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Pateando las calles para atrapar los virus

El coronavirus ha puesto luz sobre el discreto trabajo que realizan muchos científicos en el mundo, que desde hace décadas luchan contra las epidemias, pisando el terreno de manera incansable

Alexander Langmuir preside una reunión en su despacho en 1955.

Alexander Langmuir preside una reunión en su despacho en 1955.

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Xavier Carmaniu Mainadé
Xavier Carmaniu Mainadé

Historiador

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Hoy hace una semana que el equipo de 14 expertos de la OMS está en Wuhan inspeccionando la zona cero de la pandemia. A pesar de que la información de su periplo llega con cuentagotas porque las autoridades chinas han vetado que los medios internacionales manden enviados especiales, se tiene constancia de que han visitado el mercado de animales vivos y el Instituto de Virología de aquella ciudad asiàtica, que la mayoría de occidentales hace un año no sabíamos ni que existía.

Muchas veces pensamos que las investigaciones solo son posibles en el laboratorio, pero en el caso de las epidemias es fundamental pisar el terreno. Precisamente por eso el logo del Epidemic Intelligence Service (EIS) de los Estados Unidos es una suela de zapato agujereada sobre un globo terráqueo. El trabajo de sus agentes es recorrer el planeta para frenar enfermedades como el coronavirus. De hecho, la necesidad de desplazarse a cualquier lugar explica que tenga el cuartel general en Atlanta, donde hay uno de los aeropuertos con más conexiones internacionales del mundo.

Focos de malaria

Los miembros del EIS forman parte del Centro de Control de Enfermedades (CCM). El origen de su historia está en la Segunda Guerra Mundial, cuando el CCM se encargaba de combatir los focos de malaria que se declaraban en las zonas de conflicto. En muchas guerras, mueren más soldados por los virus que por las balas.

Durante la Guerra Fría creció el temor al desarrollo de armas biológicas y en Estados Unidos saltaron todas las alarmas en 1951 en Corea, donde 3.000 hombres perdieron la vida por culpa de las fiebres hemorrágicas provocadas por el hantavirus. En realidad era una enfermedad que existía en Asia desde hacía siglos, pero desconocida por los occidentales. Fue entonces cuando las autoridades estadounidenses se empezaron a tomar en serio el proyecto del doctor Alexander Langmuir.

Método y rigor

Este epidemiólogo había fichado por el EIS en 1949 y desde el primer momento insistió en que se tenían que invertir recursos en la agencia, sobre todo para formar profesionales que supieran qué hacer en caso de una emergencia epidemiológica. Por sus métodos y rigor, muy pronto todo el mundo conoció a Langmuir y su equipo como los detectives de las enfermedades. Su misión era identificar cualquier amenaza mundial que pusiera en riesgo a la especie humana. Parece de película, pero es a lo que se dedican desde hace 70 años. Son los primeros que se enfrentan a problemas de salud pública que luego inundan los medios de comunicación.

Zapatos agujereados

Langmuir está considerado uno de los padres de la epidemiología moderna y aún hoy en día es un referente. Al fin y al cabo, la delegación de la OMS en Wuhan hace lo que él ordenaba a sus agentes cuando los enviaba a una misión: pisar el terreno de manera incansable hasta agujerear la suela de los zapatos para recopilar el máximo número de datos posibles.

Fueron los miembros del EIS, por ejemplo, los que descubrieron y pusieron nombre a la legionela en 1976. Ese mismo año, uno de sus equipos desplazado a Zaire y Sudán investigó unas fiebres que provocaban hemorragias mortales en el 90 % de los infectados. Lo bautizaron con el nombre de un río de la zona: ébola.

Sida, ántrax...

A principios de la década de 1980 también fueron ellos los primeros que describieron y publicaron artículos científicos sobre una enfermedad hasta entonces desconocida que llamaron Síndrome de Inmunodeficiencia Adquirida, y que ahora todos conocemos como sida. Y durante los 90 descubrieron el virus del Nilo y cómo los mosquitos actuaban de vector de transmisión.

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A raíz del ataque del 11-S en EEUU, esta agencia fue la encargada de identificar potenciales amenazas bioterroristas, muy especialmente el envío de cartas con ántrax. Un tema que generó pánico global. Mucha menos cobertura mediática tuvo la epidemia de SARS que sufrieron 29 países, la mayoría asiáticos, durante 2003. Seis años más tarde, en cambio, la gripe aviar sí despertó más interés. Personal del EIS se desplegó por todo EEUU para vigilar que no se propagara.

No son agentes secretos como los de las películas, pero las mujeres y hombres del EIS hace siete décadas que se enfrentan a situaciones llenas de peligros reales. Y si les pueden hacer frente no es porque sean como James Bond, sino porque están bien preparados. Suena a tópico pero es cierto: invertir en ciencia salva vidas.