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Jan Mikulicz-Radecki, el doctor mascarilla

Taparse la boca y la nariz con una mascarilla salva vidas. Pero ¿quién fue el primer médico que lo probó por primera vez, en un no tan lejano 1897?

Jan Mikulicz-Radecki, el primer doctor que usó mascarilla en quirófano.

Jan Mikulicz-Radecki, el primer doctor que usó mascarilla en quirófano.

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Xavier Carmaniu Mainadé
Xavier Carmaniu Mainadé

Historiador

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«¡Anda! ¡La cartera!». Era la frase final de un famoso anuncio de Donuts de los años 70. Hoy, además de la cartera, y de las llaves, y del móvil, hay que acordarse de la mascarilla. Después de todos estos meses ya forma parte de la rutina, pero nadie olvidará la extraña sensación del primer día que salió con este complemento tapándole media cara. Seguramente sería similar a la que experimentó el doctor Jan Mikulicz-Radecki en 1897, cuando entró en el quirófano con la mascarilla puesta. Era la primera vez en la historia que un médico utilizaba una.

Siglos atrás se habían usado máscaras protectoras durante las pestes. Aún no se había descubierto cómo se propagaban las enfermedades, pero había el convencimiento de que se enfermaba por culpa de los malos olores. Por eso el diseño incorporaba una nariz larga, que servía de depósito para poner fragancias. La gente, sin embargo, continuaba cayendo como moscas.

La antisepsia

El doctor Louis Pasteur desentrañó el misterio al descubrir que los microorganismos podían infectar a los seres vivos. ¿Solución? Eliminarlos con sustancias antisépticas. Esta era la apuesta del médico Joseph Lister. Pero por más que limpiaban seguía habiendo infecciones, incluso en entornos controlados como las salas de operaciones.

Mientras Lister estaba limpia que limpiarás, en la universidad de Breslau (actualmente Wroclaw), el doctor Jan Mikulicz-Radecki estudiaba el tema con el bacteriólogo Carl Flügge, que estaba convencido de que las gotitas de saliva y de respiración del personal médico eran un vehículo de diseminación de las bacterias. Y como no se pueden eliminar, porque es aconsejable que un médico siga respirando mientras opera, se les ocurrió contenerlas mediante una pieza de tela que cubriera la boca y la nariz.

Entonces el Dr. Mikulicz-Radecki tenía 47 años y era un reputado cirujano especialista en aparato digestivo (fue el primero en suturar una úlcera de estómago). Su prestigio internacional sirvió para difundir el uso de la mascarilla, pero no fue algo inmediato. Según los investigadores en historia de la medicina, después de un análisis exhaustivo de las fotos de operaciones quirúrgicas practicadas en EEUU y Europa entre 1863 y 1969, se dieron cuenta de que en 1923 solo utilizaban la mascarilla dos terceras partes del personal sanitario presente en las intervenciones. En 1935 por fin se consiguió que la usaran todos.

Entre las suturas y las escalas

Además de eminente cirujano, Mikulicz-Radecki era un gran melómano. Se había pagado la carrera dando clases de piano, y durante los años de universidad en Viena hizo amistad con varios músicos, entre ellos el famoso compositor Johannes Brahms.


Normalmente se explica que el primer uso masivo de este utensilio fue durante la gripe de 1918, pero no es cierto. En 1910 se declaró la peste en Manchuria, provocada por una enfermedad neumónica con un índice de mortalidad cercano al 100%. El médico Wu Lien-Teh, formado en Cambridge, impuso su uso en la región asiática y gracias a eso, junto con otras medidas como las cuarentenas, consiguió frenar la expansión de la epidemia, que dejó un balance de 60.000 víctimas en pocos meses.

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Desde entonces, la ciencia ha avanzado mucho, pero las mascarillas siguen siendo una herramienta imprescindible. La diferencia es que ahora la mayoría son de un solo uso. No es casualidad. Según un artículo publicado por la revista The Lancet, fueron los propios fabricantes los que patrocinaron estudios para desbancar las mascarillas de algodón reutilizables. El argumento era que eran más higiénicas y seguras, pero la verdadera razón es que las empresas ahorraban costes de producción. Los autores de The Lancet explican que en 1975 fue la última vez que se incluyó la mascarilla profesional de algodón en un estudio y se demostró tan fiable como las demás. Pero como los productores arrinconaron las reutilizables, las comparativas posteriores se hicieron con mascarillas caseras que no cumplían los estándares. Así se impuso un futuro de usar y tirar.

¿Dónde las tiramos?

Aquel futuro es nuestro presente y ahora tenemos toneladas de mascarillas usadas esparcidas por todas partes. Sin mascarillas estaríamos muertos y son una herramienta vital para detener la pandemia, pero el reto va más allá: cómo evitar dejar este regalo envenenado a los que lean nuestra historia.

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