MEMORIA DE LA PANDEMIA (y 2)

De un altar funerario a un oso de peluche: los símbolos del confinamiento

Cinco insignias representativas de fenómenos significativos durante la crisis sanitaria anidan icónicamente testimonios humanos de vida y de muerte

Un altar funerario improvisado, unos guantes, una máquina de coser, un oso de peluche y un teléfono móvil explican un tiempo que pasará a la historia

Juanma González y Marga Fernández, ante el altar en memoria del difunto Miguel Fernández.

Juanma González y Marga Fernández, ante el altar en memoria del difunto Miguel Fernández. / FERRAN NADEU

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Manuel Arenas
Manuel Arenas

Redactor y coordinador del equipo de información del área metropolitana de Barcelona

Especialista en historias locales, audiencias e información del área metropolitana de Barcelona y reporterismo social

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En el altar funerario casero que Marga Fernández (Santa Coloma de Gramenet, 1970) y Juanma González (Badalona, 1971) han improvisado en su salón con una mesita, fotografías y una vela habita una despedida. Concretamente, la que el coronavirus le ha arrebatado a la familia de Miguel Fernández, padre y suegro de Marga y Juanma, respectivamente, a quien el covid-19 segó la vida a sus 75 años el pasado 27 de marzo en el Hospital Esperit Sant de Santa Coloma de Gramenet.

Durante el confinamiento al que ha obligado el coronavirus, son numerosos los objetos que han cobrado una simbología propia de un tiempo que pasará a la historiay será contado de generación en generación a través de la iconografía nacida en el ojo del huracán de la pandemia. El altar de la familia de Miguel Fernández es un ejemplo paradigmático. La mesita repleta de fotografías del difunto, una batalla familiar contra el olvido, sustituye a la ceremonia a la que no han tenido acceso sus seres queridos. "Con el altar tratamos de llenar el vacío que nos ha dejado este duelo interrumpido; ante él lloramos recordándole", explica González.

El duelo y el rito fúnebre, habitualmente íntimos y solemnes, han pasado a ser, coronavirus mediante, un trámite burocrático. "Fuimos a recoger las cenizas como quien va a recoger un paquete de Amazon", afirma Juanma González, que enfatiza la rabia y el dolor de una familia rota que se ha sentido abandonada. "Llamábamos constantemente al 061 y al 112 diciendo que empeoraba e hicimos caso a todo lo que nos dijeron: medicación y no ir a Urgencias. No hubo control médico ni le hicieron la prueba. Cuando nos escucharon y lo llevaron al hospital, a mi suegro le quedaban cuatro horas de vida".

No solo los familiares de las víctimas mortales, recién aterrizados en los confines de la muerte provocada por la pandemia, sufren la deshumanización descarnada en la que el virus ha sumido a buena parte de la sociedad. Por sorprendente que parezca, también los profesionales que llevan años trabajando con cadáveres y afrontando despedidas se muestran impactados por la frialdad extrema del covid-19.

Así lo cuenta Alfons Figuereo (Badalona, 1975), tanatopractor del tanatorio de Badalona. "Antes de la pandemia acompañábamos personalmente a las familias en su duelo, pero ahora, por motivos sanitarios, es mucho más frío: recogemos al difunto, lo metemos en un saco y después en la caja. No podemos hacer más, estamos deseando volver a la normalidad". Los característicos guantes de Figuereo, con los que recoge a los cadáveres en los hogares de Badalona, son otros de los objetos icónicos que explican una pandemia que ya se ha llevado por delante 25.000 vidas en España. "Del 15 de marzo al 15 de abril recogimos a 761 difuntos. La gente que habitualmente muere en un año ha muerto toda de golpe".

Los guantes de Alfons Figuereo, tanatopractor del tanatorio de Badalona. / FERRAN NADEU

Una máquina de coser para salvar vidas

La pandemia ha traído consigo un contraste perturbador: unos episodios aciagos y otros luminosos, oscuridad y brío, ocurriendo simultáneamente en el mismo lugar y a la misma hora. Mientras los hogares catalanes lloran a sus muertos, los vecinos de esos mismos barrios se lanzan a solidarizarse con los suyos empujados por la aspiración de que, si consiguen salvar una sola vida, habrá merecido la pena.

Insignia representativa de ese fenómeno solidario es la máquina de coser de Johana Aguilar (Caracas, Venezuela, 1973), vecina de Cardedeu que lleva confeccionadas unas 500 mascarillas desde los inicios del estado de alarma tras advertir que los profesionales de las tiendas de alimentación del pueblo se veían obligados a trabajar sin protección por la falta de existencias en las farmacias.

"Mi pareja me preguntó si podía coser mascarillas para el frutero, que le había dicho que no encontraba. Ahí empezó todo. Luego me enteré de que en la panadería necesitaban otras 15, en la carnicería del mercado otras seis... y así. Coser ha sido lo que me ha generado una sonrisa y me ha hecho sentir útil durante esta crisis", reconoce Aguilar, a quien su madre le regaló la máquina de coser dudando de que le fuera a dar utilidad. "Cuando le llevé mascarillas a mi madre, me dijo: 'Suerte que te compré la máquina y aprendiste a coser'".

La máquina de coser con la que Johana Aguilar ha confeccionado 500 mascarillas para sus vecinos.

El oso de peluche que facilitó el acercamiento humano

Todo empezó como un juego el 16 de marzo, recién iniciado el confinamiento. Ana Diestre (Barcelona, 1954), ahora jubilada y aficionada a la fotografía, comenzó a compartir en su Facebook una foto de su oso de peluche cada día disfrazado de un personaje diferente. De Peter Pan a La bella durmiente pasando por Jack Sparrow. Un ejemplo: el domingo 26 de abril, primer día en que los críos pudieron salir a la calle, puso al peluche a hacer el vermut al sol. Y a medida que el oso cambiaba de apariencia, los compañeros de las asociaciones fotográficas en las que participa Diestre realizaban fotomontajes que situaban al oso en mil y un lugares donde se evadía del hastío del confinamiento.

Tal y como les ha ocurrido a otras muchas personas mayores que viven solas, desde la activación del estado de alarma Ana Diestre no ve a sus hijos y a sus nietos, que hasta entonces iban frecuentemente a comer a su casa. Aunque ella remarca que un oso de peluche en ningún caso puede sustituir a una persona, sí reconoce que su simpática iniciativa ha desencadenado un acercamiento y un contacto humano con otras personas que no se hubiera producido de no ser por el oso. "No ha sido el oso, sino a dónde me ha llevado el oso: a mantener el contacto con personas que conozco y a acercarme a otras con las que estaba más distante".

¿Qué cree que la impulsó a empezar la iniciativa precisamente durante el confinamiento? "Posiblemente, la necesidad de compañía, así de claro: poder compartir y comentar las fotos con mi familia y conocidos; no sentir tanto la soledad que estos días difíciles nos invade a todos. Los compañeros me decían: 'Estamos pendientes de la foto que subirás mañana', y es algo que también me ha mantenido ocupada".

El oso de peluche de Ana Diestre.

El móvil del flechazo durante el confinamiento

Más allá de sus dramas ineludibles, la crisis del coronavirus se ha revelado como un tiempo de cambio también en el amor. Amor encarnado en una máquina de coser, en un oso de peluche o en un teléfono móvil representativo de la guerra que le han librado a la distancia impuesta por las medidas de confinamiento tantas parejas separadas.

El caso de Jordi Martínez (Barcelona, 1975) es singular porque conoció a una chica, Paki, pocos días antes de que diera comienzo el estado de alarma, el 8 de marzo. Ocurrió en una cita a ciegas organizada por la prima de ella y amiga de él. Desde entonces no se han vuelto a ver, pero la intensidad de las horas y horas de llamadas y mensajes durante el confinamiento ha despertado la chispa de la ilusión desmedida en ambos, al punto de que ya tienen una lista de planes por hacer juntos y unas ganas locas de reencontrarse tan pronto empiece el desconfinamiento.

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"Yo nunca había vivido algo así: soy separado y estuve 25 años con mi exmujer; tanto Paki como yo venimos de relaciones complicadas y eso une mucho", asegura Martínez, que señala que "el móvil [en cuya pantalla muestra un dibujo que Paki le hizo para Sant Jordi] ha reencarnado durante el confinamiento lo que antaño fue la ventana de la calle a través de la cual las personas se conocían poco a poco".

El teléfono móvil del amor de Jordi. En la pantalla, se muestra un dibujo cariñoso que ella le hizo para Sant Jordi.

La última vez que la familia de Miguel Fernández lo vio fue a través de una videollamada: ahora le lloran ante un altar improvisado. Antes del virus, Alfons Figuereo usaba sus guantes también para arropar a las familias de los fallecidos: ahora solo puede recoger cadáveres con ellos. La madre de Johana Aguilar no las tenía todas consigo cuando le regaló la máquina de coser: su hija ha acabado ayudando a medio pueblo. Ana Diestre vivía sola antes del confinamiento: durante él recibe la compañía de aquellos con quienes comparte su oso de peluche. Jordi Martínez empezó el confinamiento con una cita a ciegas: lo va a acabar ilusionadísimo a través de un móvil. Diferencias entre el ayer y el hoy emblematizadas en cinco estandartes que mañana servirán para comprender cómo el coronavirus revolucionó la vida y la muerte.

Las historias humanas detrás de los objetos

Marga Fernández y Juanma González: el altar contra el olvido. Con una mesita, unas fotografías y una vela improvisaron un altar casero para despedir así, dadas las limitaciones del virus, a Miguel Fernández, padre y suegro de Marga y Juanma, respectivamente.