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Carta de una trabajadora del SEPE: "No somos los villanos de esta historia"

“En estos tiempos convulsos en los que los trabajadores del SEPE somos lo peor, he decidido contar la verdadera situación de estos funcionarios tan mal valorados, quizá por desconocimiento”. Así arranca la misiva de María Paz Ruenes enviada a la sección Entre Todos. Ella es auxiliar administrativa en una oficina del servicio público de empleo de Madrid desde 2008 y está sufriendo en primera persona el colapso del organismo, ciberataque incluido.

Personas en paro hacen cola frente a una oficina del SEPE en Barcelona para ser atendidos.

Personas en paro hacen cola frente a una oficina del SEPE en Barcelona para ser atendidos. / Jordi Cotrina

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Luis Benavides
Luis Benavides

Periodista

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Los expedientes se amontonan en las mesas del SEPE. No es algo nuevo, pero la crisis del covid-19 ha hecho mucho más evidentes las carencias del organismo adscrito al Ministerio de Trabajo y Economía Social, sometido a una situación de estrés sin precedentes. La falta de efectivos para sacar adelante el tsunami administrativo provocado por la paralización casi total de la economía del país es un factor determinante para Ruenes. “Han pasado gobiernos de distintos colores que nunca se han molestado en solucionar nada. La huida de muchos compañeros, jubilaciones y traslados no se ha ido supliendo”, asegura esta funcionaria con ganas de “que se sepa la verdad”.  

Entre el asombro y el enfado, Ruenes se llevó la manos en la cabeza cuando la ministra de Trabajo, Yolanda Díaz, aseguró hace unos días que “ningún ciudadano va a tener retrasos en el pago de sus prestaciones” a pesar del ciberataque detectado el 9 de marzo. “Creo que ni ella ni el Director General del SEPE han pisado alguna vez una oficina de empleo”, ironiza esta funcionaria que previamente trabajó en el Ministerio de Hacienda. En su opinión, este tipo de declaraciones para “ganar puntos” alimentan falsas esperanzas que concluyen en frustración. Esa frustración puede degenerar, en los casos más extremos, en agresiones, principalmente verbales. 

Los parados, que ella prefiere llamar usuarios, solo quieren oír que van a cobrar rápido. La cruda realidad es otra: en muchos, demasiados casos, los pagos no se han cobrado todavía un año después y, en algunos, con errores que se han tenido que subsanar con todos los inconvenientes que eso puede causar. “Somos humanos y podemos cometer errores, como también los cometen las gestorías, pero no puede ser que tengamos que recibir insultos y aguantar faltas de respeto a diario”, lamenta Ruenes, que ha vivido muy malas experiencias con algunos usuarios. Incontables. Tres acabaron en denuncias. 

Muchos compañeros abandonan o, mejor dicho, concursan en cuanto pueden para cambiar de aires. Los trabajadores del SEPE, sostiene Ruenes, se llevan la palma al trabajo de cara al público (en la administración) más desagradecido. “Nosotros entendemos la desesperación de la gente y empatizamos con ellos, aunque algunas personas piensen que todos los funcionarios somos unos vagos o tenemos la vida resuelta”, explica Ruenes, quien ha llegado a trabajar casi 12 horas seguidas. “Hemos trabajado sábados y festivos de ocho de la mañana a ocho de la tarde, parando una hora para comer”, detalla. También saca la cara por sus compañeros del servicio de atención telefónica (Ratel). “No es que no cojan el teléfono, es que no paran de cogerlo y no dan abasto”. 

En el mismo barco

Como achicando agua con una cuchara. Desesperante. Así es el día a día de estos servidores públicos desde el estallido de la pandemia. No quieren ser considerados superhéroes ni piden aplausos por trabajar incansablemente, pero tampoco quieren recibir el papel de villanos en esta historia. 

Por eso Ruenes pide más comprensión, la misma empatía que asegura sentir hacia las personas que entran por la puerta del SEPE. Están en el mismo barco. La precariedad no es ajena a los trabajadores del servicio público de empleo, por paradójico que parezca. “En las oficinas hay muchos interinos –continúa-, y en algunos casos enlazan contrato tras contrato durante mucho tiempo. Muchos compañeros, sobre todo si llevan poco tiempo, son mileuristas”. 

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El elevado volumen de trabajo, algo que nadie pone en duda por la excepcional situación que atraviesa el país, va acompañado de una organización del trabajo deficiente o, cuanto menos, mejorable en términos de eficiencia. “Han permitido que se puedan enviar solicitudes por diferentes vías, y eso hace que una persona pueda enviar la misma presolicitud infinidad de veces. Tramitas una y las otras las tienes que ir denegando, una a una, tras comprobarlas. Con esto, por poner un ejemplo, se pierde mucho tiempo, tiempo en el que no puedes atender a otra persona”, cuenta Ruenes, que pese a todo no se ha planteado dejar su trabajo. “Me gusta. Aguantamos mucho –continúa-, pero me compensa cuando alguien sale contento y me dice que se lo he explicado muy bien”.

El otro virus

Al trabajar desde casa con sus propios ordenadores el sistema informático de servicio de empleo se convirtió en un blanco fácil. Era la crónica de una infección anunciada. “Se comentó que el virus se había extendido por culpa de un funcionario, pero lo que no se explica es que mucha gente ha cobrado la prestación porque los empleados han puesto a disposición del SEPE sus ordenadores y eso, unido a que nos hemos podido saltar algún protocolo para agilizar el cobro, ha podido propiciar que se colara el virus. Era eso o que la gente no cobrara”, argumenta Ruenes, que en su carta dice sentirse “orgullosa de pertenecer a este grupo de funcionarios” pero no al organismo. Ellos también han sido y siguen siendo esenciales en estos momentos y merecen otro trato, por parte de la Administración y de los usuarios.