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Bitcoin y el euro digital, ¿David contra Goliat?

Los bancos centrales de los distintos países empiezan a sentirse amenazados por la rápida digitalización de la sociedad

El Bitcoin es una de las criptomonedas más conocidas y más volátil

El Bitcoin es una de las criptomonedas más conocidas y más volátil / Reuters

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Benjamí Anglès Juanpere
Benjamí Anglès Juanpere

Profesor de Derecho Financiero y Tributario de la UOC.

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La irrupción de lo digital en nuestro día a día ha superado lo predecible. El teletrabajo se ha generalizado y consolidado en un tiempo récord; la educación 'on line' ha cobrado protagonismo frente a la enseñanza presencial en un solo curso; las compras por internet ya superan al comercio tradicional, y el entretenimiento a través de plataformas y videojuegos ha convertido el salón de casa en el principal espacio de ocio familiar casi sin darnos cuenta.En menos de un año, hemos pasado de tener que desplazarnos para realizar casi todo a poder hacer cada una de estas actividades desde el sofá de casa.

Esta rápida y masiva generalización de lo digital tiene otra consecuencia, el abandono del uso del dinero en efectivo a favor de medios de pago electrónico, pues sin la necesidad de contactar entre las partes el uso de monedas y billetes deja de tener sentido.No es de extrañar que, aprovechando el ruido que ha hecho bitcoin y la palabra mágica de 'blockchain', algunas empresas tecnológicas hayan visto en las criptomonedas una vía de negocio mediante el desarrollo de monedas digitales privadas que permitan realizar transacciones electrónicas sin necesidad de recurrir a las monedas «tradicionales».

Hasta ahora, el monopolio de la creación y puesta en circulación de monedas lo tienen los bancos centrales de los distintos países, quienes controlan y regulan el mercado de divisas mundial. No obstante, es evidente que empiezan a sentirse amenazados por la rápida digitalización de la sociedad, dado que algunos de ellos ya están trabajando en futuras divisas digitales públicas. China es el país más avanzado en esta materia y tiene previsto poner en circulación el yuan «digital» en 2022. 

En la misma línea, el Banco Central Europeo (BCE) acaba de anunciar que también está trabajando para lanzar un euro «digital» dentro de cuatro años, que permita a los ciudadanos europeos seguir usando una moneda soberana en sus transacciones electrónicas. De entrada, el euro «digital» será una moneda de curso legal, respaldada por el BCE y con el mismo valor que el euro «físico». Seguramente, los ciudadanos no notarán diferencias entre usar una u otra moneda, pero lo cierto es que con el euro «digital» podrán acceder directamente al BCE para conseguir dinero sin necesidad de acudir a las entidades bancarias, lo cual, evidentemente, no les hace mucha gracia.

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Por consiguiente, no se tratará de un medio de pago electrónico, como pueden ser las tarjetas o las plataformas de pago, sino que se tratará propiamente de dinero digital de curso legal que se podrá utilizar directamente en los pagos electrónicos entre las partes. De este modo, el BCE, y el resto de bancos centrales que hagan lo mismo, pretenden mantener el control sobre la masa monetaria de sus respectivos territorio se impedir que el sistema monetario acabe en manos delos gigantes tecnológicos y sus monedas privadas sin apenas regulación.

Es evidente que los bancos centrales parten como favoritos en esta disputa por el control del sistema monetario, no solo por su situación de privilegio sino porque cuentan además con el respaldo de gobiernos y órganos reguladores, los cuales no están dispuestos a ceder ni un milímetro en un elemento clave para la política económica de cada país. Por ahora, no parece que las criptomonedas o las propuestas de monedas digitales privadas, como ‘Libra’ de Facebook, vayan a desestabilizar a corto o medio plazo el mercado de divisas, ni a convertirse en medios de pago alternativos masivos, ya que se trata de una lucha tan desigual como la de David contra Goliat. Pero, del mismo modo que el pastor consiguió derribar al gigante con su honda, tampoco es descabellado pensar que las empresas tecnológicas puedan lograrlo algún día, sobre todo atendiendo a su capacidad de innovación y a la rapidez con la que se suceden los cambios en el entorno digital.