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Rubén Martínez: «Los cuentos son mentiras que dicen verdades»

Este cuentacuentos profesional hace coautores de sus narraciones orales tanto a niños como a adultos

El cuentacuentos Rubén Martínez, con cuentos en La Nena, Gràcia.

El cuentacuentos Rubén Martínez, con cuentos en La Nena, Gràcia. / JOAN MATEU PARRA

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Manuel Arenas
Manuel Arenas

Redactor y coordinador del equipo de información del área metropolitana de Barcelona

Especialista en historias locales, audiencias e información del área metropolitana de Barcelona y reporterismo social

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Hace dos viernes, Rubén Martínez (Caracas, Venezuela, 1964), cuentacuentos profesional, estaba contando un cuento en una biblioteca, en una sesión titulada 'Cuentos del alma', cuando de pronto el público se puso a llorar. Luego echó a llorar él. No era la primera vez que el llanto le atropellaba en plena narración oral, pero sí la primera que la mayoría del público, adulto y poco numeroso, le acompañaba como si la narración transcurriera en un cementerio y no en una biblioteca. Las lágrimas formarán para siempre parte de aquel cuento, pues Martínez reivindica la coautoría del público y el protagonismo del contexto de la declamación.

-Llorar con un cuento. Tremendo.

-Lo fue, sí. Era poca gente, pero esa poca lloró. ¡El arte es para tocar! Y ese cuento lo consiguió: el público es coautor de lo que está ocurriendo porque tiene que crear a partir de lo que tus palabras le sugieren.

-¿Fue eso lo que le enganchó de contar cuentos?

-Sí; la gran ventaja de este arte es que es muy maleable: aquí y ahora, sin necesidad de levantarme, sin luz, sin vestuario... puedo contarte un cuento. Eso no lo he visto en ningún otro arte.

-¿Por qué se interesó por los cuentos?

-Me interesan los cuentos porque son mentiras que dicen verdades: tienen una apariencia inocente, pero resulta que pueden estar hablándote de la esencia más humana que hay y han sido depositarios de la tradición.

-¿Cómo se hace uno cuentacuentos?

-En 1984, unos amigos con un taller de cuentacuentos me propusieron ir a contar los que yo escribía. Una vez conté el primero, ya no paré. Ni pararé: mientras más abuelo, más se espera que cuentes. ¡Voy hacia la época de mayor contada! (ríe).

-¿Cuántos cuentos puede saberse?

-Este 2019 cumplo 35 años contando, así que puedo saberme unos 150. Mi regla de oro es no memorizarlos: contar cuentos es comunicarte con la gente; tú los recreas cada vez de manera diferente en función del interlocutor y el contexto.

-Entonces nunca hay dos cuentos iguales.

-Claro. Puede que tú quieras contar el mismo pero que un niño se levante y te diga algo. Entonces ese niño entra en tu cuento, lo tomes en cuenta o no, pues eso ya varió tu idea de la historia. Muchas veces yo estoy esperando a que algún niño diga algo para poder enriquecer el cuento.

-¿Cuántos cuentos ha creado usted?

-Yo narro cuentos tanto ajenos como propios, pero de estos no puedo decirte cuántos tengo porque suelo inventármelos mientras los cuento y muchas veces quedan en el aire: no los escribo. Habrá cuentos que se contaron una sola vez y ahí murieron.

-Cuentos de un solo uso. Qué concepto.

-¡Tiene que ser así! Ese cuento tenía sentido en ese momento y compartiendo esos códigos. Cuando tú sacas a un cuento de su contexto, resulta que es una porquería. ¡Claro, porque estaba atado al aquí y al ahora!

-¿Siempre narra en directo o también los graba?

-En directo; también doy talleres de cuentacuentos. Una de las pocas veces que he grabado ha sido hace poco, para un proyecto de acercar la literatura a niños inmersos en la crisis de Venezuela. Creo que el cuento puede ayudar a los críos venezolanos a gestionar el horror.

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-¿Dónde suele actuar?

-Bibliotecas, centros cívicos... una vez actué en un crucero; otra, en un espectáculo de circo en Gavà: el show era yo contando cuentos (ríe). El próximo octubre organizo la 10ª edición del Festival de Narració Oral de Barcelona Munt de Mots.