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El año de la incertidumbre

2020 ha sido un año muy intenso para prestar atención a la conversación pública, a las historias diarias que cuenta la ciudadanía, al contraste de opiniones y al debate, como hacemos en Entre Todos de EL PERIÓDICO. 2020 ha sido un año dominado por la enfermedad, la muerte, el dolor y el miedo, otros hijos bastardos del dichoso virus.

Una enfermera con la vacuna del coronavirus.

Una enfermera con la vacuna del coronavirus. / EP

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Joan Cañete Bayle
Joan Cañete Bayle

Subdirector de EL PERIÓDICO.

Especialista en Internacional, Transformación Digital, Política, Sociedad, Información Local, Análisis de Audiencias

Escribe desde España, Estados Unidos, Israel, Palestina, Oriente Medio

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Ha sido el chascarrillo de finales de año: albricias, el 2021 será sin duda mejor que el 2020, básicamente porque es imposible que lo empeore. Peor no nos puede ir, y quien no se consuela es porque no quiere.

No es esta la mejor forma de empezar un año que hereda de su ominoso antecesor lo peorcito de cada casa: la emergencia sanitaria; la crisis económica y su consecuencia, la crisis social; la polarización extrema de la conversación política, enquistada en trincheras de las que demasiado a menudo supura no solo ruido, tensión, inoperancia y menosprecio, sino puro odio. No empieza la ciudadanía el año con el ímpetu del contador puesto a cero, con buenos deseos y mejores propósitos. La incertidumbre, una de las hijas bastardas del virus, todo lo impregna. 2021 es el año del “que me quede como estoy, que ya es mucho”, del apretar los dientes y resistir. El año del “A ver”: a ver si llega la vacuna para todos; a ver si los negocios pueden reabrir varias semanas seguidas, a ver si, dónde y cuándo iremos de vacaciones; a ver si por el verano, o a lo mejor después, organizamos una gran hoguera (ojalá pueda ser por Sant Joan) con todas las mascarillas. Es el 2021 un año que nace tan débil, como con fórceps, que por no tener no tiene ni propósitos de año nuevo: cómo vas a apuntarte a un gimnasio si vete a saber cuándo los cerrarán; cómo vas a matricularte en una academia de inglés, para acabar haciendo la ‘conversation’ por Zoom; cómo vas a confiar en que las administraciones te van a echar una mano, si cobrar los erte o las ayudas son un calvario digno de esa Semana Santa que el virus nos robó; el primero, por cierto, de muchos que vendrían después, y por los que nadie ha dado aún cuentas.

 2020 ha sido un año muy intenso para prestar atención a la conversación pública, a las historias diarias que cuenta la ciudadanía, al contraste de opiniones y al debate, como hacemos en Entre Todos de EL PERIÓDICO. 2020 ha sido un año dominado por la enfermedad, la muerte, el dolor y el miedo, otros hijos bastardos del dichoso virus. Solo los más mayores, generacionalmente hablando, recordaban lo que era temer por la propia vida de forma tan fulminante. Y fueron precisamente ellos, los ancianos, los que pagaron el precio más alto en decenas de residencias, el gran agujero negro que merecería, cuando menos, una reflexión y una investigación. 2020 ha sido también un año de angustia, sufrimiento y colas, muchas colas, la lista de hijos bastardos del virus es larga y ninguno es bueno: colas en el supermercado, colas del hambre, colas ante las ventanillas en busca de ayuda, colas para una PCR, colas en las UCI, colas para atizar a los Gobiernos, colas para protestar, colas de ataúdes.

Al contrario que con la emergencia sanitaria, no hace falta retroceder mucho en el tiempo para recordar una grave crisis económica y social. De hecho, el virus nos atrapó en el 2020 cuando aún se pagaban facturas de la falsa salida de la anterior crisis: desigualdad creciente, precarización de empleos y sueldos, brecha económica, política y social entre los dos pronombres que dominan la conversación pública, el ellos y el nosotros, entendidos de forma excluyente, como una suma cero. En estos términos, si el primer deseo de la ciudadanía para el 2021 es que la vacuna fulmine el virus, el segundo es que el fin de la pandemia traiga consigo el fin de las crisis. Que abran los restaurantes, que se activen las empresas, que se llenen las plateas, que las colas sean para ir a un concierto y no para buscar trabajo. Pero es un deseo fatalista; así como en la conversación pública hay una fe muy sólida en la vacuna, en lo que a la recuperación económica y social se refiere las cartas a los Reyes Magos para el 2021 están llenas de optimistas bien informados que tienen memoria y saben que los desahucios y lo del 1% y el 99% no son hijos bastardos del virus, que vienen de más lejos.

Buenos deseos en cuestión

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Los optimistas bien informados son los pepitos grillo. Nos recuerdan con retintín la larga lista de bondades que el virus, ese gran acelerador de tendencias de todo tipo y condición, nos iba a traer: la generalización del teletrabajo y de unas nuevas relaciones laborales; unas ciudades más humanas, a medida de las personas; el convencimiento de que la emergencia climática debe ser la primera en la lista de las prioridades; una mayor conciencia de la importancia del sistema público de salud; un reconocimiento social de la importancia de la ciencia en nuestras vidas; más solidaridad intergeneracional; un sistema educativo más ágil y dotado de recursos, a caballo entre el aula tradicional y la virtual; una responsabilidad mayor de nuestros representantes políticos, conscientes de la necesidad de trabajar con unidad ante la magnitud de los desafíos… Estos asuntos siguen encima de la mesa, y forman parte de la lista de deseos/exigencias/ilusiones de muchos ciudadanos para este 2021. Pero los optimistas bien informados nos avisan: con la vacuna exprés contra el covid ya hemos cubierto nuestro cupo de milagros. El resto, como no podía ser de otra forma en el 2021, ya se verá. O no.

 Y muy al fondo en esta conversación pública, una voz pugna por hacerse oír, por ahora ahogada por tantos asuntos, argumentos, hijos bastardos y ruido. Es una voz que en vez de afirmar, pregunta: ¿Por qué el virus ha golpeado tan fuerte en España? ¿Por qué la economía española ha sido tan castigada? ¿Por qué los geriátricos se convirtieron en centros de muerte y dolor? ¿Qué ha funcionado mal y por qué? Y, sobre todo, ¿qué debemos hacer para arreglar todo lo que no funcionó para que si nos volvemos a ver en una de estas sí funcione? Convendría hacerle caso a esta voz, ya que de que logre alzar el vuelo y ganar peso en la conversación pública depende que este 2021 que nace bajo el signo de la incertidumbre ponga los cimientos para que no vuelva a haber otro 2020.

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