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Lola Ten: "Son caballos jubilados pero aquí libres viven más"

Enfermera de profesión y amazona de corazón. Ha creado una residencia para equinos en libertad, como descanso o retiro

Lola Ten, en su residencia para equinos El Unicornio, en el valle del Tiétar, al sur de la sierra de Gredos.

Lola Ten, en su residencia para equinos El Unicornio, en el valle del Tiétar, al sur de la sierra de Gredos. / CARME ESCALES

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Carme Escales
Carme Escales

Periodista

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Dejando atrás el pueblo de Sotillo de la Adrada, en Ávila, a una escasa hora de Madrid, está el desvío que lleva a la finca El Unicornio. Entrar en ella es como hacerlo en una película del oeste, en un rancho como los que series como Dallas nos mostraron. Con bosquecillos, praderas de pasto, y la casa de madera con el porche donde sentarse al fresco después de largas jornadas a la intemperie con el ganado. Aquí el ganado son caballos, potros o ponis. Y quien se sienta a saborear la calma del final del día es Lola Ten (Madrid, 1957). Su estima por los equinos, desde niña, explica su proyecto: una residencia de caballos libres en el campo, sin herraduras que opriman sus cascos. Llegan para jubilarse o recuperarse de alguna lesión. También es lugar de doma natural o respiro vacacional.

¿Quién pedirá perdón a los caballos por haberlos sacado del campo y haberles clavado herraduras para ir a hacer la guerra?

La manipulación humana de los caballos viene de la Edad Media, en las ciudades–castillo, donde se acumulaban los excrementos en las caballerizas. Se hizo para protegerlos al pisarlos. Pero olvidamos que los caballos en sus cascos tienen una almohadilla que ayuda al corazón a mantener la circulación. La herradura se clava y atrofia la almohadilla y el corazón no bombea igual.

Mimar caballos conecta con el cuidar de enfermera. ¿Qué pasión sintió primero?

Yo quise un caballo desde muy pequeña. Pero soy la mayor de ocho hermanos, demasiados para un gasto así. Veraneábamos en el campo y yo siempre observaba a un guarda forestal que paseaba a caballo. Con nueve años, en el colegio, dibujé la casa de mis sueños. Era una cabaña de madera, con gallinas alrededor y caballos. Yo soñaba ese lugar donde poder sacar una zanahoria por la ventana y dársela a un caballo. Aún guardo ese dibujo de mi sueño que hoy es realidad.

¿Su primer caballo cuándo llegó?

A los 15 años. Un día, mi abuelo me llevó a la finca de un amigo suyo y me enseñó un caballo palomino, con la crin y la cola rubias, angloárabe, y me dijo: es tuyo. Se llamaba Brisky, y se convirtió en mi mejor amigo. El amigo de mi abuelo me enseñó algo a montar, luego yo sola aprendí, sin entreno. Era muy inconsciente. Sin casco, me caía y me volvía a subir. Lo tuve hasta los 18 años.

Luego imagino que empezó Enfermería.

Sí, elegí estudiar Enfermería porque la sangre no me daba miedo, yo curar y cuidar ya sabía. Con siete hermanos pequeños, desde que tenía cinco, cuando no era un pañal o un biberón, era una rodilla pelada, siempre cuidaba, como las enfermeras. Trabajé en diferentes hospitales, en Madrid y en Las Palmas de Gran Canaria y en Granada. Me gustaba mucho. Lo dejé para criar a mis dos hijos.

¿Cuándo se reencontró con los caballos?

Trabajando en Las Palmas descubrí una hípica cercana y empecé a montar. Lo echaba de menos. Además de un deporte, la equitación es la simbiosis más importante que puede haber con un animal. Además es deporte olímpico. Y con 45 años empecé a competir. Cuando mis amigas estaban en el gimnasio, en el masajista o en el psicólogo, yo estaba galopando. El caballo es mi masajista, mi psicólogo y mi gimnasio.

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Y con el mimo que hoy les da en su asilo les devuelve algo de lo que le dieron a usted.

Después de mendigar siempre caballos en diferentes hípicas, me compré uno que compartí con uno de mis hijos. Él competía en salto y yo en doma. Y cuando el caballo ya tuvo 14 años me planteé, ahora qué hago con un caballo que es una mascota. No quería malvenderlo ni traspasarlo. Y me vino en mente el dibujo de mis sueños, una casa de madera y baños con grandes ventanas y prados donde corrían caballos. En las hípicas me decían que una finca de descanso hacía mucha falta. Ahora tengo 11 fijos. Son jubilados, pero aquí, libres en su medio natural, viven más, pueden llegar a los 37 años, un récord.