Un coloso de la música

Rubén Blades, un universo literario en salsa

El músico panameño, que recibirá este miércoles un Grammy honorífico a toda su carrera, ha construido durante décadas un país imaginario habitado como cualquier mundo paralelo por sus propios personajes e historias

Rubén Blades, durante un concierto en el Poble Espanyol en 2017.

Rubén Blades, durante un concierto en el Poble Espanyol en 2017. / Ferran Sendra

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Mauricio Bernal
Mauricio Bernal

Periodista

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Cuenta José Arteaga, editor de Radio Gladys Palmera, que una vez le preguntó a Alex Masucci cómo era el joven Rubén Blades de los primeros tiempos en Nueva York. En aquella época, Masucci estaba a cargo de algunas bandas de Fania Records –el sello que habían fundado su hermano Jerry y Johnny Pacheco–, y había sido uno de los que habían brindado alojamiento a Blades cuando este no era más que otro músico lleno de intenciones y sueños. “Y lo que me contaba Masucci –recuerda Arteaga– es que Blades era un tipo cansón, persistente a morir, terco, que estaba todo el día diciendo ‘escucha esto’, o ‘se me acaba de ocurrir esto’, con una intensidad tremenda. Evidentemente, una persona con esa sed de dar a conocer sus ideas, y encima, dotado de su inmenso talento, nunca se iba a rendir, estaba destinado a triunfar”.

Lo sabía bien el joven Blades, sabiéndolo o sin saberlo: que cuando lo manda el destino no lo cambia ni el más bravo. Si naciste pa’ martillo, del cielo te caen los clavos.

El chico de las cartas

Pero aún faltaban años para que escribiera eso, acaso su letra más memorable. En aquellos albores de los años 70 Blades no era más que el chico del correo de la Fania, y es literal. Como esos antiguos directores de periódico que empezaban sus carreras en las catacumbas del edificio, Blades había entrado en el mundo de la música con un puesto en la Oficina de Correos del ya entonces monopólico imperio salsero, el sello que producía a los mejores, de Willie Colón a Héctor Lavoe, de Ray Barreto a Roberto Roena. Así lo cuenta el panameño en el documental ‘Yo no me llamo Rubén Blades’ (2018), de su compatriota Abner Benaim, el audiovisual que recorre su vida desde que era un niño que caminaba por el barrio en busca de edificios con acústica para cantar. Para que su voz sonara como si diera un concierto.

–La Fania era el centro de todo lo que era la música salsa. Era ‘el’ lugar. En Nueva York estaban Willie Colón, Pacheco, El Conde, Héctor Lavoe… Las orquestas estaban ahí. Y llamé para ver si me empleaban como escritor, básicamente, y me dijeron no, no, no, no necesitamos eso. Y estaban casi por colgar y yo dije: ‘¿Ustedes no tienen un trabajo ahí de lo que sea? ¿Hay algo allí?’ Porque yo pensaba, si yo voy a Nueva York, yo me cuelo de alguna forma con alguien”.

“Difícilmente habría ocurrido el milagro si no hubiera sido por Willie Colón”, dice Jaime Andrés Monsalve, director musical de la Radio Nacional de Colombia

En el documental de Benaim, Blades reflexiona sobre el tiempo, sobre la edad y sobre la vejez. Nacido en 1948, en el momento de ponerse frente a la cámara rondaba los 70. “Quien tiene más pasado que futuro, que organice su tiempo”, repite como un mantra. Es lo que está haciendo. Haber rodado un documental forma parte de eso, pues, según explica, quiere dejar las cosas dichas a su manera, y no que venga otro después y las diga a la suya. También dice que ya redactó su testamento. Se supone que renunció a las giras, por agotadoras, pero los escenarios lo siguen tentado y el día 20 empieza otra. Pues bien: esa noche, en Oakland, se subirá al escenario tres días después de recibir el Grammy honorífico que le ha concedido la Academia Latina de la Grabación. Parece el momento adecuado para un premio de tan sutil textura: el Grammy a toda una vida para un hombre que en la misma frase es capaz de decir que entiende la edad, y que a medida que uno se hace viejo debe acostumbrarse a asumir otro “rol”, pero que su “tema” es que no se siente viejo todavía. En su mente no se siente viejo.

Un encuentro milagroso

No lo era, ni mental ni físicamente, cuando en 1975 Ray Barreto tocó a la puerta de la Oficina de Correos para reclutarlo como cantante. Blades ya tenía fama como compositor, pero fue gracias a Barreto que pudo dejar la oficina y salir, por decirlo así, a que le diera el aire. ¿Ahí empezó todo? Ahí empezó todo, quizá, o puede que empezara antes, en 1970, con su primer intento de abrirse paso en Nueva York, o puede que empezara después, cuando se juntó con el socio que le permitió expresar, finalmente, todo lo que llevaba dentro: el neoyorquino de origen puertorriqueño Willie Colón. “Difícilmente habría ocurrido el milagro si no hubiera sido por Willie Colón”, dice Jaime Andrés Monsalve, director musical de la Radio Nacional de Colombia y erudito conocedor de la historia de la salsa. “Las estrellas se alinearon –explica Arteaga– y una de esas estrellas sin duda fue Willie Colón, que le ayudó a expresar como él quería su manera de ver las cosas”. Si naciste pa’ martillo, del cielo te caen los clavos.

Blades empezó por abajo, trabajando en la Oficina de Correos de Fania

Colón formaba parte de los artistas de Fania y era uno de los nombres más conocidos del ambiente salsero (o salsoso, como dicen algunos), además de ser una especie de Midas de la salsa que convertía en oro todo lo que tocaba. Vendía mucho. Además, como explica César Miguel Rondón en su referencial ‘Libro de la salsa’, Colón era vanguardia, un músico que siempre adelantaba “los giros y las tendencias sin dejar de aprovechar los beneficios de la industria”. Un “inconformista”, un amante de los experimentos. Blades por su parte, estaba intentando hacer lo que nadie había hecho hasta entonces: letras elaboradas a medio camino entre la crónica y el cuento, letras con contenido social, no solo para bailar sino también para escuchar. Ambos se entendieron y de su sociedad salió, primero, ‘Metiendo mano’, y luego esa cumbre llamada ‘Siembra’, el revolucionario disco que cambió la historia de la salsa.

“El Grammy en parte premia eso –dice Monsalve–, la llegada, de la mano de Blades, de una serie de valores que la salsa no tenía, o que no eran tan explícitos antes de él, como el aspecto social o el aspecto de protesta. Antes la salsa remitía al barrio, al jolgorio, al goce del baile, pero apareció Blades para darle un viraje a las letras por medio de una suerte de conciencia, un Blades que no solo tenía unas claras motivaciones sociales sino que era capaz de una poesía muy bien elaborada que hasta ese momento tampoco había tenido cabida en el mundo de la salsa. A través de esa conciencia, Blades lo convirtió en un género que también era cultura. Antes no era visto así, pero a partir de él se puede hablar de la salsa como un movimiento cultural”. Del nicho neoyorquino que había sido su mercado natural hasta entonces, la salsa se proyectó a todos los rincones de Latinoamérica.

Un escritor que canta

“Blades es un escritor que canta”, dice el escritor venezolano Edgar Borges, autor de ‘Vínculos. Apuntes con Rubén Blades’, un libro construido a partir de los encuentros y la correspondencia que ha mantenido con el músico panameño desde que trabaron amistad en 1984. “Blades es un cronista que describe una situación latinoamericana y mundial. Con él pasa como con Bob Dylan, que agarras esas letras suyas y perfectamente pueden ser publicadas como libros. ‘Pedro Navaja’ es un pequeño cuento, o ‘Plástico’, o ‘Tiburón’. Él ganó un concurso de cuentos en Panamá antes de volverse famoso, y a mí me ha dicho que lo que quería al principio era ser escritor”. ‘Pedro Navaja’ es un pequeño cuento, como lo es ‘Pablo Pueblo’; o como ‘Decisiones’ es una pequeña compilación. Pero la demostración más fehaciente de su alma literaria es Hispania –o Hispanía–, ese país imaginario que en el documental de Benaim el propio Blades describe así:

–“Yo tengo un lugar mítico que es Hispanía y en ese continente o en ese lugar hay una ciudad y en esa ciudad hay barrios y dentro de esos barrios hay personajes. Entonces, vamos creando esas figuras que viven dentro de la narración que empecé en el 69. Yo no conozco a mis personajes totalmente, porque yo solamente he descrito pedazos de su vida, pero hay muchas conexiones entre ellos, yo las estoy descubriendo ahora”.

"Es lo que se dice un renacentista", dice José Arteaga, editor de Radio Gladys Palmera, en referencia a sus inquietudes más allá de la música

"Hay una cosmogonía muy clara en la música de Rubén Blades, algo muy asociado a la literatura", dice Monsalve. "Lo que pasa es que él lo encausó a través de la música. Es un universo de barrio donde habitan todos sus personajes, y está tan bien construido que creo que es algo que debemos agradecer”. Pedro Navaja, Cipriano Armenteros, Juan Pachanga, María Lionza, Pablo Pueblo… Según dice Arteaga, no nacieron originalmente para habitar esa cosmogonía literaria, eran personajes sueltos, pero cuando Blades pensó en su país imaginario los fue colocando allí. ¿Y cuándo pensó en ese país, su, digámoslo así, Macondo particular? En ‘Maestra vida’, la ópera salsa del panameño. Posterior a ‘Siembra’, patrocinada por Fania (“acolitada por” sería más apropiado) y producida, cómo no, por su compadre Willie Colón.

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Y luego, por supuesto, está todo lo que Blades debe estar escribiendo en sus memorias, que forman parte de esa consciencia de su vejez y de dejar las cosas dichas a su modo: que ha grabado en inglés, que ha sido actor, que ha sido ministro de Turismo de Panamá amén de candidato a la presidencia; que antes de volverse músico estudió Derecho en la Universidad de Panamá. “Es lo que se dice un renacentista”, dice Arteaga. “Difícilmente te encuentras a alguien con tantas inquietudes”, dice Monsalve. “Es imposible encasillarlo, ni como músico ni como persona”, dice Borges. Por supuesto, si hubiera un Olimpo de la salsa, Blades estaría allí, de eso no hay duda. “Con Héctor Lavoe, con Ismael Rivera, con Celia Cruz”, dice Arteaga. “Con Catalino Curet, con Tito Rodríguez y con Machito”, dice Monsalve. Un Olimpo al que accede no tanto por cantante, sino por compositor. "Definitivamente sobresale el poeta, porque fue el hombre de la innovación –dice Monsalve–. Blades tiene una gran voz que proviene de la escuela de Cheo Feliciano, que a su vez proviene de la escuela de Tito Rodríguez, y eso le habría bastado para tener un papel destacado en la salsa, pero lo que le hace ser lo que es son sus letras". "Sin duda, las composiciones van a trascender al cantante –dice Arteaga–. Si los Grammy han mirado la trascendencia en el tiempo, ese futuro llegará a través de sus letras”.

Oído, que se oye cantar. Es Rubén Blades, el compositor, el cantante, el poeta. “Por la esquina / del viejo barrio / lo vi pasar”, dice él. “Con el tumbao / que tienen los guapos / al caminar”, respondemos todos.