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La historia se tira a la piscina

Cuando el calor aprieta, las piscinas se convierten en el refugio ideal para hacer más pasable la canícula. Ahora están en todas partes, pero son un fenómeno muy reciente. Aunque a los antiguos también les gustaba estar en remojo

Gimnasio con piscina en la ciudad arqueológica grecorromana de Paestum, en Campania (Italia).

Gimnasio con piscina en la ciudad arqueológica grecorromana de Paestum, en Campania (Italia). / Eleanor Scriven (© Eleanor Scriven)

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Xavier Carmaniu Mainadé
Xavier Carmaniu Mainadé

Historiador

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Estos días de ola de calor en muchos lugares se han tomado medidas extraordinarias para intentar hacer más soportables las altas temperaturas. En Barcelona, por ejemplo, algunos hoteles han abierto sus piscinas. Seguramente el hecho de que haya pocos turistas ha influido en esta decisión. Sea como sea, es una buena oportunidad para descubrir otra perspectiva de la ciudad.

Más allá de esta anécdota, es habitual que muchas localidades tengan su piscina municipal. Actualmente a nadie se le ocurriría ver la natación como un deporte exclusivo y elitista, pero así fue durante muchos años. De hecho, tener una piscina particular en casa aún conserva una cierta reminiscencia de elemento de distinción.

La manía humana de ponerse en remojo es antiquísima. La madre de todas las piscinas tiene unos 3.000 años y la encontraron los arqueólogos en Pakistán durante unas excavaciones en 1926. Se trata de un receptáculo de 12 metros de largo por siete de ancho y tres de profundidad; con escaleras a cada lado. La habrían construido durante la etapa de la civilización del Valle del Indo y según los investigadores tenía funciones religiosas, seguramente vinculadas a algún tipo de ceremonia de purificación (hay muchas creencias que tienen rituales de este tipo, sin ir más lejos el sacramento bautismal de los cristianos). Parece que también tenían vínculos religiosos las dos piscinas llamadas Kuttam Pokuna que hay en Sri Lanka y que datan del siglo IV a.C.

En aquella época, en Europa, los griegos solían construirlas en las escuelas de lucha denominadas ‘palaestra’ y se utilizaban como complemento para entrenar a los atletas. Ahora bien, el término "piscina" se lo debemos a los romanos. Es una evolución de la palabra "piscis", que significa pez, porque las piscinas eran los espacios artificiales donde nadaban los peces y donde a menudo también se bañaba la gente. Al igual que ocurre ahora, las familias de clase alta tenían las casas más bonitas y grandes, donde no solía faltar un jardín y esa especie de estanque. Ni que decir tiene que el emperador tenía su propia piscina, que gobernar imperialmente es muy estresante y había que relajarse de vez en cuando.

Aunque durante la Edad Media europea la relación de los humanos con el agua digamos que fue distante, con el paso del tiempo fueron proliferando espacios de baño más o menos informales en ríos y zonas marítimas. Se tiene constancia, por ejemplo, de que en el siglo XVIII, en París, había un área de recreo en el Sena.

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Cuando en el siglo XIX se vivió el proceso de recuperación de la práctica deportiva inspirada por la Grecia clásica, en el Reino Unido se empezaron a construir las primeras piscinas "modernas". En España la moda tardó un poco más en llegar. Y como ocurría con la mayoría de nuevas tendencias que venían de Europa, Catalunya también fue la puerta de entrada de la práctica de la natación deportiva y de las piscinas. Su principal pionero fue Bernat Picornell (actualmente da nombre a una de las piscinas más importantes de Barcelona). Primero la actividad se hacía directamente en la playa, en unas zonas de baños delimitadas a tal efecto. De hecho, en 1921, se acondicionó la llamada "piscina del rompeolas", utilizando agua del mar filtrada. Pero entonces ya hacía tres años que se había inaugurado la primera piscina de agua dulce de Catalunya y de España. El 23 de junio de 1918, el Club Natació Sabadell abrió las puertas de unas instalaciones que se convirtieron en un referente.

Con más de un siglo de distancia puede sorprender que la ciudad vallesana fuera pionera, pero desde el siglo XIX, gracias a la industria textil, se convirtió en uno de los polos económicos del país, hasta el punto de que era conocida como la Manchester catalana. La burguesía industrial local imitaba lo que ocurría en las principales ciudades europeas e importaba las modas y tendencias que aparecían en las grandes urbes. Esto aún se puede apreciar en la arquitectura de los edificios conservados de aquella época y en el origen de entidades como el Club Natació, que comenzó a convertirse en el referente que sigue siendo en el ámbito de las competiciones de agua como la natación y el waterpolo. De ahí han salido grandes deportistas como Jennifer Pareja y Mireia Belmonte.

Waterpolo en un foso

La piscina del CN Sabadell se convirtió en lugar de entrenamiento del equipo olímpico de waterpolo que el 1920 estuvo en Amberes, formado exclusivamente por jugadores catalanes. Por cierto, en Bélgica no se compitió en una piscina, sino que se llenó un foso de las fortificaciones de la ciudad. El agua estaba a solo 12 grados de temperatura.