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Ferran Mascaró: «Cualquier dificultad es siempre una escuela»

Convivir con el trastorno del espectro autista ha hecho de su vida familiar un continuo aprendizaje que decidió compartir

Ferran Mascaró corriendo con su hijo Josep en el camino de Ronda, en Tamariu.

Ferran Mascaró corriendo con su hijo Josep en el camino de Ronda, en Tamariu. / GEMMA VILANOVA

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Carme Escales
Carme Escales

Periodista

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Elegir y superar los estudios de Medicina, como habían hecho antes las ocho generaciones que le preceden, continuar la especialización de Oftalmología de la saga familiar y responder de manera brillante a las expectativas que padres y abuelos esperan, Ferran Mascaró (Barcelona, 1972) supo hacerlo muy bien. En sus ancestros tuvo buenos ejemplos de triunfo profesional. Pero hoy es uno de sus hijos, Josep, que ahora tiene once años, el gran maestro de su vida. Llegó al mundo con síntomas que dieron lugar al diagnóstico del espectro autista. A su lado aprende a diario a difuminar expectativas y centrarse en el hoy y en cada pequeña victoria, tan simple, como salir a correr, padre e hijo, conectando sus energías con las ganas de repetir la experiencia, una y otra vez.

¿Cómo describe el comportamiento, la actitud que más define a su hijo Josep?

Josep es un insumiso de la educación. Cuando detecta que estás siendo invasivo se cierra en banda. Y es un escapista, siempre quiere escapar de todo para no sentirse controlado. En la playa, escapa para beber agua del mar, para tratar de comerse una piedra, incluso para robarle las patatas fritas a alguien. Siempre, comportamientos antisociales.

Sin que la gente conozca el contexto de su trastorno, debe ser incómodo a veces.

Sí, a veces te cansas de dar explicaciones sobre lo que le ocurre, para que la gente sea comprensiva. Por eso es tan importante hacer visible esta circunstancia. Y es, en parte, lo que ha dado pie a que mi mujer –Gemma Vilanova– esté preparando un libro, con enfoque divertido, fresco y ameno, pero con el objetivo principal de hacer visible a la sociedad el día a día conviviendo con un trastorno del espectro autista. A partir de nuestra realidad cotidiana y anécdotas que nos suceden en casa, dar a conocerlo.

Usted ya lo hace desde hace tiempo a través del hastag #josepvalent

Lo hago pensando especialmente en otros padres que viven circunstancias similares. No es fácil encontrar actividades en las que poder interactuar con quienes conviven con el autismo. La satisfacción que yo sentí la primera vez que me puse a correr a su lado no la olvidaré jamás. Y la sigo sintiendo cada vez que salimos a correr.

¿Cómo se dio esa primera carrera juntos?

Estábamos en la playa un domingo, en verano del 2016, en Tamariu. Yo, cansado de perseguirlo siempre, aquel día, a la que se escapó, en lugar de perseguirlo para cogerlo y llevarlo a la toalla, me puse a correr a su lado. Recorrimos cinco quilómetros del camino de Ronda hacia Cala Pedrosa –foto–. Y descalzos. Regresé entusiasmado, y la siguiente vez, llevé zapatillas y agua.

¿Qué le satisfizo más en realidad?

Fue la primera vez que no tuve la sensación de estar cuidando a un niño enfermo. Y es algo que se ha mantenido desde entonces. Cuando salimos a correr establecemos una sinergia muy positiva, en la que yo siento que estoy entrenando y él lo vive como un juego. Es nuestro reto semanal, nos ponemos a prueba los dos y hacemos el cabra. Cada miércoles, lo voy a buscar al colegio a las 16.15, y a las 17 salimos de casa. Subimos hasta la puerta del templo del Tibidabo. Si el quiosco está abierto, le compro un Calipo, nos hacemos una foto para Instagram y bajamos corriendo de un tirón. El año pasado lo hicimos 35 veces.

Dentro de la dificultad, puede ver luz.

Cualquier dificultad es una escuela para todos. Y es extrapolable a toda enfermedad o problema. Los médicos sabemos mucho de esto. Nadie escucha tan bien como una persona ciega. Pero las enfermedades mentales son las grandes olvidadas en nuestra sociedad, muchas veces escondidas.

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De ahí su empeño en visibilizar.

Y nos alienta hacerlo con nuestras pequeñas victorias de cada día, simples, como el grito de ¡mamá, mamá! de nuestro hijo, alertando de que el agua rebosa la bañera.