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El mar, el estrecho, el hombre

Cuando se narran las aventuras de los grandes exploradores, siempre se suelen situar en las cálidas tierras de América y Oceanía. Casi nunca se piensa en que una de las expediciones más extraordinarias se vivió en Siberia

Reconstrucción del rostro de Bering tras el hallazgo de sus restos en 1991.

Reconstrucción del rostro de Bering tras el hallazgo de sus restos en 1991. / Institut Arqueològic de Rússia

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Xavier Carmaniu Mainadé
Xavier Carmaniu Mainadé

Historiador

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Pocas veces ha sucedido en la historia que alguien muera en la isla que lleva su nombre. Esto es lo que le ocurrió a un personaje del que todo el mundo que tiene unas mínimas nociones de geografía conoce la identidad, pero quizá no tanto la biografía. Porque quien más quien menos, todos saben dónde están el mar y el estrecho de Bering; pero lo que quizá no es tan conocido es la vida Vitus Bering.

Efectivamente, Bering es el apellido del expedicionario que llegó a Alaska en agosto de 1741. Entonces acababa de cumplir los 60 años –había nacido en el verano de 1681– y su muerte estaba cerca.

Era originario de Dinamarca y descendiente de una familia acomodada. De joven participó en diferentes viajes comerciales en la zona de las Indias y en 1704, después de haber estudiado para ser oficial de marina en Ámsterdam, se alistó en el Ejército ruso con el grado de subteniente.

Inicialmente se ocupó de tareas secundarias, haciendo apoyo logístico en los frentes de las diferentes guerras que se libraban por el control del mar Báltico. Aquella región, vista desde nuestro rincón del Mediterráneo, queda muy lejos y eso hace que ignoremos las infinitas disputas que protagonizaron los estados del norte del continente. Uno de los países implicados era Rusia, que además de mirar hacia Occidente, también giraba la vista hacia el este, donde la vasta extensión siberiana continuaba escondiendo muchos misterios. Desde el siglo XVII ya se habían enviado misiones exploratorias que sirvieron para ir conociendo más como era aquel territorio. En 1650, por ejemplo, el navegante Seymon Dezhnev llegó a la orilla del continente asiático y los zares se animaron a seguir las exploraciones. Así, en 1725, Pedro el Grande encargó a Vitus Bering que cartografiara la costa siberiana. Tardó tres años en completar el viaje, y en la última etapa, las informaciones de la aventura de Dezhnev le fueron de gran ayuda.

Gracias al éxito de aquella misión, al danés se le encomendó un segundo proyecto llamado la Gran Expedición del Nordeste, que ha pasado a la historia por ser una de las campañas de exploración más ambiciosa nunca organizada por los zares. Con un presupuesto de un millón y medio de rublos (según los analistas, aquella suma de dinero equivalía a una sexta parte del presupuesto de toda Rusia), movilizó unos 3.000 hombres, entre los que había algunos de los científicos más reputados del país procedentes de campos tan diversos como la botánica, la geografía, la astronomía o la historia. Y es que el objetivo de aquella gran expedición era doble: desde un punto de vista económico, buscaba trazar una ruta marítima para conectar con el océano Pacífico, y desde el científico, aspiraba a recopilar todo el conocimiento posible de las zonas descubiertas. El despliegue era tan grande que necesitaron unos cinco años para tenerlo todo listo, empezando por los dos barcos, que tenían que estar preparados para hacer frente a las duras condiciones climáticas de la región. Pero no fue suficiente, y durante el trayecto una tormenta separó la flota y terminaron en puntos diferentes de la costa de Alaska.

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Entonces Bering intentó iniciar el camino de regreso a casa, pero la falta de alimentos frescos lo hizo enfermar de escorbuto. Junto con 28 miembros de la tripulación también enfermos, desembarcó en una isla donde murió el 19 de diciembre de 1741. La causa de su fallecimiento no es del todo clara. En 1991 se localizó su cuerpo y fue trasladado a Moscú donde fue estudiado, pero la dentadura no mostraba las evidencias típicas que provoca el escorbuto. El año siguiente, los restos de Bering fueron devueltos a su tumba originaria en la isla que ahora lleva su nombre.

El final trágico de la expedición hizo que costara reconocer la labor que había hecho Bering y no fue hasta finales del siglo XVIII cuando sus descubrimientos fueron puestos en valor gracias a otro famoso explorador, el británico James Cook, que pudo navegar por esa zona gracias a la minuciosa tarea que había hecho Bering. Es por eso por lo que ahora hay un mar y un estrecho que llevan su nombre.

La compraventa de Alaska

La presencia de Cook en la zona no era casual. Los británicos querían controlar aquel estrecho marítimo, de vital importancia para el comercio internacional. Cuando en 1867 la inestabilidad política hizo temer a Rusia que Alaska quedara en manos del Reino Unido, prefirió vender ese territorio a EEUU, que entonces no era visto como una amenaza real.