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Feminismo a golpe de pedal | + Historia

Una actividad tan sencilla como ir en bicicleta fue un acto revolucionario para muchas mujeres. No hace tanto tiempo en Europa no estaba bien visto que pedalearan. Ahora que se celebra el CicloBcn21 lo recordamos

Una mujer ciclista en la Rambla de Barcelona.

Una mujer ciclista en la Rambla de Barcelona.

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Xavier Carmaniu Mainadé
Xavier Carmaniu Mainadé

Historiador

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Barcelona estos días es la capital de la bicicleta. Es posible que hayan leído y escuchado este titular unas cuantas veces las últimas horas porque entre este martes 5 y el próximo domingo, día 10, la ciudad acoge tres congresos dedicados a este vehículo de dos ruedas.

La bicicleta cada vez ha ido ganando más presencia en las zonas urbanas y esto causa tensiones con los otros actores que forman parte del habitual paisaje de las ciudades. Los conductores se quejan porque les molestan a la hora de circular y los peatones las ven como un peligro. En realidad la culpa no es del vehículo, sino de quien lo conduce y de la manera como lo hace. Hay incívicos a pie, en moto, en coche, en bici, en patinete... y con todo lo que venga en el futuro.

Normalmente, cuando se habla de bicicletas, se hace desde una perspectiva ecologista o lúdico-deportiva. En cambio, pocas veces se tiene presente la importancia que han tenido para favorecer la libertad de movimiento de las mujeres. Para entenderlo, hay que retroceder un siglo y coger distancia.

Aunque las especies humanas tardaron miles de años a caminar derechas con las dos extremidades posteriores, el Homo Sapiens ha tenido tendencia buscar maneras de desplazarse más cómodas. Hasta el siglo XIX pareció que se conformaba con ir a caballo o en carro, pero con la fiebre de la industrialización aparecieron las primeras máquinas a pedales. Empezaron a rodar en Francia y el Reino Unido en torno a la década de 1860. Las que hicieron más fortuna fueron las conocidas popularmente como Penny-farthing. Seguro que las habrán visto en las fotos antiguas: una rueda gigantesca delante y una minúscula detrás. Recibieron ese nombre en el Reino Unido porque recordaban el tamaño de algunas monedas británicas en circulación legal a finales del siglo XIX. Aquí, a estas bicicletas les decían velocípedos, y a los clubes ciclistas, Sociedades Velocipédicas. Circular con aquellos aparatos era una temeridad solo apta para hombres: había que subirse y bajarse en marcha, y encima no tenían frenos ni cadena. Pedalear encima de aquellos monstruos, donde el ciclista iba a más de un metro y medio de altura era poner en riesgo la vida. Las caídas eran muy habituales y solían tener consecuencias nefastas: la fractura de brazos y piernas estaba a la orden del día. E incluso hubo quien perdió la vida a causa de los accidentes.

Pero esta no era la única razón para que solo las manejaran hombres. También había un detalle no menor para la sociedad puritana de la época, y es que para montarlas había que abrirse de piernas, ergo, llevar pantalones, comportamiento y vestuario que estaban vetados a las mujeres. Para ellas se fabricaron unos modelos específicos, similares a los actuales triciclos infantiles, que garantizaban estabilidad pero que no eran demasiado prácticos para poder circular, y sobre todo, eran muy caros.

Todo cambió cuando apareció la ‘safety bicycle’, una creación del inventor estadounidense John Kemp Starley. Es la bicicleta que conocemos ahora: ruedas del mismo tamaño, cadena para aprovechar la fuerza al pedalear y frenos para detenerla. ¡Y encima después John Dunlop inventó los neumáticos! Sí, las primeras tenían las ruedas de acero. Aquella bicicleta la podía llevar todo el mundo. Y además, su creador no patentó el diseño, decisión que permitió que se popularizara a gran velocidad.

Enseguida se convirtió en una herramienta vital para la liberación de la mujer, porque por primera vez podían desplazarse solas sin tener que ir acompañadas de nadie. En definitiva, la bicicleta les ofrecía privacidad y autonomía, pero las pioneras lo tuvieron difícil. En Inglaterra las llegaron a insultar y apedrear. No solo era por el vehículo, sino por la vestimenta, ya que para pedalear con comodidad usaban unos pantalones llamados ‘bloomers’. Recibían este nombre en honor a su creadora, la americana Amelia Bloomer, que los había diseñado inspirándose en los bombachos orientales. Cuando llegó el siglo XX, las mujeres liberadas iban en bicicleta.


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Actividad insinuante

La persecución contra las ciclistas todavía existe. En Irán, las mujeres tienen prohibidas las bicis por considerarse una actividad insinuante. Y en Afganistán, las seguidoras de este deporte han parado su actividad por miedo a los talibanes. Mientras tanto, en Alemania hay un programa para empoderar a las mujeres refugiadas enseñándoles a montar en bicicleta.