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Adrián Miguel:«Ni armas, ni revolución, yo soy dialoguista»

97 años. En su Córdoba natal, su padre, minero, fue represaliado por su voto de izquierdas, y se trasladaron al Vall d'Aran.

Adrián Miguel, en Badia del Vallès, donde reside.

Adrián Miguel, en Badia del Vallès, donde reside. / ANNA MAS

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Carme Escales
Carme Escales

Periodista

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«Ni Dios sabía dónde estaba el Vall d’Aran». Es lo que Adrián Miguel Leal recuerda de sus 9 años, cuando subió a un tren con su familia en Villanueva del Duque (Córdoba). Era el 14 de octubre de 1931. Cruzaron la península hasta Irún y de allí, en autobús, llegaron a Les. Dejaban atrás las cordobesas minas del Soldado, cuyo director, al saber del apoyo del padre de Adrián a las izquierdas, le sugirió marcharse. Y no sería la última huída de la familia. El 14 de abril de 1939, las tropas franquistas entraron en el Vall d’Aran y la familia atravesó a pie y con lo puesto las montañas del Pirineo hasta Francia. Con 17 años, Adrián entró a trabajar en un hotel de Bagnères-de-Luchon. Estuvo 4 años antes de volver a Catalunya. En Francia se inició en el comunismo, en total clandestinidad.

¿Qué era para usted el comunismo?

Reparto de riquezas, igualdad, defender lo social, la igualdad de las personas por encima de que uno pueda sentirse internacionalista, español o catalán. Sentirnos iguales.

¿Había militantes o sindicalistas en casa?

Un hermano de mi padre era dirigente de la Confederación Nacional del Trabajo (CNT). Vivía en las casas baratas de Horta y cuando regresamos de Francia, nos instalamos allí.

Pero usted de Francia ya llegó militando y en toda su vida ya no hubo marcha atrás.

Incluso cuando conocí a mi mujer, el año 48, me acuerdo que no quería casarme porque no quería esclavizarla a ella con mis ideas. Pero ella me dijo que no tenía inconveniente con mis ideas. Su padre también había estado en un campo de concentración y había militado en la clandestinidad, como yo. Queríamos cambiar el régimen.

¿Cuáles eran los deseos más claros para querer derrocar el franquismo?

Queríamos recuperar los derechos republicanos que nos habían robado, derechos como el voto de la mujer y la ley del aborto. La constitución de la segunda república era la más avanzada de toda Europa.

¿Cómo vivía la lucha en la clandestinidad?

Muchos días iba a trabajar sin haber dormido, porque repartía propaganda de madrugada. Trabajaba en la Olivetti, en la plaza de las Glòries. Antes lo había hecho en una compañía de tranvías y autobuses, pero el hermano de un compañero me dijo que Olivetti pagaba 75 pesetas a la semana, y yo ganaba 50 a la semana. En aquellos tiempos había faena y por las amistades sabías dónde te podían contratar. Entré en la Olivetti en el 45, y en el 53, siendo responsable del gremio metalúrgico del PSUC, la mañana del 14 de julio, cuando salí de casa para ir a la fábrica, me detuvieron.

¿Estuvo en prisión?

Sí, cuatro días en el calabozo de la Jefatura de Policía de Vía Laietana, donde solo recibí dos hostias, y hasta el 28 de noviembre de ese mismo año, en la cuarta galería de la Modelo. En la cárcel no cesó la actividad política, el deber, para una treintena de personas encarceladas, seguía. Cada día hacíamos unas dos horas de trabajo. Hacíamos actividad política, física y cultural.

¿No le repercutió en el trabajo, además en una empresa italiana amiga del régimen?

Pues no, salí de prisión y retomé mi trabajo sin problema. Incluso, en el 61, Olivetti fue premiada como empresa modélica y me enviaron a mí a recoger el premio, de manos del mismísimo Franco. Me extrañó mucho porque yo estaba pendiente de juicio, pensaba que en cualquier momento me pararían. Del año 53 al 70 tuve que presentarme cada 15 días al juzgado militar. Finalmente la causa fue sobreseída.

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Hoy sigue militando en Badia del Vallès donde vive aún de manera autónoma.

Sí, vivo solo desde que enviudé, pero tengo cerca a mi hija. Voy al casal cada día. Aunque siempre he sido revoltoso, por mi actividad, he llevado una vida saludable, sin alcohol y haciendo deporte. Soy presidente de honor de los jubilados de Sabadell. En el Vallès me conocen como el comunista. Mi lucha ha dado sentido a mi vida. Ni armas, ni revolución, yo soy dialoguista, así siento la vida política.