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Sandra Iruela: "Los dólares tienen un olor muy peculiar que evoca al poder"

Es ingeniera química y perfumista y ha recreado la fragancia de los míticos jardines de Babilonia.

Sandra Iruela observa frascos de perfume de hace 2.500 años.

Sandra Iruela observa frascos de perfume de hace 2.500 años. / ALBERT BERTRAN

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Gemma Tramullas
Gemma Tramullas

Periodista

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¿Cómo olían los exuberantes y míticos jardines de la antigua Babilonia? La exposición Luxe, dels assiris a Alexandre el Gran, actualmente en el CaixaForum de Barcelona, permite al visitante transportarse al Oriente Medio de hace 2.500 años gracias a una fragancia diseñada por Sandra Iruela (Mataró, 1976). Fundadora de la escuela de perfumería Sandir, Iruela tiene su propia línea de fragancias de autor y ya puso olor a varias obras del Museu Abelló para facilitar la experiencia artística a personas con discapacidad visual. Ahora prepara una exposición sobre los olores de Barcelona.

Mmm…. Aquí huele de maravilla. ¿Esto es lo que olía el rey Nabucodonosor II hace 2.500 años?

Los árboles y plantas que había en aquella época no son las que podemos ver en un jardín actual, pero seleccionamos las que nos pareció que evocaban mejor aquella época. Hemos utilizado notas de hojas del árbol del incienso, que transmite una sensación fresca, tonificante, alegre, de buen rollo.

El olfato nos transporta en el tiempo y el espacio, pero lo tenemos olvidado.

Tenemos la capacidad de reconocer hasta 10.000 olores, pero solo nos fijamos cuando nos gusta mucho o bien cuando nos disgusta, entonces se dispara una alerta porque nos recuerda a algo. El olfato es el sentido más emocional. El 80% de una emoción está influida por un olor.

Patrick Süskind, el autor de ‘El perfume’, decía que “quien domina el olor, manda en el corazón del ser humano”.

Es totalmente así. Un olor nos puede evocar un pasado, nos permite atraer a una persona, nos hacer sentir bien o mal… Es tan potente emocionalmente que por eso se trabaja cada vez más el concepto olfativo a nivel de marca. Lo que ocurre es que no tenemos cultura olfativa.

¿Por qué?

Uno, por la bipedestación: desde el momento en que nos ponemos de pie perdemos la orientación y el sentido del olfato. Y dos, porque no nos enseñan de pequeños.

Usted nació con una buena nariz.

Desde muy pequeña los olores me fascinaban, lo olía todo. Cuando tenía 9 años nació mi hermana y tengo grabado su olor en la memoria: la piel, la ropita, todo el concepto de recién nacido. De niña me gastaba todos mis ahorros en perfumes.

Estudió ingeniería química.

Tuve la suerte de poder hacer mi trabajo de fin de carrera con un perfumista y estuve ocho años en el laboratorio de I+D de Puig. Después trabajé en Francia, en Grasse, que es la cuna de la perfumería, y allí empecé a vislumbrar lo que sería mi lema: los clientes pequeños también tienen derecho a tener su olor.

O sea, fragancias a la carta.

Mi primer cliente fue un empresario de Formentera que se puso en contacto conmigo porque quería captar la esencia de la isla y convertirla en un perfume para vender en sus tiendas. Me llevó por los campos de sabina, el arbusto típico de las islas baleares, y tras darle muchas vueltas el resultado fue un éxito.

¿Cuál es la fragancia más compleja que le han pedido?

Una vez un hotelero me pidió un olor a transparencia. Primero intenté describir qué es lo quería exactamente y al final encontré una nota que daba una sensación acuosa, transparente y muy limpia.

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En la exposición de CaixaForum se ve muy clara la relación entre fragancia y lujo. ¿En qué olor se traduciría hoy el poder?

A nivel de esencia, el pachuli por ejemplo, que es una madera con mucho cuerpo y presencia, y viene a decir: “Aquí estoy yo”. A nivel conceptual, los billetes, especialmente los dólares, tienen un olor muy peculiar que evoca al poder.