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+ Historia | La independencia pacífica de Centroamérica

Hace 200 años, parte del territorio español de América decidió independizarse y comenzar su camino en solitario. ¿Cuáles son las razones que precipitaron este proceso de emancipación que ha pasado a la historia?

Cuadro que representa la firma del acta de independencia de Centroamérica.

Cuadro que representa la firma del acta de independencia de Centroamérica.

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Xavier Carmaniu Mainadé
Xavier Carmaniu Mainadé

Historiador

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Hoy se conmemora una efeméride que seguramente no será demasiado recordada en España, porque marcó el inicio del fin de su presencia en América. Un declive que acabaría con la pérdida de Cuba y Puerto Rico en 1898. Y es que el 15 de septiembre de 1821 se proclamó la Independencia de Centroamérica, un territorio que estaba formado por Guatemala, Honduras, El Salvador, Nicaragua y Costa Rica.

Cuando la corona española ocupó América, organizó los territorios conquistados según sus intereses. Creó la Capitanía General de Guatemala, que incluía diferentes provincias. A la larga, se acabarían convirtiendo en los actuales estados independientes de América Central.

Lo más destacable del episodio de hace 200 años es que, a diferencia de otros procesos separatistas americanos, este fue pacífico. Lo que pasó aquel 15 de septiembre de 1821 culminaba un camino iniciado muchos años atrás, durante el cual se produjo una combinación de hechos políticos y económicos. A nivel local, la zona arrastraba una crisis económica iniciada en la década de 1790, causada por plagas de langostas y erupciones volcánicas que arrasaron los cultivos. Esto provocó un descenso de los recursos, un aumento de los precios y, en consecuencia, una gran parte de la población comenzó a sufrir hambre.

Pero esto desde Madrid no se tenía en cuenta a la hora de cobrar impuestos. Faltaba dinero y exprimía sus dominios tanto como podía. No es extraño pues que cuando Napoleón invadió la Península Ibérica en 1808 y los territorios de ultramar quedaron dejados de la mano de Dios, estos se plantearan la independencia. En 1811 hubo las primeras insurrecciones, que se apaciguaron cuando en 1812 en Cádiz se aprobó una constitución. Aquella carta magna era la más avanzada de Europa de la época y daba esperanzas a los súbditos españoles de América, porque esperaban que a partir de entonces serían tratados como ciudadanos de pleno derecho, tal y como el texto reconocía en sus artículos. Fue un espejismo. Napoleón cayó derrotado en 1814 y cuando Fernando VII recuperó el trono volvió a las formas políticas absolutistas como si nada hubiera pasado. No todo el mundo estaba de acuerdo, y en 1820 los sectores más progresistas consiguieron que el rey volviera a aceptar la Constitución del 12. Empezaba el Trienio Liberal, un período intenso que terminó de manera abrupta cuando en 1823 el monarca, con la ayuda de Francia, perpetró un golpe de estado, derogó la Constitución y volvió a las viejas formas.

Fue durante aquellos tres años que los territorios americanos, cansados de la inestabilidad política española y convencidos de que se podían gobernar por ellos mismos, se emanciparon. Eran regiones donde había unas clases sociales locales con raíces en la metrópoli, con buena posición económica y con un potente bagaje intelectual. Eran gente influida por los pensadores de la Ilustración europea como Montesquieu, de quien admiraban su teoría de la separación de poderes; o Rousseau, famoso por su contrato social. Además, eran perfectamente conscientes de que el 4 de julio de 1776 las colonias americanas del Imperio Británico se habían separado de Londres para crear los Estados Unidos de América. De hecho, lo que se vivió en Guatemala en 1821 fue muy similar: representantes políticos, militares, eclesiásticos y sociales firmaron una declaración de independencia.

Inicialmente se integraron al Imperio de México, creado pocos meses antes, pero cuando en 1823 se disolvió, se organizaron por su cuenta fundando la República Federal de Centroamérica. Los conflictos internos, sin embargo, acabaron provocando su disolución en 1839 y aparecieron los estados actuales.

Durante todo ese tiempo la corona española no quiso reconocer la independencia de sus viejos dominios y pasaron muchas décadas antes de que se normalizaran las relaciones entre Madrid y sus antiguas colonias. No es exagerado decir que hasta el llamado Desastre de 1898, España no empezó a asumir que ya no era el imperio que había sido.

La doctrina Monroe

Estas repúblicas nunca encontraron la estabilidad necesaria para desarrollarse con plenitud. Por un lado estaba la presión española, que no las aceptaba; y por otro los EEUU comenzaron a aplicar la doctrina Monroe, según la cual América era su área de influencia y, por tanto, debían controlar el continente según sus propios intereses.


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