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Cuando los grandes almacenes reinaban

Este 7 de enero no es como los demás y nos quedaremos sin ver aquellas enormes cantidades de gente entrando en los grandes almacenes para ir de rebajas. Una imagen que quizá ya ha pasado a la historia para siempre

Anuncio de los grandes almacenes El Siglo, de Barcelona.

Anuncio de los grandes almacenes El Siglo, de Barcelona.

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Xavier Carmaniu Mainadé
Xavier Carmaniu Mainadé

Historiador

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Una de las noticias habituales de cualquier otro 7 de enero sería el inicio de las rebajas. Tradicionalmente se solía ilustrar con imágenes de la gente asaltando los grandes almacenes como si no hubiera mañana. Este año no podrá ser. Además la generalización del comercio electrónico ha empezado a poner en duda su modelo de negocio, que no deja de ser hijo de una época que está llegando a su fin. La cuestión es cómo ha sido posible su propagación en todo el mundo.

El proceso de industrialización es la respuesta. A partir del siglo XIX, gracias al desarrollo del vapor y de las fábricas, se pudo producir más cantidad y más deprisa, por lo tanto los precios de los productos eran más bajos. Además, la expansión de las redes ferroviarias y un incremento del comercio marítimo aseguraron una distribución de las mercancías más eficiente.

Solo hacía falta encontrar quien comprara aquellos montones de productos. Pues, en parte, fueron los mismos que los producían porque las clases populares empezaron a ser vistas como potenciales consumidores. El sistema laboral aseguraba unos ingresos fijos y, además, la organización fabril dejaba tiempo libre a los obreros. Lejos de las responsabilidades del mundo rural, basado en una economía de subsistencia donde no había ni un momento de descanso, las clases populares urbanas descubrieron el "ocio".

Esta fue la base sobre la que se edificó la sociedad de masas y los grandes almacenes fueron algunos de sus templos. Primero aparecieron en las grandes ciudades donde el sistema económico e industrial estaba más desarrollado. En París abrieron Au bon Marché, La Samaritaine, en Londres Harrods, en Berlín Wertheim...

No eran simples edificios donde comprar. Su arquitectura majestuosa y elegante hacía que todo aquel que ponía los pies allí se sintiera importante. Como si pisara un palacio. Era justo lo que buscaban sus propietarios. Era un espacio donde la burguesía se sentía confortable y al mismo tiempo era un lugar por donde también se podían pasear las clases populares, que aspiraban a imitar los hábitos de consumo de los ricos.

Enseguida visitar los grandes almacenes se convirtió en una forma de invertir el tiempo de ocio. Consumo y tiempo libre empezaban un camino juntos que ya no dejarían nunca más. Acababa de nacer el "ir de compras" como sinónimo de entretenimiento y de pasar el rato.

Barcelona moderna

En Barcelona, el fenómeno llegó en 1878 cuando abrió sus puertas El Siglo. En la ciudad no se había visto nada igual. El establecimiento tenía siete plantas y ocupaba los números 10, 12 y 14 de la Rambla dels Estudis. En 1932 las llamas lo arrasaron y el incendio causó una fuerte conmoción ciudadana. Entonces se trasladó al número 54 de la calle de Pelai. Actualmente hay una tienda de la cadena de ropa C & A, pero la fachada del edificio se mantiene como era hace 90 años.

Después del Siglo vinieron los Almacenes Capitol, Can Jorba, el Sepu... Todos se iban situando entre la Rambla, la calle de Ferran, Portal de l’Àngel y la calle de Pelai. La zona se convirtió en el epicentro comercial de una Barcelona embriagada por la Exposición Internacional de 1929 y que soñaba acoger los Juegos Olímpicos de 1936. La historia, sin embargo, le deparaba otro destino.

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La guerra civil y la dictadura borraron buena parte del nervio de aquella ciudad moderna y cosmopolita de los años 20 y 30. Hicieron falta décadas para reponerse. No fue hasta los 60 que empezaron a percibir ciertos aires de los nuevos tiempos. En el mundo del comercio esto se tradujo en la llegada de dos gigantes madrileños. En 1962 abrió sus puertas El Corte Inglés en la plaza de Catalunya y Galerías Preciados compró can Jorba en 1963. Las dos empresas reproducían la feroz competencia que mantenían en la capital española.

Aquello fue un tremendo impacto para el comercio local, al igual que ahora lo es el desembarco de los nuevos colosos venidos del otro lado del Atlántico, que ya está influyendo en la fisonomía de Barcelona.

Una novela de Zola

En 1883 el escritor francés retrató con detalle la irrupción en París de los grandes almacenes en la novela 'Au bonheur des Dames' (traducida como 'El paraíso de las damas'). A través de sus páginas, guía al lector por las entrañas del fascinante mundo del comercio del siglo XIX y describe como aquellos majestuosos establecimiento se erigieron como un referente para la sociedad burguesa de la época.