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Mònica Marull: "Soy como una pediatra, veo los cuadros como si fueran mis bebés"

La restauradora de la Fundació Tàpies conoció al artista cuando era niña y trata sus obras con eficiencia y cariño.

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Gemma Tramullas
Gemma Tramullas

Periodista

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La mayor parte de la jornada de trabajo de Mònica Marull (Girona, 1976) transcurre en el subsuelo de la Fundació Tàpies, donde se almacenan un centenar de obras del artista. Sobre la mesa de la conservadora-restauradora del museo de la calle Aragó de Barcelona hay una pila de platos blancos. Fuera del contexto de la sala de exposición parecen parte de un cátering, pero se trata de la obra Pila de Plats (1979), que Marull está revisando.

¿Qué es lo primero que hace cuando entra en la Fundació?

Dar una vuelta para ver cómo están los cuadros de Antoni y...

¿Antoni? A Tàpies no se le suele llamar por el nombre de pila.

Es que yo lo traté desde pequeña. Mi padre, Jesús Marull, era su restaurador. Vivían muy cerca el uno del otro, en el barrio de Sant Gervasi, y cuando él le llamaba mi padre me decía: “Acompáñame a ver a Antoni”. Era una relación muy cercana y amable. Para mí no era el señor Tàpies, sino más bien como un abuelo.

Heredó el oficio de su padre entonces.

Cuando tienes 18 años quieres ser todo lo contrario que tus padres y yo estudié ingeniería técnica industrial. Pero empecé a ir al taller de mi padre en las Drassanes a lavar cuatro pinceles y acabé aprendiendo el oficio a la antigua, como un aprendiz. Vengo a la Fundació los lunes y el resto de la semana trabajo en el taller.

¿Es difícil conservar obras que están hechas con una persiana metálica vieja y abollada, con espuma de colchón barato o con arena?

La persiana ya era vieja cuando la hizo y la arena tampoco me preocupa, está fijada y es como el pigmento de una pintura. La gente piensa que un matérico de Antoni se estropea mucho pero no es así, si lo tratas bien. Ahora bien, la espuma de colchón a la larga se degradará y es posible que desaparezca. Mi trabajo es frenar el envejecimiento y favorecer la conservación. Si lo hago bien, en principio no tendría que restaurar nada.

La restauradora que no restaura. Curioso.

En el taller es distinto, pero en la Fundació paso muchas horas haciendo fotos, papeleo, informes... para ver la evolución de las obras y saber si están estables. Nuestro papel ha cambiado. Ahora nos llaman conservadores-restauradores.

¿Tàpies dejó algo dicho sobre cómo conservar sus obras?

En general le gustaba que el paso del tiempo fuera evidente en sus piezas, tanto por lo que respecta a la limpieza como al envejecimiento. Él era consciente de que las materias se secan, se encogen y se agrietan y creo que jugaba con esto. Se trata de llegar a un punto medio, dejar que envejezcan sin que me afecte a mí la conservación.

¿Qué es lo más raro que le ha pasado a una obra de Tàpies?

Una vez un niño escupió en un cuadro que estaba en préstamo en otro museo. Me llamaron para ver qué hacían y les dije que no me esperaran, que lo limpiaran en seguida.

Tiene una relación casi maternal con las obras.

No diría que son como mis hijos, pero soy como una pediatra: veo los cuadros como si fueran mis bebés. Les tengo respeto, evidentemente, pero si estuviera pensando en el dinero que valen y lo que podría pasar si me equivocara no podría trabajar.

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Tàpies tiene fama de complicado. ¿Las charlas que usted da sobre su trabajo ayudan a acercarlo al público?

Me gusta explicar lo que hago, es una oportunidad para llegar a la gente de otra manera y descubrirles este mundo nuestro que no se ve. Hay gente que dice que no le gusta la obra de Antoni porque no la entiende. ¡Yo tampoco entiendo muchas cosas! Mi conocimiento es más matérico. ¿Que por qué ha dibujado un signo de infinito aquí y no allí? Ni idea, pero la pieza me gusta.