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Homenaje a las neveras

Sin neveras nuestra sociedad no sería como es. Este electrodoméstico revolucionario también reclama su parte de protagonismo en la lucha contra el covid-19

Baltzar von Platen y Carl Munters, inventores de la nevera eléctrica.

Baltzar von Platen y Carl Munters, inventores de la nevera eléctrica. / Electrolux

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Xavier Carmaniu Mainadé
Xavier Carmaniu Mainadé

Historiador

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Antes de convertirnos en expertos en logística de la vacunación, la nevera era aquel electrodoméstico silencioso y servicial del que solo recordábamos lo imprescindible que es en nuestras vidas al estropearse. Seguramente, junto con la máquina de lavar ropa, es el aparato que más ha contribuido a transformar la vida de millones de personas. Sobre todo la de las mujeres en quienes recaía -y todavía recae- la atención de los miembros de la familia.

Las neveras y los congeladores permiten preservar durante mucho tiempo los alimentos sin que se estropeen. Cuando en las casas solo había fresqueras era inevitable tener que ir a comprar y cocinar a diario. Ahora, en cambio, nos podemos permitir el lujo de dedicar tiempo a otras actividades pudiendo concentrar todo lo relacionado con las provisiones en momentos puntuales de la semana. Por eso cuando a una familia se le estropea el frigorífico hay una hecatombe. Lo que no sabíamos los neófitos en temas de ciencia es que las neveras son igual de importantes en el mundo de la salud, como ha puesto en evidencia la crisis logística al inicio de la campaña de la vacuna de Pfizer. Parece hecho adrede para iniciar los actos de conmemoración del centenario del nacimiento de la nevera doméstica.

Sus inventores fueron los suecos Baltzar von Platen y Carl Munters. El primero estudió matemáticas y física y el segundo ingeniería. Se encontraron en el Instituto Tecnológico de Estocolmo (ITE) y allí, hace 99 años, desarrollaron un aparato que generaba frío.

Hacía siglos que la humanidad perseguía aquel sueño. El primero en intentarlo fue el escocés William Cullen, que en 1756 hizo la primera demostración en público de un sistema para enfriar. Una centuria más tarde, en 1858, el francés Ferdinand Carré desarrolló otro y en 1879 en Alemania, el ingeniero Carl Von Linde, tras años de trabajo, consiguió una maquinaria útil para este fin. Su invento permitió el desarrollo de la producción cervecera y de los mataderos de su país. Actualmente, la empresa que fundó sigue siendo un referente mundial en temas de frío. Sin todos estos precedentes difícilmente hoy tendríamos neveras.

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La aventura de Platen y Munters es la típica historia de emprendedores que hay detrás de los casos de éxito. En 1922 eran dos jóvenes de menos de 25 años y con ganas de comerse el mundo con su invento. Convencidos de que su proyecto valía la pena, alquilaron una habitación para trabajar de noche en el desarrollo de un prototipo. Solían dormir de día y casi nunca asistían a las clases del ITE. Su objetivo era poner en marcha un aparato que funcionara con un sistema que llamaban refrigeración por absorción. Es decir, transformar una fuente de calor que funcionara gracias a la electricidad, por ejemplo, para poder producir y mantener la temperatura baja en un espacio reducido. Todo lo que vendría a ser una nevera, vaya.

Y lo consiguieron. En 1923 fundaron la empresa AB Arctic y empezaron a fabricar y comercializar su invento. El producto de aquellos jóvenes emprendedores enseguida llamó la atención de una compañía sueca nacida en 1919 y que se estaba haciendo un nombre gracias al aspirador, otro electrodoméstico increíble. Aquella empresa era Electrolux. Sus directivos no dudaron en absorber la firma de Platen y Munters, a quien también compraron la patente. Fueron perfeccionando su diseño y en 1931 se empezó a fabricar en serie la primera nevera doméstica. Mientras, otras compañías americanas también intentaban comercializar sus modelos, tal y como ya se había visto en la Exposición Internacional de Barcelona en 1929. Ahora bien, aquí la generalización de la nevera doméstica se retrasó en comparación con otros países europeos por culpa de la posguerra. Ahora ya es un aparato imprescindibleen nuestro día a día y, por lo que hemos visto, también lo es para la ciencia. O sea que, ¡larga vida a la nevera! (Que cuando se estropea, todo son prisas).

Un objeto de lujo

Las primeras neveras que se pusieron a la venta no estaban al alcance de todos los bolsillos. En Estados Unidos, en los años veinte, comprar uno de estos electrodomésticos costaba 714 dólares, mientras que un automóvil Ford T valía 450 euros. Ahora bien, como suele decirse, las máquinas de antes duraban toda la vida. De hecho, todavía hay neveras americanas de los años treinta que siguen funcionando.