Festival 42

Lee un cuento inédito de Emilio Bueso | 'El ojete'

El escritor Emilio Bueso, en la librería Gigamesh.

El escritor Emilio Bueso, en la librería Gigamesh. / JORDI COTRINA

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Emilio Bueso

Emilio Bueso (Castellón, 1974) tiene ya una larga trayectoria como autor de cuentos y novelas cortas de terror y distópicas. Sin embargo, en los últimos años se ha centrado en la creación de la trilogía 'Los ojos bizcos del sol', compuesta por 'Transcrepuscular' (2017), 'Antisolar' (2018) y 'Subsolar' (2020), reunidas ahora por Gigamesh en un único volumen. Este domingo hablará de su obra en el Festival 42. Como parte de la cobertura de este primer Festival de Géneros Fantásticos de Barcelona, Bueso ofrece a los lectores de este diario uno de sus cuentos inédito.

EL OJETE

Hay algo que me preocupa y que se ha abismado casi tanto como tu manera de mirar.

Andas de un tiempo a esta parte con el duende extraviado, estás a medio instalar en Babia, oyes todo y no escuchas nada. Te tengo dicho que no puedes volver a besar el ojete peludo del panda rojo.

No te gusta que predique ni que te agobie, cuando me arranco a sermones pretendes enseguida que recoja cable y vaya de vuelta a mi vida de comparsa tuya, de trofeo de carne, de pelele anodino y convidado de piedra; todo para poderte dedicar, en cuanto crees que nadie te ve, a besar el ojete peludo del panda rojo.

Te piensas que no me entero, pero lo sé todo. No nací ayer.Sé dónde acaba el dinero, cómo te lo estás ventilando. Me estoy quedando con la copla estrofa por estrofa y hasta la música dice que eres una calamidad. ¿Es que te tengo que refrescar la memoria o qué?Le dimos un tiento en cuanto se dio la ocasión, sólo para saber de qué iba y cómo era, pero enseguida supimos que era una cosa rara, peligrosa, demasiado buena para ser buena, y dijimos de rehuirla, de no darle más oportunidades.Ahora lo que quiero es que me des una oportunidad a mí. De una vez. Ya sólo quedamos tú y yo por aquí, en lo que te queda de mundo, así que harías bien en prestarme atención, aunque sea al finiquitarme.En vez de darle otro asalto al vicio y volverte a marchar a los cojones, a liarla parda, a perder la vida besando el ojete peludo, blanco y circular, del oso panda. Hasta el final.

>No vas a hacer carrera con ello, para eso hace falta tremenda poesía y una vida tremendamente corta. No te va a tocar la fortuna de repente ni se te aparecerá de pronto la solución a todas tus agonías; y no, esa cosa tan sucia tampoco hará que te sientas mejor. Sólo va a vaciarte del todo y, foto de Julio Iglesias, tú lo sabes.

Me revientan tus esas, las del rollo; que, como si fueran los demonios, se te lleven de nuevo a los cojones, y esa lo mismo sea la última vez que nos veamos. Sabes que son muy colegas pero para nada amigas, que sólo duran el tiempo que duran los preámbulos, el ritual, la liturgia, toda esa historia aparatosa que tenéis los que besáis el ojete del panda rojo. Porque tanta fanfarria y la cosa se reduce a que al final le estampáis los morros ahí, y todo se os disuelve en una nada espesa, y de pronto nada importa, se acaba el mundo pero no salen los créditos y una voz en off susurra blasfemias.

Me desespera cuando veo que ya todo te sabe a poco, que vas perdiendo el interés por las cosas del mundo, por las que solíamos hacer, las de verdad. Veo que te consumes y tengo que hacer como que no pasa nada, como que da igual, como que no es mi cosa. ¿Fingir que no sé? Eso quedó atrás, ahora ya todo anda clarinete, y tú pretendes que me limite a darlo todo por bueno, que te soporte en tu perdición.

Así que nada, se muere el día del todo, oscurece y te marchas a los cojones en cuanto crees que me has dejado roque, pero ya hace mucho tiempo que yo apenas duermo contigo hirviéndome al lado. Me eyecto de la cama en cuanto sales, me malvisto como siempre que te sigo calle abajo, desde una distancia que parece hundirse como un pozo entre nosotros y, a la otra orilla de la noche, cambiando otra vez de distrito, te vuelvo a ver reuniéndote con esas, te estudio al juntarte con las tuyas, atravesar avenidas de destrucción infinita, esquivando locos; si aguanto y sigo tras vuestros pasos es cuando empiezo a notar cómo las farolas se hacen cada vez más altas, los gritos en las alturas de los edificios a los flancos se vuelven cada vez más densos, se levantan las peores nieblas, las lejanías más negras se acercan, trayendo disparos, sirenas, detonaciones en cadena. Algo en lo hondo del fondo se rompe, vosotras os metéis en el túnel ese tan oscuro, bajáis mil escalones y yo no me atrevo a seguiros más allá, porque sé lo que hay, lo que aguarda; que al final de tanta huida hacia la nada espera el templo.

Que, peor que un hatajo de diablos nada más llegar al infierno, atravesaréis otra vez sus portones, os abriréis paso a empellones y hostias por la asamblea apiñada en pelotas frente al altar, luego treparéis de nuevo lo interminable del muro hasta subiros a la tarima, para apresuraros a coronar el montículo de tizones, a berridos, y alcanzar la piedra consagrada que hace las veces de mesa en el rito.

En lo alto, siempre soltáis al tendido varios fajos de billetes y de pronto es como si le hubieran dado a la cámara lenta, porque la ofrenda en papel moneda planea para posarse sobre el hambre del océano de brazos, que se revuelve al darle caza, y la escena más que en limosnas o que en una siembra de dientes de león al boleo me hace pensar en el que da de comer a los cerdos; después suenan las liras y los diaulos, se enardece el coro y entonces el hijo de puta del panda rojo deja de ser una horrible estatua gigante una vez más, saca veneno de su sonrisa más terrible y colmillada, se yergue enorme, poderoso pero perezoso, deja de presidir la ceremonia con un gesto ampuloso que le cuesta la cordura a otro obispo enfermo, se deja de oficiar, se rompe por completo la celebración, el panda rojo se da la vuelta muy siniestro y se pone en cuadrupedia, para que le beséis el ojete al fin.

Y ahí la multitud ruge, se mata como estrellándose contra un acantilado, os arroja olas de sangre y la magia se produce. El blanco inmaculado del ojete, redondo como sólo una sagrada forma podría ser, se muestra a la asamblea en toda su obscenidad. Sucede el beso como un acontecimiento astronómico y dentro de vosotros estallan castañas.

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