Entender + con la historia

De Babilonia a Bárcenas: historia del sobre

Dentro de un sobre se pueden guardar mil cosas: una carta de amor, las notas de la escuela, un informe médico, un anónimo, una cantidad indeterminada de dinero que no se quiere declarar a Hacienda...

Edwin Hill.

Edwin Hill.

3
Se lee en minutos
Xavier Carmaniu Mainadé
Xavier Carmaniu Mainadé

Historiador

ver +

Pocos objetos habrá en el mundo tan humildes pero que despierten tantas sospechas como un sobre. Este producto de papelería es la esencia de la discreción y el secretismo. Haced la prueba. En una reunión acercáis un sobre a alguien sin hacer muchos comentarios y en seguida se hace el silencio. Durante un instante los testigos de los hechos venderían el alma al diablo por conocer el contenido de su interior.

De hecho, el sobre nació con el propósito de preservar las informaciones escritas. Ahora que se envían whatsapps y correos electrónicos, vale la pena recordar que hubo un tiempo en que aquella era la única forma de comunicación existente. El problema era el elevado precio del papel, y para evitar que se leyera el contenido, las misivas simplemente se doblaban o enrollaban.

Informaciones sensibles

A partir de los siglos XVI y XVII, en las cortes de Europa se empezó a estilar poner una hoja blanca “sobre” la carta. De ahí el nombre. Los monarcas eran los únicos que se permitían el lujo de gastar dinero con ello, pero era una cuestión de seguridad nacional, que se diría ahora, porque protegían informaciones sensibles. De hecho, el término ‘enveloppe’ no es utilizado en francés como ‘sobre’ hasta 1676. Y de allí lo copiaron los ingleses, que fueron los primeros en implantar un sistema de correos moderno y eficiente.

En el siglo XIX, el servicio postal británico aún ganó más importancia. Por un lado, por la expansión colonial en todo el mundo, y por otro, por la eclosión de la industrialización. La información debía circular de manera rápida y segura y para hacerlo posible Londres reformó el sistema de correos en 1840. Entre otras medidas, comercializó un papel de carta que se plegaba y quedaba convertido en sobre. Los coleccionistas filatélicos lo llaman Mulready porque este era el nombre del pintor que diseñó la decoración. Ese mismo año también se puso en circulación el Penny Black, el primer sello adhesivo; pero de esto ya hablaremos otro día, porque ahora lo que nos preocupa son los sobres.

Hill y De la Rue

Las reformas del correo inglés fueron un éxito. Además, la modernización de los sistemas de fabricación abarató el papel y los sobres dejaron de ser un lujo. De ello se dio cuenta el responsable de la producción de sellos, Edwin Hill, que junto con su hermano Rowland, precisamente, se había encargado del proceso de mejora del servicio. Edwin quería poner las cosas aun más fáciles y diseñó una máquina para fabricar sobres para que la gente no perdiera el tiempo plegando papeles y papelitos. La presentó en la Gran Exposición de 1851 y llamó la atención de Warren de la Rue. Si se busca su biografía en la Wikipedia se encontrará que destacó sobre todo en el campo de la astronomía, pero también es importante saber que era hijo de un fabricante de papel. De hecho, ese era el negocio que daba de comer a toda la familia.

Antecedente de arcilla

El tatarabuelo del sobre lo encontramos en Babilonia hace 4.000 años, cuando las tabletas de arcilla con información confidencial (no utilizaban papel) eran protegidas con unos envoltorios también de barro. Contenido y continente se cocían juntos en el horno. De esta manera solo se podía obtener la información rompiendo este protosobre y, por tanto, quedaba la evidencia de que alguien había accedido al contenido.

Noticias relacionadas

A partir de entonces, De la Rue empezó a producir y exportar sobres a diferentes países, entre ellos Estados Unidos. Allí, estos garantes de la discreción escrita demostraron su importancia cuando estalló la Guerra Civil en 1861. Los confederados se quedaron sin sobres porque en los Estados del sur no había fabricantes. Además, tampoco podían comprar en Europa, ya que la Unión tenía bloqueadas las vías marítimas. Los mandos sudistas no se podían permitir enviar informaciones de guerra sin protección y tuvieron que buscar alternativas: desde páginas de libros hasta papel pintado. Además, los reciclaban dándoles la vuelta para continuar utilizándolos. Una vez superada la guerra, y a medida que EEUU iba progresando, también lo hizo su propia industria sobrera, igual que la del resto del mundo.

Desde entonces, han aparecido sobres de mil formas y colores, pero lo más importante es lo que pueden contener en su interior, como nos recuerdan estos días del juicio a Bárcenas.