Entender + el idioma

Escribir en español, pero en qué español

A raíz de la publicación de ‘Lo uno y lo diverso’, del Instituto Cervantes, sobre las diferencias del castellano entre países y la riqueza del idioma, seis autores nacidos entre el río Grande y la Patagonia reflexionan sobre su relación con las variantes ajenas y cómo permean su obra y su vida personal. Un aperitivo para la fiesta del libro.

Los escritores Alejandro Zambra, Piedad Bonnett, Martín Caparrós, Mario Satz, Ale Oseguera y Wílmar Cabrera.

Los escritores Alejandro Zambra, Piedad Bonnett, Martín Caparrós, Mario Satz, Ale Oseguera y Wílmar Cabrera.

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Mauricio Bernal
Mauricio Bernal

Periodista

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Ojeando al azar la edición del 2007 del ‘Breve diccionario de colombianismos’ editado por la Academia Colombiana de la Lengua se puede aprender que en esa esquina de América del Sur estar arrozudo es tener la piel erizada por el frío, ser un chupamedias es ser un zalamero, un patirrajado es alguien de baja condición social y a un pelirrojo se le puede decir pelicandelo. Una pochola es una cerveza y se paga con biyuyo, que es dinero. Habida cuenta de que existen los colombianismos igual que existen los argentinismos, los chilenismos, los peruanismos, los bolivianismos, los mexicanismos y tantas variantes del español como países lo hablan, se entenderá que estamos ante un fenómeno lingüístico casi del orden de lo extravagante. El Instituto Cervantes lo acaba de señalar en ‘Lo uno y lo diverso’ (Espasa), un libro que celebra la riqueza del español a través de las experiencias jocosas de autores a lado y lado del Atlántico.

Más allá de la anécdota, sin embargo, entre los escritores el idioma es lugar de encuentro de inquietudes diversas, pues al fin y al cabo lo tienen por materia prima. Muchos de ellos han fijado su residencia en España y viven inmersos en una realidad lingüística distinta de la de su país de origen. Muchos han viajado por el continente presentando sus libros y han vivido con sensibilidad de escritores la variedad. Muchos se han preguntado si esa diversidad debería o no permear su obra. EL PERIÓDICO ha hablado con seis autores latinoamericanos sobre las oportunidades que depara esa riqueza, los desafíos que plantea y su relación con el español de España, que mantiene su condición de canónico en cuestiones como las traducciones. Son 21 países que tienen el español o castellano por lengua oficial. Literariamente da para pensar.

La zeta de Raphael

“Creo que mi primera idea del español de España estaba relacionada con las canciones de la radio. Era divertido jugar a pronunciar la zeta en las canciones de Raphael, Julio Iglesias o Paloma San Basilio”, recuerda Alejandro Zambra, el chileno autor de obras como ‘Bonsái’, ‘Formas de volver a casa’ y la más reciente ‘Poeta chileno’. Es posible que sea una de las primeras aproximaciones a la rareza: esa zeta que para los españoles, caray, tiene estatura fonética. Pero algunos no tuvieron ni que escuchar la radio para entender que algo extraño pasaba. “Mi padre era madrileño, así que escuché el español de España desde siempre”, cuenta el argentino Martín Caparrós (‘El hambre’, ‘Los Living’, ‘Sinfín’). Era su padre, un ser cotidiano que se paseaba en pijama por la casa, pero hablaba español de España y eso era raro. “Desde siempre tuve conciencia de que había por lo menos dos formas distintas de hablar la lengua que hablaba”, dice Caparrós.

La poeta y novelista colombiana Piedad Bonnett (‘Lo que no tiene nombre’, ‘Donde nadie me espere’) recuerda que su primer contacto con el español peninsular tuvo lugar a los “siete u ocho años”, y se materializó “a través de los poemas de poetas españoles que leía a medias en ‘El tesoro de la juventud’”, una enciclopedia para niños. “Todos esos poemas, tanto los de Zorrilla, Campoamor, Bécquer, etc, como los de autores de nuestro continente, o los traducidos, estaban tan llenos de palabras extrañas y de retórica y retorcimientos, que me debió parecer que todo aquello era algo propio de la literatura. Luego, mis hermanos y yo estudiamos con monjas y curas españoles, y nos familiarizamos con su ceceo y su vocabulario”.

'Vosotros' por 'ustedes'

Eso que en la niñez y la juventud se presenta como indicio adquiere toda su entidad en la edad adulta por la vía de las lecturas, el contacto con el otro y sobre todo los viajes. La escritora mexicana Ale Oseguera, autora de ‘Realidad en mono’ y ‘Tormenta de tierra’, dice que “puso en juego” su español cuando se instaló en Barcelona, pues en esta ciudad pasan tres cosas: “Uno, tienes un castellano catalanizado con influencia de la lengua autóctona. Es como si dijésemos que en México el español está ‘nahuatlizado’. Dos, tienes la posibilidad de coincidir con personas de todos los países de habla hispana, y tres, tu español, como extranjera, se pone a prueba y la lengua española local se vuelve el terreno común de la comunicación”.

Oseguera había venido a hacer un máster, y un día en clase no pudo terminar de explicar una anécdota porque sus mexicanismos dieron lugar a otra discusión y todos se olvidaron de lo que iba a contar. “Me sentí frustrada”, dice. “Ese día decidí ser consciente de mi vocabulario y no dejar que este se interpusiera entre mi interlocutor y yo. No es que decidiera castellanizarlo puramente, porque en un contexto como el de Barcelona eso es imposible; pero sí trabajarlo para que mis mensajes llegaran lo más clara y contundentemente posible dependiendo del contexto en el que estuviese”. Por ejemplo, cambió el ‘ustedes’ por el ‘vosotros’.

Se puede decir que algo similar le ocurrió al argentino Mario Satz (‘Pequeños paraísos’, ‘El alfabeto alado’): “Me fui del país a los 21 años y se me pegaron los acentos y modos de los países por los que pasé: Bolivia, Perú, Colombia, etc. En realidad incorporé pocas expresiones, diría más bien que los acentos: volviendo de la ‘yuvia’ a la lluvia, etc”. Satz, instalado ahora en las afueras de Barcelona, dice que actualmente utiliza “una koiné, una lengua media, entendida por todos en Latinoamérica y en España. Es lo bastante rica como para no darme problemas en su uso. Aunque mi acento sigue siendo casi por inercia argentino”.

Un problema encantador

Pero cada escritor se relaciona a su manera con el español y sus riquezas. Zambra, por ejemplo, dice que una manera de acercarse más a la propia lengua “es perderla parcialmente”. “Al menos ese ha sido mi caso”, explica. “No es tanto que adoptes palabras de otros lugares, más bien las palabras ajenas reavivan el deseo o la necesidad de las propias. Y las palabras propias van cambiando, por supuesto, yo ahí tengo un problema permanente, porque escribo muy en chileno pero hace ya demasiados años que no vivo en mi país. Es un problema que me encanta tener, sobre todo ahora, a los 45 años, porque me obliga a pensarlo todo de nuevo”.

¿Escribir en chileno? ¿En colombiano? ¿Dejar que el estilo se alimente de la mezcla? ¿Trazar una frontera? Lo mismo: depende de cada uno. “Viviendo en mexicano”, dice Zambra, “a diario descubro matices o ligeros desplazamientos de sentido que alimentan y alientan mi trabajo. También me pasa con el portugués de Brasil y el italiano, por ejemplo”. “Aunque siento curiosidad”, dice Bonnett, “por todas las variantes del vocabulario y las expresiones de la lengua castellana, bien sea en España o en otros países latinoamericanos, pienso que incorporar esos modismos a mi literatura no viene al caso. Sería extraño”. Y dice Satz: “Vivimos un momento de gran impureza, sin ironía, y creo que eso es bueno. Me parece que el qué es más importante que el cómo; un buen tema es más importante que un buen estilo”.

“Claro que he utilizado expresiones y vocabulario multinacional en mi literatura”, cuenta Ale Oseguera, “pero no lo hago pensando en si una palabra es peruana o argentina o española. Sobre todo en mi poesía, la nacionalidad de una palabra es anecdótica. Elijo las palabras pensando en su funcionalidad para el texto, en si describe mejor o no la emoción, el color, la textura, el contexto de un poema o de una historia”.

'Ñamérica'

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Caparrós está tan interesado en el tema que actualmente está dando los toques finales a un libro sobre hispanoamérica (‘Ñamérica’) “uno de cuyos temas es ese: que somos una región única en el mundo en el sentido de que somos más de 20 países que hablamos variaciones del mismo idioma”. El autor argentino llama la atención sobre algo que pasa desapercibido, y es que los diversos españoles no están divididos por países sino por regiones. “En el tema de la lengua no se impone la división entre países, que al fin y al cabo son algo más bien reciente. En Colombia, por ejemplo, uno del Caribe habla más como un venezolano que como un paisa”.

Wílmar Cabrera es un escritor colombiano radicado en Barcelona desde 2008. Autor del recién publicado ‘Los porqués de Joaquim’ junto a la ilustradora Mariana Valencia, en el 2012 publicó ‘Los fantasmas de Sarrià visten de chandal’, sobre el partido entre Italia y Brasil del Mundial de España 82. Su experiencia con ese libro resulta reveladora: “Durante su escritura”, cuenta, “descubrí y confirmé que no se dispara la pelota sino que se chuta, que el entrenador o profesor, como decimos en Colombia, es míster, que Suramérica es Sudamérica, que cancha es campo, que carro es coche, que cuadra es calle, que estufa es cocina, que un tinto es un americano, que un saco es una americana, y así podría seguir infinitamente. La sensación que me produjo fue que, a pesar de hablar un mismo idioma, hablamos una lengua distinta. Una jerga diferente”.

"Maestra, ¿vamos a chupar unas pollas?"

“Casi 489 millones de personas hablan español como lengua nativa a lo largo de 19 millones de kilómetros cuadrados y es lengua oficial en 21 países”, escribe la directora académica del Instituto Cervantes, Carmen Pastor Villalba, en la introducción de ‘Lo uno y lo diverso’, el libro editado por Espasa que mira con humor las situaciones curiosas y desencuentros que propician las diferentes variantes del idioma. Luego, citando a Álex Grijelmo, subraya el dato de que “apenas el 2% de las palabras del idioma español son propias de distintas variedades lingüísticas y no comunes”. “Esas palabras y expresiones de otros ámbitos hispanohablantes”, escribe, “que han llegado hasta nosotros a través de amigos, canciones, literatura, cine o telenovelas, y que sabemos identificar y comprender aunque no las usemos”.

El libro recoge anécdotas como la que cuenta Marta Sanz que le ocurrió en México, donde era docente de Creatividad Literaria: “Y ellos” (refiriéndose a sus alumnos) “decidieron corresponderme cursándome la siguiente amabilísima invitación: ‘Maestra, ¿quiere venirse hoy con nosotros a chupar unas pollas por ahí?’ ‘Ay, maestra, anímese’”. “¿Chupar pollas?”, preguntó cautelosamente la escritora. “Ay, sí, maestra, a tomar unas cañas por ahí como ustedes dicen”.