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Mercè Vilaseca: "Vivíamos en el Gótico y veraneábamos en Sarrià"

Tiene 98 años y muchos recuerdos de una Barcelona que ya poca gente puede contar en primera persona. Las matemáticas y la solidaridad han escrito su vida

Mercè Vilaseca, en su domicilio, en el Eixample barcelonés.

Mercè Vilaseca, en su domicilio, en el Eixample barcelonés. / SERGI CONESA

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Carme Escales
Carme Escales

Periodista

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El 4 de noviembre, Mercè Vilaseca (Barcelona, 1920) cumplirá 99 años. Fue la segunda de cinco hermanos. Su padre era abogado, procurador de tribunales y administrador de fincas. Su madre, hija de industriales del textil de Terrassa, fue ama de casa y crió a sus hijos, un patrón que Mercè esquivó. Gracias a una institución secular de mujeres, se independizó sin ser mal vista por no casarse y procrear.

¿En qué barrio vivían?

Nací en una casa de la plaza de Catalunya que derribaron para hacer el Banco de España. Recuerdo más nuestro piso en la calle de Ferran. Desde el balcón veíamos todos los actos folclóricos. El día de Pascua, jóvenes con barretina, vestidos de payés, pasaban cantando. Recogían dinero para salidas. El lunes de la segunda Pascua los veíamos irse de excursión y de noche volvían. Era oír música y salir a mirar.  

¿En familia también viajaban?

Sí. Teníamos una torrecita en Sarrià donde pasábamos los veranos. Vivíamos en el Gótico y veraneábamos en Sarrià. Nos movilizábamos por completo.

¿Cómo?

Teníamos unos baúles, los ‘mundus’, para clasificarlo todo. En uno metíamos juguetes que queríamos llevar. Todo lo embalábamos, bien guardado.

¿Se iban muchos días?

Todo el verano, desde junio cuando acabábamos el colegio, hasta octubre que volvíamos a empezar. Cogíamos un tranvía que subía por la calle de Anglí.

¿Y cuándo llegó la guerra?

No sé cómo pudimos soportarlo. Oíamos las sirenas antes de los bombardeos. A una vecina la alcanzó una bomba en la calle. Yo recuerdo en mi infancia a mi madre jugando siempre con nosotros, un recuerdo feliz. En cambio mi hermana pequeña, con la que me llevo 13 años, recuerda una madre triste. Claro, mataron a su padre, a tres hermanos y a un cuñado. Yo con 16 años ya tuve una plaza de maestra. Era el 36, los profesores estaban escondidos, huidos de España o los habían matado.

¿Qué estudios tenía?

Bachillerato elemental. Un decreto de cuando yo tenía 12 años decía que para ser maestro había que tenerlo. Yo a los 10 años ya le dije a mi padre que quería hacer bachillerato. Nací con vocación de maestra. Jugando con mis primos pequeños, siempre organizaba clases. Enseñar siempre fue mi norte. Pero en aquel tiempo, la mujer ideal era la que se quedaba en casa. Yo hice carrera. En plena guerra se abrió la universidad, aunque los pocos profesores que había eran mayores, muchos se habían exiliado.

¿Cuándo se independizó?

A los 29 años. Entré en los Instituts Missioneres Seculars.

¿Monja?

No. Ahí estaba la gracia. Hacíamos mucha obra social. Yo hasta los 90 años he visitado a presos y le he dado clase de matemáticas, como voluntaria. Tenemos compromiso de soltería, pero no soy monja. Era una fórmula nueva, del País Vasco, que luego llegó a Catalunya. Tiene carácter religioso, pero ideales que van más allá de la religión.

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¿Prefirió ser soltera?

Tener pareja no me llamaba. Mi gran ilusión era enseñar bien y pertenecer a un movimiento. Eso me llenaba. Casarse era formar una familia y la mujer tenía su papel solo en casa. Somos hijos de una época. Yo aprobé las oposiciones de Física y disfruté al crearse las filiales de los institutos para enseñar a hijos de inmigrantes  de Andalucía y Galicia, sobre todo. Muchos vivían en barracas y se apostó fuerte para que hicieran bachillerato. Ha sido lo más gratificante de mi vida, emocionante. He tenido una sensibilidad especial por la justicia, contra la desigualdad. Pienso que hacer el bien vale la pena.