Gente corriente

Horacio Curti: "Empecé a tocar y algo me hizo sentir como en casa"

Era saxofonista hasta que el sonido del 'shakuhachi' se cruzó en su vida y le llevó a Japón.

zentauroepp47546582 horacio curti190402085823

zentauroepp47546582 horacio curti190402085823

3
Se lee en minutos
Gemma Tramullas
Gemma Tramullas

Periodista

ver +

Esta es una invitación a bajar el volumen del intelecto y dejarse llevar por la historia de Horacio Curti (Buenos Aires, 1968), maestro de shakuhachi, la flauta tradicional de Japón. Un relato cocinado a fuego lento a base de bambú, estampas cotidianas japonesas y monjes zen.

Tocaba el saxo, que tiene más de 20 llaves, y se pasó a una flauta de bambú con solo cinco agujeros.  

Cuando empecé a tocar el shakuhachi hubo algo que me hizo sentir como en casa y eso nunca me pasó con el saxo. Creo que en parte tiene que ver con que tiene muy poca cosa; menos es mejor.

¿Dónde lo escuchó por primera vez?

Hace 20 años salí de Buenos Aires para ir de vacaciones a Nueva York, pero en lugar de volver a casa proseguí el viaje hacia la India. Íbamos con mi pareja rumbo a Ladakh, un sitio increíble en los Himalayas, cuando lo escuché. Me fascinó la cantidad de sonidos que le puedes sacar a un pedazo de bambú.

¿Le hubiera impresionado igual si lo llega a escuchar en un bar de Buenos Aires?

Quizá no. Por entonces yo estaba muy entregado a lo que pasaba en cada momento, los referentes eran transitorios, no había rutinas. Tenía la sensación de que todo era posible y me dejaba llevar.

Se dejó llevar hasta Japón.

Fui a estudiar con un maestro que vivía en Chichibu, a dos horas de Tokio, un lugar con unos bosques de bambú bellísimos donde nadie hablaba inglés. A las dos horas de llegar di mi primera clase. Me pusieron el instrumento en las manos e hice lo que me dijeron. El sistema de transmisión allí, al menos el tradicional, no pretende que el discípulo comprenda intelectualmente las cosas, sino que se entregue a hacer lo que el maestro dice.

Aquí se premia ser rápido e inquisitivo.

Ellos dicen: “Pasa tiempo con tu maestro, no importa haciendo qué, porque tu maestro no te enseña solo a tocar el instrumento.” No quiero hacer apología de este sistema, pero si no necesitas entender todo el tiempo intelectualmente tienes un montón de energía para hacer cosas. Aprendí a estar socialmente, a observar y a escuchar sin entender todo lo que sucedía.

Hace 20 años, un occidental tocando la flauta tradicional en el Japón profundo sería un espectáculo. 

Cuando íbamos con mi maestro a las escuelas, los chicos flipaban de verme con un shakuhachi, que para ellos es cosa de viejos.  A la gente le parecía imposible que hubiera venido desde la otra punta del mundo para estudiarlo, pero luego les daba orgullo.

Originalmente fue un instrumento exclusivo de una comunidad de monjes zen.

Lo usaban para meditar porque creían que el sonido era una vía hacia la iluminación. Tenían prohibido hacer música y lo que tocaban eran sonidos organizados, que se conocen como sui zen o meditación soplada. En el siglo XIX fueron proscritos y desaparecieron, pero aquellas organizaciones sonoras se recuperaron y se empezaron a transmitir como música. Este repertorio se llama Honkyoku y es lo que yo he estudiado.

¿Para usted este sonido también es un camino de crecimiento espiritual?

Me gusta pensar en la música como materia sonora, como si fuera una arcilla que vas amasando no tanto en busca de la forma sino más bien como una exploración interior. Cuando toco no medito en el sentido del zen, pero siento que algo sucede y creo que en mi último álbum [Home is now] he conseguido plasmarlo.

Noticias relacionadas

Vivió varios años en Japón y desde hace 14 está instalado en Barcelona.

Vivo de tocar el shakuhachi, de enseñar e investigar música japonesa. Doy clase en la Escola Superior de Música de Catalunya y en junio estrenaré un concierto para shakuhachi de un compositor catalán en el que voy de solista con la Orquesta Nacional de España. Me siento muy afortunado.