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Pancracio, ganar o morir

Mientras en Tokio se disputan las medallas de lucha, recordamos un deporte brutal de los Juegos Olímpicos de la Grecia antigua, donde casi el único límite era la muerte del contrincante y los ganadores se convertían en leyenda

Escena típica de pancracio, de la colección del Museo Británico.

Escena típica de pancracio, de la colección del Museo Británico. / Marie-Lan Nguyen

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Xavier Carmaniu Mainadé
Xavier Carmaniu Mainadé

Historiador

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Todo el mundo sabe que si hoy en día existen los JJOO es porque durante el siglo XIX se recuperó el olimpismo de la época antigua. La Grecia clásica sirvió de inspiración para organizar los certámenes deportivos cada cuatro años y las pruebas que incluían.

El problema es que cuando se mira al pasado hay cierta tendencia, seguramente inevitable, a idealizarlo. Nos pasa como individuos, porque siempre preferimos rememorar los buenos recuerdos y olvidar los malos, y también a nivel colectivo. Evocamos a los griegos como personas sensatas, dedicadas a las artes, la filosofía y la práctica deportiva. Todo exquisitez, buen gusto y refinamiento. Pues no. Al igual que nosotros, eran amantes de cosas de naturaleza muy variada, y también les gustaba la violencia. Por eso en los Juegos Olímpicos uno de los deportes más seguidos era el pancracio.

Inspirándose en los relatos mitológicos de héroes como Heracles o Teseo, famosos por su fuerza invencible, a partir del 648 a.C., en los JJOO se organizó una prueba que en griego vendría a significar –con permiso de los conocedores de la lengua de Homero– "toda la fuerza", o sea, pancracio.

Se basaba en la idea de que cualquier hombre tenía que ser capaz de defenderse con las manos desnudas y sin armas. En definitiva, un tipo de combate mezcla de boxeo y lucha. Las reglas eran bastante sencillas de aprender: estaba todo permitido excepto morder y meter los dedos en los ojos, la boca y la nariz del adversario. El resto del cuerpo podía ser objetivo del contrincante, incluso los genitales.

El combate empezaba con unos primeros momentos de tanteo. Los rivales se estudiaban buscando cómo inmovilizar al otro, pero no era fácil porque llevaban el cuerpo untado con aceite para escurrirse y, además, para evitar que les tiraran del pelo, se lo cortaban al máximo. Lo habitual era que a los pocos instantes acabaran rodando por el suelo. El espacio de combate era de arena mojada y aquello se convertía en una especie de lucha en el barro.

Cada atleta tenía sus propias tácticas. Sóstratos el Siciliano se hizo famoso porque agarraba las manos del adversario para romperle los dedos (sí, fracturar huesos también estaba permitido). Sus víctimas no tardaban en abandonar, porque la única manera de poner fin al combate era si uno de los dos atletas se rendía. La táctica funcionaba a las mil maravillas y ganó los Juegos de 364, 360 y 356 a.C., lo que le valió el apodo de ‘Acrochersitis’, el rompedor de dedos. Fue toda una celebridad de su tiempo, y en Sicilia se llegaron a acuñar monedas con su efigie para conmemorar sus logros.

O abandonabas o morías. Arraquión ganó en dos ediciones utilizando una llave de tijeras con las piernas para inmovilizar al adversario mientras lo estrangulaba con las manos. En la tercera, el 564 a.C., recibió su medicina y perdió la vida estrangulado, pero en el momento en que estaba a punto de expirar, rompió un dedo del pie del adversario, que se rindió. Los jueces decidieron concederle la victoria ‘posmortem’ y Arraquión se convirtió en leyenda del pancracio.

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Otras tácticas habituales eran dar una patada en el estómago para dejar sin respiración o derribar al contrincante desequilibrándolo por el tobillo. Todo ello solía terminar, como mínimo, con un baño de sangre, luxaciones de extremidades, fracturas óseas y unos cuantos dientes menos. La dureza y brutalidad de algunos pancracistas atemorizaba y no era raro el caso de quien prefería abandonar antes de empezar. Incluso hubo quien literalmente huyó de Olimpia.

El momento de mayor popularidad llegó en el siglo IV aC, cuando se convirtió en uno de los deportes favoritos del público, entusiasmado con aquel tipo de lucha. Sin embargo, era un disciplina reservada solo a deportistas profesionales y al que se solían dedicar hombres de extracción humilde que lo veían como una opción de mejorar; de la misma manera que en nuestro tiempo ha pasado con el boxeo, y más últimamente con deportes como el baloncesto o el fútbol, que ahora mismo es el más popular en todo el planeta. Quizá chutar un esférico de cuero inflado para intentar introducirlo dentro de una portería no es un avance extraordinario, pero al menos no hay que ir estrangulando al personal para ser rico y famoso.

Narraciones apasionadas

Al igual que grandes escritores fascinados por el deporte moderno nos ofrecen narraciones apasionadas de las hazañas de los atletas, en Grecia también hubo autores como Filóstrato o Pausanias que cantaron las proezas de los pancracistas más relevantes legando para la posteridad descripciones de combates que 2.500 años después todavía hacen estremecer.