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Bruno Galindo: “La música hoy es técnicamente peor”

Tuvo diversos cargos en ‘majors’ discográficas en tiempos de vacas gordas (Warner, EMI, Sony), se pasó luego al periodismo de rock en diversos medios, y ahora escribe en primera persona acerca del agitado viaje de la industria musical de las últimas décadas en el libro ‘Toma de tierra’ (Libros del K.O.). Obra vertiginosa que releva a su novela ‘Remake’ (2020) y en la que, además de hablarnos de sus citas con Prince, U2 o Bowie, formula una avalancha de claves sobre cómo el mundo de la música ha llegado al punto actual.

 

Bruno Galindo, autor del libro ’Toma de tierra’.

Bruno Galindo, autor del libro ’Toma de tierra’. / JOSÉ LUIS ROCA

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Jordi Bianciotto
Jordi Bianciotto

Periodista

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Fichó por una discográfica a finales de los 80 y se vio promocionando los álbumes de La Unión o Miguel Bosé, cuando a usted lo que le gustaba eran otros artistas del catálogo, como los entonces minoritarios REM y Sonic Youth. ¿Bendita inocencia?

Claro, era normal en alguien tan bisoño como yo era entonces. Iba a trabajar a una casa de discos, allá de donde salía la música, y era lo que más me podía gustar en el mundo. Al principio, que los discos se vendieran o no, ni se me pasaba por la cabeza.

 

Entretodos

Se tiende a criticar aquellos años de la fiebre del oro. Con este libro, ¿ha querido alimentar ese relato?

Sí y no. Hay un poco de ‘mea culpa’, pero con el tiempo llego a verlo con cierta simpatía, entre comillas, porque al fin y al cabo había una pasión y miles de familias que vivían de aquello. Ahora, si visitas una discográfica, están todos delante de un ordenador y a lo mejor ni siquiera suena música. Lo veo con el afecto con que hemos podido ver la serie ‘Vinyl’.

 Al fichar por EMI se dijo que estando en la casa de los Beatles, Pink Floyd y Queen, había “garantía de que las cosas siempre irían bien”.

Y a EMI le quedaban poco de vida: la compró Warner. Eran tiempos en que todo parecía eterno, no existía internet, los vinilos no interesaban y el CD era el formato indestructible.

 

Asistió a los últimos episodios del rock como música dominante.

El rock está desarticulado como referente de otra manera de vivir, aunque no como música: seguramente hay tantas bandas de guitarras o más que antes, solo que no tienen el calado social que las de los años 60, 70, 80 o 90. Pero es curioso ver a Maneskin, la banda italiana que ganó Eurovisión, grabando con Iggy Pop.

 

El rock ya no es hegemónico, ¿pero algún estilo lo es?

Creo que sí: eso tan abierto e impreciso que llamamos ‘el urbano’. No genera estrellas al nivel de Led Zeppelin o los Stones. Es un espray que esparce miles de partículas efímeras en vez de grandes arquetipos sólidos.

 

Pero la competencia ya no es con otro género musical, sino con Netflix o los videojuegos.

El rock, la música, ya no nos cohesiona de un modo identitario, sino que es un elemento más que pugna por la atención del público.

 ¿La música comercial actual es peor que la de antes?

Solo me atrevería a decir que es técnicamente peor.

 

Es paradójico.

¿Pero con qué alcanzas los mayores estándares de calidad, estando dos meses en un estudio profesional carísimo o con un ‘GarageBand’ en tu ordenador? Y luego, hoy en día poca gente se compra un equipo de música de alta calidad. Se compran una estación donde poner el móvil. La experiencia auditiva es más pobre. Respecto a lo creativo, no lo diría. Hay fenómenos comerciales de alto nivel, como Billie Eilish o Melanie Martínez.

 Ya no hay artistas tan transversales como Dire Straits o U2.

¡Afortunadamente! Cada artista se debe a su tiempo, y no creo que esos grupos sean replicables. Sí que ahora se busca más confluir con lo que ya existe que romper el tablero con algo nuevo. Hay clones de los clones de los clones.

 

Habla de 2006 como del año en que la industria musical perdió el pulso ante la de telecomunicaciones, con el visto bueno gubernamental. ¿Cómo explica el hundimiento de la industria, consentido y casi celebrado?

Nos caían muy mal las discográficas y nos parecía bien que recibieran un escarmiento. Acogíamos ofertas de ADSL con gran ilusión, con su reclamo de “bájate toda la música gratis”. Se exigía la ‘cultura libre’. El mes pasado se cumplieron diez años de la intervención de la SGAE, y es uno de los pocos hitos que no he visto que nadie recuerde. Quizá se nos cae la cara de vergüenza al ver cómo nuestras exigencias de antaño han generado una pobreza cultural. En esa época todo era “que se fastidien los creadores, son unos caraduras”.

 Ahora, las multinacionales son más pequeñas, aunque participan de las plataformas.

Les va mejor que antes haciendo menos esfuerzo, porque negocian con las plataformas por anticipado, en paquetes anuales, la cesión de sus repertorios. Y ya no existen aquellos costes de marketing y de las grabaciones. La relación con el artista ya no es tanto de “voy a guiar tu carrera”, sino más bien de “qué me traes” y “cómo nos podemos asociar”.

 

¿Los algoritmos han sustituido al A&R (el director artístico o cazatalentos)?

No querría faltar al respecto a nadie, pero creo lo han hecho ya, o por lo menos hay una política en las compañías basada en los ‘likes’ que trae un artista. Hoy es más eso que salir a los bares a descubrir grupos.

 

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¿Y a los periodistas musicales, como lo fue usted?

También, y va a ser cada vez más difícil vivir de ello, ya lo es, aunque proliferarán textos y productos audiovisuales especializados en lugares nuevos: tesis universitarias, blogs o libros como ‘El trap’, de Ernesto Castro, un autor que igual ya no escribe nada más sobre música. Se publican libros de música más que nunca, y eso también es periodismo musical.