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¿Han quedado obsoletos los placeres culpables en la música?

Los remordimientos por disfrutar de artistas percibidos como poco prestigiosos van a la baja en las nuevas generaciones, pero crecen los dilemas en una parcela: el disfrute de canciones de figuras con comportamientos éticos o políticos reprobables

El grupo sueco Abba.

El grupo sueco Abba. / AFP / ADRIAN DENNIS

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Jordi Bianciotto
Jordi Bianciotto

Periodista

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La publicación de canciones nuevas de Abba ha puesto de nuevo en órbita la noción de placer culpable o dulce pecado, el ‘guilty pleasure’ anglosajón, aplicada a aquello que te gratifica íntimamente aun presintiendo que no casa con el canon de lo prestigioso, respetable o ‘cool’. Los suecos han sido largamente reconocidos como un ‘must’ de la cultura pop, pero todavía generan vestigios de anticuerpos. ¿Es cabal sentirte mal contigo mismo por el hecho de disfrutar de algo que percibes como incorrecto? Y más aún, ¿está vigente ese concepto en tiempos de ‘playlists’ eclécticas y transversales, y en que la juventud ya no parece construir tanto su identidad en torno a un polo único, como es la música?

El placer culpable es hijo de una era en la que “accedimos a la música de un modo jerarquizado”, ya fuera a partir de los patrones marcados por prescriptores o “del gusto dominante en tu pandilla de amigos, con la que querías encajar”, razona Igor Paskual, músico (es guitarrista y compositor de Loquillo, y autor de discos en solitario), escritor y licenciado en Historia del Arte. “Contacté con el que sería mi mejor amigo porque llevaba una carpeta forrada con fotos de Stray Cats”, recuerda. Pero hoy en día, “la gente joven escucha música desde una identidad múltiple, ubicándose en distintos lugares”, y el vínculo con artistas y canciones tiende a ser “más heterodoxo y posmoderno, sin un orden tan marcado de lo que es bueno y lo que es malo”.

El heavy metal aún incomoda

Por tanto, esos dulces pecados, ¿son cosa de ‘boomers’ con la mente formateada por prejuicios caducos? Hace tres años, iCat FM organizaba en Apolo el concierto ‘Plaers culpables’, donde Ferran Palau sacaba del armario su versión del trapero Kinder Malo y Dolo Beltrán reivindicaba a Technotronic. El director del espectáculo, Guillamino, cree ahora que esa idea “va quedando superada, porque las etiquetas se suceden unas a otras con rapidez” y porque “hoy la ‘chavalada’ puede escuchar cualquier cosa”.

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Pero todos saben lo que es sentir esos remordimientos. Igor Paskual los tuvo escuchando a Mecano o a Phil Collins, y sospecha que perviven en ciertos nichos genéricos: “como el heavy metal, sobre todo el español”, afirma. “¿Por qué Camela o el ‘sonido caño roto’ de Las Grecas ya son guays, pero no Barón Rojo o Sangre Azul?”, se pregunta. Y añade que él ha experimentado la culpa a la inversa: por no conseguir disfrutar de “grupos que todo el mundo alaba, como Wilco”.

Ídolos con trasfondo reprobable

Nos precipitaríamos si diéramos por finiquitado el placer culpable: es cierto que en las franjas más juveniles el veto por cuestión de gusto parece ir a la baja, pero quedan resquicios por los que se cuela. “Yo tengo prejuicios con las canciones que suenan en Tik Tok, de Olivia Rodrigo o Dua Lipa, pero permito que me gusten”, confiesa Mariona Batalla, que es la vocalista Emotional G en el grupo del cantante urbano Lildami y toca la batería en la banda punk Kire. Pero su “mayor dilema” está en otra parte: la inculpación privada por móvil ético o político, reflejo de la cultura de la cancelación.  

La más joven de los entrevistados (23 años) confiesa adorar el tema ‘Tiroteo’, de Marc Seguí, pero desde que el pasado julio salieron a la luz tuits antiguos del cantante con estridentes mensajes machistas y homófobos no puede evitar mirárselo con otros ojos. “Me cuesta mucho separar el artista de la obra, pero he decidido que seguiré escuchando la canción en secreto, aunque sin darle bombo en las redes”, reflexiona Mariona, tajante al mostrarse partidaria de “evitar que se generen referentes a partir de artistas con actitudes de mierda”.

Ser fan de Plácido Domingo

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La incomodidad de simpatizar con la obra de artistas con un trasfondo político considerable como incorrecto o que han protagonizado episodios discutidos es otra forma de placer culpable. “Es como que decir que te gusta Taburete”, reflexiona Guillamino en alusión al grupo de Guillermo Bárcenas (el hijo del que fuera tesorero del PP, Luis Bárcenas). “O que has ido a un concierto de Plácido Domingo”, añade. “La orientación política o el impacto social pueden tener ahora más consecuencias que la cuestión estética, ahora que ideológicamente el mundo está más polarizado”.

La conducta y la ética parecen pesar así más que la estética en las franjas sub-25, que sí se muestran propensas a rebelarse contra el sentimiento de culpa puramente musical. Como se pregunta Mariona Batalla: “¿por qué no puedo ir en un mismo fin de semana a ver una banda de rock y a bailar reguetón?”.

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