcelona. El perfil más habitual es el de un hombre (91%) en situación de vulnerenabilidad media o alta (69%). La edad media son 43 años y el 27% empezó a vivir al raso durante la pandemia. Los problemas de convivencia entre estas personas y el resto del vecindario existen, pero son puntuales. “No tenemos un servicio específico de mediación, pero si sabemos de algún caso solemos intervenir. Lo más importante es hacer entender el contexto de estas personas, que es muy complejo, que es la persona que vive en la calle la que se encuentra en mayor indefensión y vulnerabilidad”, explica Marta Maynou, jefa del programa de acogida de Arrels.

La fundación recomienda en casos similares llamar en primer lugar al distrito para dar a conocer la situación de esas personas y que se puedan activar los diferentes servicios municipales. “No todas las situaciones requieren cuerpos policiales”, puntualiza Maynou, quien pide sobre todo paciencia porque “no hay soluciones mágicas, inmediatas”, y el proceso suele alargarse. 

Las respuestas más habituales en este tipo de casos, como la limpieza (retirada de las pertenencias acumuladas) y la llamada arquitectura hostil (colocación de bolardos u otros objetos en los rincones que usan como refugio), no solucionan el problema de estas personas, al contrario. Para la portavoz de Arrels, estas medidas “son acciones muy agresivas, invasivas, y solo sirven para generarle mayor inquietud a la persona sin techo, que acabará desplazándose a otro sitio”. 

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Dejando de lado que ahora mismo hay lista de espera para acceder a los albergues, nadie puede obligar a las personas sin techo a abandonar la calle o ingresar en el circuito de servicios sociales. Prevalecen sus derechos como persona siempre, y solo se puede actuar contra su voluntad cuando esté claramente en riesgo su salud o pongan en peligro a los demás, algo que solo pueden dirimir jueces y médicos psiquiátricos.


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