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Sonar, música y submarinos | + Historia

La música electrónica más moderna ha vuelto a Barcelona de la mano del festival Sónar, una de esas citas anuales que se ha convertido en un referente de su sector. Hasta el punto de que ya nadie recuerda lo que es un sonar

El ’Hartford’, un submarino nuclear estadounidense.

El ’Hartford’, un submarino nuclear estadounidense. / AP / DON S. MONTGOMERY

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Xavier Carmaniu Mainadé
Xavier Carmaniu Mainadé

Historiador

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Barcelona vuelve a poner en marcha el Sónar, el festival de música electrónica y experimental fundado en 1994 que solo la pandemia había logrado detener. Aplazadas las ediciones presenciales de 2020 y 2021, y por no hacer tan larga la espera hasta llegar a la de 2022, estos días sus responsables han organizado una edición extraordinaria que durará hasta el 30 de octubre.

La potencia de este festival es tal que para mucha gente ‘sonar’ es una palabra que ha cambiado de significado. Porque, si se busca en el diccionario, se podrá leer que es un aparato de localización submarina basado en el eco producido por un cuerpo sumergido al recibir una onda ultrasónica. De hecho, la palabra es el acrónimo de Sound Navigation And Ranging, que es como se conoce esta tecnología desde los años 40. En realidad, el nombre original era ASDIC y lo acuñó la armada británica durante la Primera Guerra Mundial.

Cuando estalló el conflicto en 1914, el Ejército alemán empezó a utilizar submarinos. Aquellas máquinas cargadas de torpedos que podían navegar bajo el agua durante horas sembraron el pánico entre los aliados. No había forma de detectarlos y sus ataques por sorpresa eran devastadores. Había que encontrar la forma de interceptarlos, y la Royal Navy creó la Anti-Submarine Division (ASD) para diseñar sistemas de localización eficaces.

La idea no era nueva. Cuando en 1912 se había hundido el ‘Titanic’ al chocar con un iceberg, científicos de todo el mundo ya habían empezado a pensar en la manera de navegar de forma más segura y detectar obstáculos durante la noche o cuando había problemas de visibilidad. Sin embargo, ya se sabe que este tipo de cosas solo acaban cuajando cuando alguien pone dinero y recursos con un objetivo concreto y urgente. Por eso, cuando hay guerras siempre existen innovaciones. Y así fue como durante la Gran Guerra apareció el sonar gracias a un científico desconocido: el canadiense Robert Boyle.

Nacido en 1883, estudió en diferentes universidades, entre ellas la prestigiosa Cambridge, y se especializó en física. Su idea era dedicarse a la radioactividad, pero cuando se incorporó como investigador y docente en la Universidad de Alberta, comprobó que en el centro no había suficientes buenas infraestructuras para aquella disciplina y se pasó al estudio de la acústica.

En 1916 fue uno de los muchos especialistas en este campo fichados por la ASD británica para desarrollar un sistema antisubmarinos. Parece que a él le colocaron en una línea de investigación en la que veían poco potencial, pero acabó sorprendiendo a todo el mundo. Tomando como referencia los trabajos previos del físico francés Paul Langevin, que había estudiado la acústica submarina, Boyle diseñó un transductor ultrasónico de cuarzo que podía instalarse en el casco de un barco. Los prototipos, que recibieron el nombre en clave de ASDIC, fueron un éxito. Por primera vez los buques podían detectar submarinos enemigos a cierta distancia y esquivar sus acometidas. Y aunque la guerra ya vivía sus últimos combates, la Royal Navy empezó a incorporar el ASDIC a sus barcos.

Al tratarse de un proyecto militar, había que mantenerlo en secreto para que no fuera copiado por los adversarios. En consecuencia, el físico canadiense no pudo escribir ningún artículo científico dando a conocer su descubrimiento, y ni siquiera tuvo la oportunidad de patentarlo. Cuando, en 1918, los aliados vencieron a las fuerzas centrales, el almirantazgo británico ofreció a Boyle la posibilidad de seguir desarrollando aquella tecnología. Pero aunque las condiciones económicas eran mucho mejores que las del mundo universitario, este declinó la oferta y prefirió reincorporarse a Alberta con total discreción. Dirigió el departamento de física y después fue decano de la facultad de ciencias aplicadas, pero nunca a nadie se le ocurrió que ese profesor canadiense hubiera podido ser un personaje clave en el nacimiento de una herramienta que transformó los sistemas de navegación marítima durante el siglo XX.

Robert Boyle murió en 1955 y no fue hasta después que los historiadores de la ciencia empezaron a descubrir su papel en toda esta historia.


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Un nombre atractivo

El término SONAR nació durante la Segunda Guerra Mundial. Lo creó el ingeniero de Harvard Frederick Vinton Hunt, quien mejoró la herramienta de Boyle. A la US Navy les pareció que Sound Navigation And Ranging no sería lo bastante seductor para conseguir voluntarios que se alistaran en ese servicio y le pidieron que pensara un nombre que fuera más atractivo.