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El auténtico Grinch era Cromwell

Hay una clase de personas que cuando llega la Navidad refunfuñan porque tienen que celebrarla les guste o no. Si tenéis alguna cerca mejor que no lea este artículo, que podría darle ideas

Olver Cromwell, por Samuel Cooper.

Olver Cromwell, por Samuel Cooper. / Samuel Cooper

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Xavier Carmaniu Mainadé
Xavier Carmaniu Mainadé

Historiador

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Basta que prohíban algo para que todo el mundo tenga ganas de hacerlo. Seguramente por eso solo se escuchan lamentos por no poder celebrar la Navidad con la familia. Y eso que en cada casa hay un Grinch (o dos). Son esa clase de seres a quien el diciembre les produce una especie de urticaria social. Encuentran pegas a todo: demasiados días de atracones, la obligación de los regalos ... pero lo que suelen llevar peor es que todo esto lo tienen que hacer con la familia. Los identificaréis porque desde el puente de la Purísima Constitución ya fruncen el ceño y no dejan de hacerlo hasta que han pasado las fiestas.

Desconozco si fue pensando en este tipo de personas que Dickens escribió su famoso 'Cuento de Navidad' en 1843, pero lo cierto es que, gracias a aquella narración, el 25 de diciembre tomó una importancia que no había tenido hasta entonces en Inglaterra, en buena parte porque los puritanos habían actuado como si fueran la encarnación del Grinch en persona.

Corría 1645 cuando Oliver Cromwell usurpó el poder al rey Carlos I después de tres años de guerra civil. Una de las razones de la disputa era la religión y, a partir de ese momento, el Parlamento inglés quedó en manos de los puritanos, una facción conservadora de los protestantes que, como su nombre indica, no estaban por tonterías. Una de las cosas que les quitaba el sueño era todo lo que oliera a catolicismo, como los excesos de la Navidad. En todo el país se comía y bebía como no si no hubiera mañana. Y decidieron acabar con aquella festividad donde según ellos se despilfarraba y se fomentaba el comportamiento inmoral.

La primera opción fue tratar de contenerlo con diferentes medidas con la intención de aguar la fiesta, pero la población no les hacía demasiado caso. Y he aquí que, en 1647, el Parlamento prohibió la Navidad con la amenaza de castigar a quien osara desobedecer la orden.

Enfadados como una mona

Decir que los ingleses se mostraron disconformes no sería exacto. Sería más preciso decir que se enfadaron como una mona. Y no dieron su brazo a torcer. El 25 de diciembre de 1647 un grupo de jóvenes se reunió en el centro de Londres para cantar villancicos. Cuando las fuerzas del orden quisieron disolver el encuentro, comenzaron unos disturbios que se fueron extendiendo por otras localidades; sobre todo en Canterbury, donde los manifestantes asaltaron los comercios que habían abierto puertas, ya que según las ordenanzas era un día laborable como otro cualquiera.

La tensión se prolongó durante los meses siguientes y los estudiosos incluyen los enfrentamientos vividos en Kent en aquellas fechas como parte de la Segunda Guerra Civil, porque en realidad reclamar el retorno de la Navidad era una manera más de demostrar su disconformidad con Cromwell y reivindicar el retorno del rey, que, dicho sea de paso, estaba a favor de la fiesta. El problema fue que el Parlamento logró sofocar las protestas y ejecutó a Carlos I para dejar claro quién mandaba en Londres.

A pesar de este descalabro que marcaría la historia de Inglaterra para siempre, la gente no dejó de celebrar la Navidad. Eso sí, en la intimidad del hogar. Protegidos por las paredes de casa también leían el libro más popular de la época: 'Reivindicación de la Navidad', donde se ponían en valor las viejas tradiciones navideñas del país.

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En 1653, Cromwell aumentó su poder al ser nombrado Lord Protector y, bajo su tutela, el 25 de diciembre dejó de estar en rojo en el calendario definitivamente. Pero siete años más tarde, cuando Cromwell había muerto y había sido sustituido por su hijo Richard, el heredero al trono, Carlos II, recuperó la corona. Una de las primeras decisiones que tomó aquel 1660 fue restaurar la Navidad.

Sin embargo, hasta la época victoriana, justo cuando Dickens publicó su cuento, los ingleses no comenzaron a vivir la Navidad con aquella mezcla de celebración familiar y fiesta religiosa, que la caracteriza hoy en día. Por lo tanto, si tenéis al Grinch por casa, siempre se le puede recomendar que contacte con el fantasma del pasado por si quiere ir a visitar la época de Cromwell.

También prohibido en EEUU


Aunque ahora cuesta de imaginar, por toda la fanfarria que gastan, en EEUU el día 25 no fue día festivo hasta el 1870. De hecho, antes de ser un país independiente también estuvo prohibido en la zona de Nueva Inglaterra. Allí quien propagó el espíritu navideño, en buena parte, fue la feria antiesclavista que contamos en el periódico de ayer.