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Josep Albert Ymbert: "El turista ha sido un gran consumidor de abanicos"

Último abaniquero de Catalunya. Ha completado una saga de cuatro generaciones de vendedores y fabricantes de abanicos. El ventilador manual de siempre

Josep Albert Ymbert dedicó su vida profesional a importar, fabricar y vender abanicos, desde Barcelona.

Josep Albert Ymbert dedicó su vida profesional a importar, fabricar y vender abanicos, desde Barcelona. / JORDI COTRINA

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Carme Escales
Carme Escales

Periodista

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Barrer el despacho, ir a comprar sellos al estanco y llenar el cántaro de agua en la fuente de la calle de la Claveguera fueron en su inicio en la empresa familiar las tareas de Josep Albert Ymbert (Barcelona, 1946). Tenía 14 años, y hasta los 65 anduvo entre abanicos. Ahora jubilado, reconstruye su historia profesional como legado a sus hijos y nietos. Y ha donado al Arxiu Nacional su documentación empresarial.

¿Quién inició la saga?

Marcel·lí Perejoan, el padre de mi abuela materna, en 1870. Era maestro de escuela pero importaba abanicos de Japón. Estaba de moda. Él falleció en 1890 o 91 y quedaron al mando madre e hija. Pero que un negocio lo llevase una mujer no era corriente.

Entonces…

Mi abuelo, Josep Ymbert Xifra, que era de Figueres, donde su familia tenía una tienda de platos y ollas, hacia 1890 importaba desde Barcelona artículos de Japón, entre ellos, abanicos.

La competencia de su abuela.

Sí, y en 1898 se casan y juntan los dos negocios. Primero en la calle de Princesa y luego en un piso de 230 m2 en la calle de Sant Pere Més Alt. Medio piso era vivienda y el otro despacho. Tuvieron dos hijos, mi padre y mi tío. Tenían una torre en la calle de Verdi, junto a la Baixada de la Glòria. Allí pasaban los veranos, y los inviernos en el Gòtic. Hasta la guerra civil. Los bombardeos destruyeron una finca vecina al despacho y se fueron a vivir a la torre, donde nací.

¿Cómo afectó al negocio?

En 1915 mi abuelo había comprado una pequeña fábrica de una señora viuda. En la guerra quedó en zona roja, solo se podía llegar por mar, así que se interrumpió la comercialización y vendían medias, calcetines, juguetes. Cuando acabó la guerra se restableció la relación con Valencia y se volvió a iniciar la venta de abanicos propios. Pero llegó la guerra Mundial y se cortó la importación de Japón, que era la otra línea de facturación. Sé que tras la guerra el abanico tuvo un despunte importante, porque era un artículo autóctono. Era un complemento sencillo, barato, que todas las mujeres se podían permitir. Entonces las mujeres iban muy tapadas.. Y había quien los compraba sin pintar, para pintarlos.

¿Los hombres los usaban?

En Barcelona no, en Andalucía sí. Nosotros teníamos un único modelo, de 16 o 17 cm, lisos. Lo que sí viví fue la venta especial dedicada al turista que siempre ha sido un gran consumidor de abanicos. Es un souvenir que no pesa ni ocupa y barato.

¿Con toros y flamenco?

Sí. Mi padre intentó hacer algunos con la Virgen de Montserrat y la sardana, pero no triunfaron. El flamenco era una línea importantísima. Los toros también, pero en el extranjero empezaron a tener mala prensa y pasaron de ser 50/50 flamenco y toros a ser 90 flamenco.

¿Cómo se afrontó la irrupción de China como fábrica?

En el 1980 y pico, o 90, salió el varillaje de plástico, muy barato. Del 95 al 98 empiezan a venir abanicos de China, como paraguas y otros complementos. Hundieron la industria valenciana, donde habíamos llegado a ser 25 fabricantes. Yo cerré en el 2013, cuando se jubiló mi esposa. Porque ninguno de nuestros dos hijos quiso continuar. Ellos han tirado por la educación.

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Y ahora entretiene su jubilación rememorando.

Sí, tengo listas de contabilidad de finales del 1800, libros oficiales, que voy a donar al Arxiu Nacional de Catalunya. Y he recogido en un libro que titulo «L'últim ventaller» la historia de la empresa, pensando en mis hijos y mis cuatro nietos que así lo conocerán. Ahora me ayudo de un tutorial para maquetármelo.